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 El covid-19 se las trae, es una pandemia novísima, hizo su nefasto debut en China en diciembre de 2019 y como un meteorito se trasladó al mundo entero. No se sabe cómo se formó ni qué lo originó exactamente. Lo que sí se sabe es que un organismo tan costoso y supuestamente importante como la Organización Mundial de la Salud se tardó mucho en informar lo que estaba ocurriendo en China, y por ende a través de los viajeros rápidamente se contagió casi todo el mundo conocido. Muchos países tomaron fuertes medidas que incluso han atacado la economía, en primer lugar al paralizar el turismo, y en segundo lugar por el cierre de los colegios, universidades, restaurantes, cafetines, bares y discotecas. Restricciones a la libertad para el goce y disfrute de gobiernos como el chino, el cubano, el venezolano, el norcoreano y algunos no tan socialistas como el gobierno español.

Sea como fuere las presiones sobre la industria farmacéutica y de producción de medicamentos y vacunas han sido descomunales. La gente común cree a pie juntillas que las vacunas se fabrican como cuando alguien ordena a una ensambladora de automóviles producir más. No, el proceso de investigación científica y en el área específica de las vacunas no es fácil. La vacuna contra la viruela tardó años en desarrollarse, la penicilina fue descubierta al azar, ahora bien, como decía el gran Louis Pasteur, “en el campo de la investigación el azar no favorece más que a los espíritus preparados”, y los espíritus preparados no abundan ni siquiera en las grandes potencias industriales.

 


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