Las historias familiares, como género historiográfico, representan una forma potencialmente muy fecunda de aproximación no solo a genealogías y sagas familiares, sino a la historia de las ideas, los gustos, las tradiciones, las costumbres incluso de los vaivenes de la política, la economía y la sociedad, en general. Contrariamente a lo que se pudiera pensar, esas historias revisten una gran importancia tanto para sus protagonistas o principales implicados, es decir para las propias familias y sus descendientes, como para la reconstrucción de determinados períodos y procesos, muchas veces poco documentados.

El conocimiento de la historia familiar no solo se limita a la elaboración de genealogías, aunque sean excesivamente complejas y se puedan o no graficar, sino que permite comprender dinámicas sociales durante determinados períodos de la historia de una localidad, una región o incluso un país. Se convierten en casos que facilitan el entendimiento de cómo los grandes procesos se reflejan o influyen en los hechos personales y particulares. En una carta familiar de 1927, una sobrina le narraba a mi bisabuela, inmigrante francesa en Venezuela, cómo tras la Primera Guerra Mundial su padre herido en una batalla sobrellevaba las dificultades de salud derivadas de ese percance, la pobreza de la familia y las dificultades por las que atravesaban. Decía que estaban en tal pobreza que ya no se podría reunir de nuevo la familia, lo cual lamentablemente fue así, porque no tenían medios para viajar. La única manera hubiera sido que los parientes viajaran a Francia desde Venezuela, pero tampoco la situación los ayudaba. Lo que sabemos de manera general o abstracta sobre el período de entreguerras toma entonces dimensiones humanas concretas. En las historias familiares el dolor y la tristeza, la escasez y la nostalgia se concretan en personas reales.

Las historias familiares contribuyen a dotar de sentido y a reforzar la identidad de las personas. Esto resulta especialmente importante en tiempos de dispersión de las familias, obligadas en muchas regiones a migrar o refugiarse en el extranjero o dentro de sus propios países y del auge de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y sus posibilidades tecnológicas. Con los espacios virtuales han surgido nuevas formas de interacción social y parental. El conocimiento de la historia familiar puede contribuir significativamente, en estos casos, a superar formas de alienación, desarraigo y debilitamiento de identidad.

Desde una perspectiva histórica y mediante una adecuada hermenéutica, lo que pudiera parecer mera anécdota o simple dato aislado se convierte en una etnografía o descripción sincrónica de una situación concreta. Eso abarca desde aspectos tan sencillos como artefactos y usos domésticos hasta modas, horarios, creencias, representaciones y estrategias para sobrellevar determinadas situaciones, sin olvidar patrones de crianza y formas de transmisión de saberes y haceres así como los asuntos o temas tabuizados, ocultos o sometidos a silencio, ya sea por criterios morales, religiosos, económicos, políticos o de cualquier índole.

En la reconstrucción de una historia familiar es frecuente encontrar una tensión entre las concepciones de lo público y lo privado. No siempre está claro o hay consenso sobre cuáles aspectos de la trayectoria familiar deben trascender fuera de los ámbitos más íntimos. Entre otros aspectos, resaltan aquellos relacionados con las ideas o valores de las ideologías dominantes sobre sexualidad, matrimonio o descendencias, temas que suelen ser muy sensibles. En Venezuela, por ejemplo, uno de esos temas es el relativo a los hijos habidos fuera del matrimonio. Sobre todo cuando se trata de descendencias asimétricas en las que los hijos legítimos son valoradas positivamente (entre ello, porque reciben el apellido paterno) y los hijos naturales no o no siempre, además de que los unos heredan bienes y los otros no o para hacerlo deben accionar legalmente.

Dentro de lo privado quedan asuntos que las familias o miembros de ellas pueden considerar como secretos o que deben manejarse con reserva. Recuerdo que una vez, en 1996, me tocó entrevistar a una señora de edad avanzada en un pueblo de Barlovento, el mayor enclave de afrodescendientes de Venezuela, sobre un episodio de brujería ocurrido setenta años atrás. Al retirarme de la casa, una nieta de manera muy educada me previno sobre los testimonios de su abuela. Me insistía que había perdido la memoria y solía inventar hechos que nunca habían sucedido. De inmediato entendí que en realidad se trataba de una petición de absoluta confidencialidad y tranquilicé a la joven explicándole que no pretendía publicar aquellas historias sino extraer datos que me sirvieran para la investigación que estaba realizando y que, en cualquier caso, emplearía nombres ficticios o términos referenciales para proteger la identidad de los protagonistas y de los informantes así como de los familiares de ambos.

Más allá de sus dificultades intrínsecas, el manejo de la historia oral, la combinación de testimonios y fuentes, la comparación de versiones, las imprecisiones cronológicas, la necesidad de precisar recuerdos, nombres y hechos siempre serán un extraordinario estímulo para reconstruir la historia familiar. Conocerla, sentirse parte de una trayectoria inacabada, alumbrada y alimentada por el hilo de la tradición, proporciona satisfacciones íntimas de hondo sentido espiritual, a la vez que nos permite identificar y ajustar retos personales. Si bien las historias familiares tienen un alto valor analítico o historiográfico, también poseen un especial significado para los miembros de una familia y cada persona en particular.

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