En la avenida Libertador de Caracas, cerca de Maripérez, se resquebraja un mural que dice algo así como que “solo en revolución los venezolanos comemos proteínas”. Tan resquebrajado está el mural como la alimentación en nuestro país.

Jamás, jamás, jamás, pude haber imaginado que a Venezuela llegaría una misión del World Food Programme de las Naciones Unidas por el problema de la hambruna en la población. David Beasley, su director ejecutivo, expresó que se van a enfocar principalmente en la población infantil… pero es que en Venezuela el hambre es un eje transversal… no son solo los niños. Entiendo que la prioridad sean los niños, porque un niño con hambre no aprende. Pero hay que atender también a los jóvenes, los adultos y los mayores. Estos últimos, las peores víctimas. Personas que trabajaron toda su vida que, literalmente, no tienen dónde caerse muertas.

El gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y el WFP firmaron el 19 de abril un memorando de entendimiento, por el cual el programa de las Naciones Unidas establecerá presencia en el país e iniciará la operación humanitaria. Paradójico que la firma se haya dado el día de la celebración de nuestra Independencia, justo cuando somos más pobres y más dependientes. En un país petrolero, que fue la democracia más estable de América Latina durante 40 años, que tuvo la clase media de mayor y más rápido crecimiento del mundo no se justifica de manera alguna que el WFP tenga que tomar cartas en el asunto de la alimentación. Pero es que la maldita “revolución” acabó con todo.

Recuerdo a Chávez hablando de que “durante el puntofijismo la gente comía Perrarina”. Esa falacia se repitió ad náuseam por los seguidores –y otros no tan seguidores– del eterno. La Perrarina siempre fue cara. Si alguien tenía hambre, era mucho más económico –y mucho más sabroso– comprar granos o pasta… ¿Seguirá resonando el eco del estribillo? Lo dudo. Nuestro pueblo en 2018 padecía la llamada “Dieta Maduro”. Los expertos en nutrición aseguraban que el venezolano promedio había perdido entre 11 y 18 kilos de peso solo en el transcurso de ese año. También perdían horas de horas en las colas para comprar alimentos regulados. No conseguí cifras de la pérdida de peso durante la pandemia, pero con la hiperinflación y los precios de los alimentos en dólares, me imagino que son mucho peores. Hace un par de días leí que iban a enviar a Apure 1.000 milicianos. Esa misma tarde vi a dos de ellos caminando por la calle: los uniformes que llevaban eran al menos 3 tallas más grandes. ¿A esos pobres famélicos es a quienes van a enviar a luchar contra la facción de las FARC en la frontera? ¡Me dieron ganas de llorar!

No es Venezuela el único país petrolero que hoy sufre de una hambruna que requiere del apoyo de los organismos multilaterales: Nigeria, el décimo país del mundo con reservas comprobadas de petróleo (por encima de Estados Unidos), está pasando por una situación terrible: del delta del Níger, la región donde hay más petróleo,

los agricultores fueron desplazados por la contaminación. Eso llevó a la militarización de la región. Lo que significa que, como en Venezuela, las riquezas naturales sólo sirven si están bien administradas.

Los programas de alimentación como “Alimenta la Solidaridad” de Roberto Patiño han logrado, contra viento y marea, alimentar balanceadamente a la población que atiende. Y el régimen lo tiene en la mira. Acabar con ese admirable programa no es un golpe a Patiño, es un puñetazo en el estómago a personas que, si no fuera por él, no comerían.

La pregunta que subsiste es “¿hasta cuándo?”. Los cubanos llevan más de 60 años en este merequetengue. ¿Nos vamos a calar 40 años más?…

@cjaimesb


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