En la antigua Roma el cargo más alto en ese entonces era el cónsul, quien sería el jefe de Estado, el objetivo final del “cursus honorum” romano. Una figura con tanto poder que, para evitar que quien ostentaba el cargo abusara de él, había dos cónsules quienes podían vetar las decisiones del otro. No obstante, los romanos entendían que, en ciertas ocasiones, especialmente en guerra, los cónsules se veían desplazados para darle paso a un “dictator”, es decir un dictador, que poseía un poder pleno, y que duraría en el cargo seis meses. Ciertamente, dictadores como Sila o Julio César rompieron la norma al durar más de aquel periodo, incluso César se llamó dictador perpetuo. Los romanos entendieron que la República no podría mantenerse por sí sola, y para evitar su caída convocaban esta medida.

Hace unas semanas señalé que en El Salvador se está realizando una medida similar. Nayib Bukele, sin ser un dictador y mucho menos un tirano, ha realizado medidas que todos ya conocemos para evitar que su República caiga. Algunos dirán que estas son erróneas y dirán que el fin no justifica los medios, sin embargo, Bukele está y seguirá en el cargo y evitará que su país vuelva a caer bajo el poder de las maras.

Creo válido resaltar que considero que en Latinoamérica, cuando los países están por hundirse en la miseria, cohesionar los poderes ha dado buenos resultados. Al menos para revitalizar a la nación. Así como Bukele, Alberto Fujimori decidió combatir el fuego con fuego. Entendiendo que las nociones básicas de la República, como la democracia, debían pasar a un segundo plano para levantar al país. Fue entonces que cerró el Congreso, que para muchos fue lo mejor que hizo, atentando contra la decisión del pueblo, el cual había elegido a sus parlamentarios democráticamente. Ciertamente luego convocó a elecciones parlamentarias y realizó una nueva Constitución, por lo que (por más que la izquierda diga lo contrario) Fujimori no fue un tirano. Eso sí, le dio poder a la inteligencia, a la policía, a los militares para acabar con el terrorismo, igual que Bukele, y luego el sentenciador de terroristas muchas veces no tenía rostro, por lo que sí, se trasgredieron numerosos derechos fundamentales durante la guerra contra el terrorismo. Y si nos remontamos a tiempos anteriores, en Chile, Pinochet confrontó el comunismo de Allende con vías antidemocráticas. No obstante, durante su gobierno militar el país sureño resucitó.

Ciertamente se cometieron excesos en el gobierno de Fujimori o en el de Pinochet, al igual que ahora con Bukele. Pero seamos honestos, lamentablemente los excesos se generan en todos los gobiernos, con o sin democracia.

A lo que quiero ir con esta columna es que, en tiempos de crisis, como los que estamos viviendo en el Perú actualmente, con una inseguridad vista únicamente en la época del terrorismo, es que si bien la democracia es el sistema de gobierno más justo (y habrán juristas como Miguel Ayuso que me refutarían completamente) hay ciertos momentos donde esta no es la medida más eficiente para que el barco no se hunda. Y la historia del continente latinoamericano nos enseña que las vías no meramente democráticas, y eso que en el caso de Fujimori o Bukele no es tan sencillo de analizar, han dado efectos positivos para que países se levanten de los escombros en los que se encontraban. Si bien esto no es lo ideal, es una realidad, una que en la lucha contra la inseguridad y la pobreza no deberíamos soslayar.

«El árbol de la libertad debe regarse con la sangre de patriotas y de tiranos», es una frase que se le atribuye a Thomas Jefferson, la cual reflexiona sobre la idea de que a libertad y la democracia pueden necesitar ser sacrificadas en momentos para poder ser preservadas. Es un idealismo pensar que la libertad no tiene un precio, no debería tenerlo, pero mientras exista mal en este mundo habrá que ponderar caso por caso y habrá que renunciar a ciertos derechos (temporalmente) para poder proteger el bien común. Ello no significa que quien limita aquellos derechos o quien toma medidas radicales en nombre del bien común (por el cual también se han hecho de las más grandes atrocidades históricas) se vuelva un tirano. En todo caso se asemeja más a la función de un “dictator”. ¿Quiénes son los verdaderos tiranos?

Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú


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