La desmaterialización según el Larousse es “hacer inmaterial algo o despojarlo de su materia concreta”. En el espíritu colectivo, la desmaterialización es un concepto simple: consiste en transformar todos los documentos versión papel y transformarlos en una versión digital. Escaneamos los papeles, descargamos videos o música, nos registramos en el aeropuerto con el pase de abordar en nuestros teléfonos inteligentes, etc., todo con el objetivo de limitar el consumo de papel o de plástico. Preferimos los correos electrónicos, casi no hacemos cheques. Ya no compramos CD o DVD, los descargamos o escuchamos música y video en streaming.

Y aunque la buena noticia es que la desmaterialización he hecho reducir el consumo de papel, también es un hecho que lo digital consume una cantidad considerable de energía. En un reporte llamado “La sociedad digital” publicado en octubre de 2018 por un Think-Tank especializado en la transición energética, The Shift Project, indica que el crecimiento ultrarrápido de lo digital representa un riesgo para el clima y los recursos naturales. Los autores observan que “las inversiones cada vez más masivas en transformación digital contribuirán a una aumentación neta de la huella ambiental de este sector”.

El consumo energético de lo digital en el mundo aumenta 9% por año, se alarman los expertos. Y como consecuencia, la contribución del área digital a las emisiones de gases de efecto invernadero ha aumentado de 2,5% a 4% del total de las emisiones mundiales (más que el transporte aéreo civil). Se estima que se duplicará de aquí a 2025, alcanzando las emisiones emitidas por los vehículos. Y los desarrollos tecnológicos no dejan de aumentar este fenómeno.

El número de teléfonos inteligentes se estima pasará de 1,7 millardos en 2013 a 5,8 millardos en 2020, un crecimiento de 11% anual. Los data centers o sala de servidores globalmente consumen 30 millardos de vatios cada año, en perspectiva 4% del consumo energético mundial. Pero, según los expertos, uno de los verdaderos peligros para el ambiente lo constituyen los videos en línea (o streaming). Una polución invisible que genera 300 millones de toneladas de CO2 cada año, para entender mejor, casi la totalidad de gases de efecto invernadero que emite toda España o casi cerca del 1% de las emisiones mundiales, alerta The Shift Project. Los que creían que el fin de los DVD y CD tendrían un impacto neto positivo para el ambiente están desencantados. Un ejemplo, 10 horas de película de alta definición representan más datos que la totalidad de los artículos en inglés en Wikipedia. Los videos pornográficos representan 27% del tráfico de videos en línea del planeta y en 2018 generaron ellos solos 80 millones de toneladas de CO2. La contribución a las emisiones de gases de efecto invernadero de los servicios de video en demanda (Netflix, Amazon Prime…) equivalen a las emisiones de un país como Chile.

Opina Hughes Ferreboeuf, jefe del grupo de trabajo Lean ICT para The Shift Project, que nuestro consumo digital es insostenible a largo plazo y propone una “sobriedad energética”, para reducir el impacto en el calentamiento global. El reporte muestra que los videos constituyen 80% del tráfico de Internet y solo consumidos para publicidad y entretenimiento. Por lo que es evidente que, frente al problema del cambio climático, debemos reflexionar sobre nuestro comportamiento digital.

Todos podemos hacer un esfuerzo a título individual (ver menos videos o seleccionarlos mejor, por ejemplo) u organizacional, los operadores IT podrían ofrecer descuentos con base en un consumo limitado de videos. Pero vamos en sentido contrario, pues la competencia es férrea entre esos mismos operadores y ahora se ofrecen paquetes ilimitados de data. Y del lado público, realizar campañas de sensibilización, como las que se realizan para el tabaco. Es obvio que el problema del impacto de la revolución digital no cesará sin voluntad política.

Estamos privilegiando el confort y el entretenimiento antes que el futuro del planeta.

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