Durante muchos años estuve viajando a la Gran Sabana y específicamente a Canaima para filmar películas, cortometrajes, comerciales y en especial para llevar paracaidistas al Salto Ángel. Grupos de 18 a 20 paracaidistas que eran organizados desde Estados Unidos por Tom Sanders y con mis viejos compañeros de paracaidismo, Pedro Luis González (+), Aníbal Dao, Rodolfo Gertl y Gabriel Toth, nos encargábamos de toda la logística en Venezuela.

Por esta razón acumulé un número enorme de horas de vuelo en la zona del Auyantepuy y el “Cañón del Diablo”, así como infinidad de aterrizajes en el tope del tepuy, muy cerca del punto desde donde se desprende el agua del Salto Ángel, y al lado de donde se lanzan los paracaidistas.

Estos paracaidistas, cuya principal exigencia era que tuvieran la experiencia debida y licencia “D” que requiere un mínimo de 500 saltos, en su primer día efectuaban un salto sobre el Campamento Ucaima, para ambientarse y para nosotros poder observar sus equipos, así como su empaque.

Al día siguiente subían desde Canaima en las curiaras por el río, hasta el campamento de Ucaima II, donde pernoctábamos. Los subsiguientes días yo los subía con el helicóptero YV-501P, un Bell Jet Ranger, al tope del salto. Si el tiempo reinante en la zona estaba despejado, podía llegar a volar entre 6 a 8 horas por día, pues el viaje ofrecía un mínimo de 2 saltos. Después de cada salto los sacaba nuevamente desde la base hasta el campamento de Ucaima II. Para luego de haber saltado durante un par de días, regresar a Canaima igualmente por curiara. Una operación de turismo de deporte extremo, sin causar mayor impacto o daño al frágil ecosistema de la zona.

Por todo lo anterior, vivido durante años; además de haber visto el Salto Ángel en todos sus diversos matices de luz y volúmenes de agua, me convertí en un fanático de todas las historias relativas a su descubrimiento y las del piloto Jimmie Angel, su descubridor.

A raíz de una información que recientemente me fue enviada por mi viejo amigo y compañero del Colegio San Ignacio, ingeniero Juan Andrés Sosa Branger, me puse a investigar un poco sobre quién había sido Solón Suárez y que relación tuvo con Jimmie. Como parte de este artículo, transcribo a continuación el interesante resumen de su hija Marisol Suárez.

“Esta es la historia de un adolescente venezolano, un intrépido aviador norteamericano y el salto de agua más alto del mundo.

Previamente tengo que mencionar que mi papá nació en Ciudad Bolívar el 10 de septiembre de 1921. Cuando éramos pequeños en la Venezuela de antes, papá en las noches solía narrarnos los cuentos de la época, “Tío Tigre y Tío Conejo”, “Onza, Tigre y León”, pero también anécdotas e historias de cuando era muchacho en su Ciudad Bolívar natal, que para ese tiempo contaba tan solo con unos 6.000 habitantes y donde mis abuelos Mercedes y Eufrasio tenían una pensión en su gran casa de la calle Libertad, número 18. En ella recibían principalmente a empleados de 2 o 3 compañías inglesas y norteamericanas que operaban en la zona, porque mi abuelo se había abocado a que tanto él como sus hijos practicarán el inglés aprendido en Trinidad.

En uno de sus viajes, en 1937, el piloto Jimmie Angel y su esposa Marie llegaron a la ciudad y se alojaron en la pensión de mis abuelos. Papá nos contaba que eran gente amable y amigable, que pronto se encariñaron con la familia, sobre todo con él, que era un adolescente.

Jimmie le contaba historias fascinantes de cuando había sido piloto de acrobacia en Estados Unidos y que había luchado con la Fuerza Aérea Chiang Kai-shek en China a principios de los años treinta.

Ellos solían volar tierra adentro durante varios días cada semana, al sureste hacia las tierras circundantes de los tepuyes en la Gran Sabana. Como era de esperar se enamoraron del paisaje, tanto así que bautizaron su avioneta “Río Caroní”.

Regresando de uno de esos vuelos avistaron una caída de agua a la que por supuesto decidieron regresar. Fue así como un 9 de octubre de 1937 prepararon todo y con dos acompañantes partieron a la aventura. Jimmie, piloto experimentado, pensó que podía aterrizar en la cima del tepuy, pero no contó con lo pantanoso del terreno, enseguida la avioneta quedó atrapada en el barro. Una gran alarma se extendió rápidamente por la ciudad cuando la avioneta no regresó. Milagrosamente, Jimmie y Marie bajaron la montaña solo Dios sabe cómo y fueron rescatados 11 días después.

De nuevo en casa apenas podían reconocerlos, delgados, picados de insectos por todas partes, con la mirada perdida y con terribles pesadillas que fueron tratadas con valeriana por el médico de la familia, Dr. Ricardo Archila. Mi abuela y mis tías cuidaron de ellos con amor, cuando se recuperaron regresaron a su tierra natal.

