Matadoras fuentes de exterminio: los venezolanos padecemos básicamente conjuntadas dos pandemias, una más global que la otra. Parece ficción mentirosa esta sobrevivencia. Demostramos día a día nuestras insuperables fortalezas. Me admira.

Con una de ellas cargamos hace más de veinte años. Es una pandemia que comenzó a introducirse en nuestro cuerpo socio-político de manera asintomática. Se montó en la democracia para destruirla y carcomer cada célula. Hasta el punto de situarnos en este coma inducido. En esta intubación en la que sentimos ausente el respiro, el salvador así como también el final, definitivo resuello. Pandemia casualmente invasiva tanto como expansiva. Ya se encuentra derribando estatuas en Estados Unidos, pasó por Chile, Cuba la sufre hace mucho, como demostración de que sí hay mal prolongado a cien años (bastante cerca) y cuerpo resistente. Por todos lados cunde la plaga. Pensemos en España. Como pirañas o langostas destruyen sin parar, fincado el virus, también ahora, en el terrorismo, en las guerrillas, en la delincuencia, en los grupos armados al margen más absoluto de la legalidad. De la Fuerza Armada acá, al menos para nuestra extrañeza, puede bien colegirse, expulsaron una inverosímil cantidad de oficiales por estos días.

Esta agresiva pandemia no se detiene en los estragos que causa deliberadamente: hambre, exterminio premeditado incuantificable, suicidios, diáspora, exilio, prisión, torturas, destierro, censura, terror, angustia, expropiaciones, pobreza material y espiritual, separación familiar, desempleo, miserias, humillaciones. Todo eso de un jalón. Solo basta considerar por encima algún portal de noticias para apreciar la magnitud de la tragedia. «Emergencia humanitaria» ya no resultan términos abarcadores de esta realidad. Y aquí estamos con apariencia de incólumes. Espectros deambulantes, añoradores y columbradores de felicidades ajenas, hasta de lo más elementales que nos resultan como de galaxias inasibles.

¿Que nos aborda en demasía el coronavirus? ¿Esperábamos algo distinto que otra permanente, vivaz, amenaza continua de muerte? ¿Qué es eso para un venezolano en Venezuela? Alguien para quien la muerte es inseparable como el sudor, inarrancable, indisosaciable, como para nadie más, del ser cotidiano. La existencia nos es un desmesurado regalo instantáneo de cada instante. Existencialismo potenciado, inimaginable. Este coronavirus nos ratifica, nos remarca, simplemente, lo desechos que andamos.

Tenemos la obligación irrenunciable de expulsar dos virus de nuestro cuerpo social, que ínfimamente es, por supuesto, individual. Soportarlos a ambos, al mismo tiempo, nos dice lo prácticamente invencibles que resulta nuestra esencia, nuestra defensa inmune. Fortalecidos indudablemente. Remontaremos la cuesta y expeleremos los dos virus. La vivencia de quienes logremos superar esta inmensa prueba humana resultará sencillamente inenarrable. Falta aplicar con mayor efectividad y tal vez ágil inmediatez el antídoto. Descubrirlo tarda, pero seguimos trabajando en la vacuna curadora. Desde adentro y desde afuera. Estemos seguros de algo: va a llegar la cura y será un doble evento de insoportable, inmensa, felicidad.


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