Papá también nos contaba lo emocionado que estaba, pues los Angel lo habían invitado a volar en esa ocasión porque sabían cuánto quería ver el paisaje descrito por ellos, pero la ilusión duró poco cuando más tarde Jimmie le comentó que las autoridades negaron el permiso de abordar a un menor de edad. Entonces nos decía: Pude haber sido partícipe del descubrimiento del salto de agua más grande de la Tierra, 979 metros en caída vertical; y luego comentaba: a mi edad a lo mejor no hubiera sobrevivido y ustedes… ¡no habrían nacido!

En 2007 Cecilia, mi hermana que vive en Durham, Carolina del Norte, leyó en el periódico un artículo de Karen Angel, sobrina de Jimmie, que había fundado el proyecto histórico Jimmie Angel, y estaba viajando y recabando información para la publicación de un libro. Enseguida Cecilia la contactó por redes sociales, le habló de mi papá y así comenzó un intercambio de información.

En 2012 Karen vino a Venezuela y, por supuesto, no pudo dejar de escuchar de viva voz del protagonista lo ya narrado en correos. Nos visitó en casa junto con Paul Stanley, otro director del proyecto histórico. Fue una tarde inolvidable, mi papá recordando y contando su historia; Karen escuchando, grabando, preguntando.

Pero no es sino hasta 2019 que salió publicado el libro. Cómo me hubiera gustado que esa dedicatoria fuera para mi papá y no para mí, pero así es la vida, no lo pudo ver porque falleció en 2015. Pero allí en papel y para siempre, 82 años después del descubrimiento quedó plasmada la historia de Solón, un adolescente venezolano; Jimmie, un intrépido aviador norteamericano y el Salto Ángel, el más alto del mundo”.

James “Jimmie” Crawford Angel, un piloto nacido el 1 de Agosto de 1899, oriundo de Cedar Valley, Taney County, Missouri, en Estados Unidos, terminó inmortalizando su nombre al dar a conocer al mundo el salto de agua más alto del mundo, el Salto Ángel, como fue legalmente oficializado por el gobierno nacional. Este ligó el nombre de Jimmie a la geografía venezolana para siempre.

Con estudios de bachillerato, Jimmie aprendió a volar a los 14 años, en un “Curtis Pusher”, graduándose el 4 de marzo de 1915. Para 1921 ya se ganaba la vida volando como piloto “Barnstormers”, como se llamaban los pilotos acrobáticos ambulantes de circos aéreos, que hacían sus funciones y demostraciones aéreas desde cualquier granja, por todo el Medio Oeste de Estados Unidos.

Junto con su hermano Eddy y unos socios organizaron su primer circo aéreo propio, que se llamó “Veterans Flying Circus”. Disponían de aviones biplano Curtiss Oriole y Curtiss Jenny, con los que presentaban vuelos acrobáticos, saltos en paracaídas, mujeres acróbatas caminando por las alas de los aviones y toda una suerte de peripecias que hacían que el show fuera muy llamativo para la gente, muchos de los cuales no habían visto un avión en sus vidas.

Es solo hasta final de 1927 que tanto él cómo su hermano Eddy aplicaron ante el Departamento de Comercio (todavía no existía la FAA) para obtener sus licencias de pilotos de transporte, la cual le fue otorgada a Jimmie el 1 de abril de 1928 y registrada bajo el número N° 1987, a la edad de 28 años.

De allí en adelante un sinnúmero de historias y mitos rodean a este curioso personaje que aseguraba haber volado desde México hasta Suramérica. También dedicó tiempo al adiestramiento de los pilotos de la Fuerza Aérea de Chiang Kai-shek. Y siguiendo las indicaciones de un geólogo llamado McCracken, a quien había conocido en un bar de Panamá, voló hasta un supuesto río de oro en el tope de un tepuy, desde donde habían recogido una cantidad de pepitas de oro, pudiendo cobrar la cantidad de 500 dólares que habían pautado. Una cantidad de dinero importante para 1921.

Estas y una cantidad de historias más lo convirtieron en todo un mito de la aviación.

Muere en Panamá en 1956, después de sufrir un accidente de aviación. No podía morir de otra forma para completar su historia de vida.

En 1996 la sobrina de Jimmie Angel, Karen Angel, hija de Clyde Marshall Angel, su hermano, fundó la Jimmie Angel Historical Project (JAHP), como una organización sin fines de lucro, registrada en el estado de California, con la única finalidad de investigar, rescatar y preservar la verdadera historia de su tío James (Jimmie) Crawford Angel.

En 2019 Karen Angel, con el soporte de la JAHP publicó un libro llamado ANGEL´S FLIGHT  The life of Jimmie Angel -American Aviator-Explorer -Discoverer of Angel Falls, en el cual en gran medida logra separar el mito de la realidad del famoso Jimmie Angel. Dicho libro se consigue por Amazon.

Por último, una nota curiosa, como bien está escrito en el mismo libro, es el mismo James “Jimmie” Crawford Angel, quien a sus veinte años comienza el uso del sobrenombre escrito como “Jimmie” y no “Jimmy” como normalmente se escribe en Estados Unidos.


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