José Gregorio Hernández

Los obispos de Venezuela han insistido en la propuesta de refundar a la nación venezolana, dado el extenso y profundo deterioro institucional que sufre como consecuencia del socialismo del siglo XXI, y que se traduce en un enorme daño que abarca todos los aspectos, desde la sociedad, la economía, el ambiente y demás. En realidad, se trata de reconstruirla desde las bases sentadas en el Congreso Constituyente de 1811, y sobre todo de la praxis política basada en valores.

Es una excelente idea, pues la población sumida en la pobreza y el contraste con las fortunas mal habidas, genera un descontento que hasta ahora se ha manifestado entre la resignación y la emigración, entre tanto los esfuerzos por sobrevivir no alienta mayores esperanzas.

Toda la acción del Estado es dirigida a mantener la situación, que les garantiza tener sometida a la gente por diversas vías, pero que como todo, algún día llega a su límite.

La reconstrucción del país es una necesidad y la Iglesia católica tiene los elementos para aportar en el diseño de esa república renovada, como los tuvo en los tiempos fundacionales, pero sustantivamente remozados por los novedosos aportes de la Carta Encíclica Alabado Seas del papa Francisco.

También tiene un elemento fundamental que puede encarnar la imagen que una a los venezolanos entorno a la idea civil y virtuosa que debe prevalecer en las nuevas realidades: el doctor José Gregorio Hernández.

Entre el 22 y 29 de mayo se celebra la Semana Mundial de la Encíclica Alabado Seas, un documento fundamental para entender la realidad del mundo de hoy, sus causas y sus alternativas de solución, desde las personas, las familias, las localidades, los países hasta el planeta.

Ese documento plantea, con el método tradicional de la Iglesia de ver, juzgar y actuar, y con la rigurosidad que le da el aporte de científicos, filósofos y teólogos, un panorama general de los problemas que agobian a la humanidad y a su «casa común» como llama a la Tierra. Aporta los elementos más importantes de las causas de esos problemas sin que le tiemble la mano al decir que la codicia humana es la principal responsable. Y plantea la novedosa tesis de la «ecología» integral», que establece que todos los elementos que componen desde el universo hasta nuestros lugares íntimos están relacionados, y que importa mucho el comportamiento del hombre en la suerte que corra la creación.

Aquí está la primera herramienta que tiene la Iglesia y tenemos los venezolanos para contar con el modelo de fondo de ese proceso fundacional, complementado con los Objetivos del Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, y de la cual Venezuela es signataria.

Por otro lado, en un país de talante castrense, militarista, centralista y autoritario, dónde los héroes de charreteras y cuartel tienen una exagerada omnipresencia, tenemos que poner de relieve nuestros próceres civiles, que bastantes tenemos. Esas mujeres y hombres que sobre la base de su trabajo levantaron todo lo bueno que tenemos, en educación, salud, producción, servicios, infraestructura, cultura y demás elementos que constituyen la identidad nacional, deben ser los ejemplos más visibles en el proceso de refundación del país.

Entre todos los próceres venezolanos hay uno que destaca por ser el más conocido y querido en todos los lugares y en todos los tiempos, ese prócer es una persona de provincia, que se preparó al más alto nivel para servirle a los demás, y tan elevadas eran sus virtudes que la iglesia lo subió a los altares: José Gregorio Hernández. Ese es el modelo.

Dada la propuesta de la Conferencia Episcopal Venezolana, la Iglesia está llamada a asumir un activo papel de agente transformador. En cada diócesis, en cada parroquia, en conventos y monasterios, en el laicado y en todos los espacios posibles, deben desplegarse procesos de transformación y de ir mucho más allá de las rutinas eclesiáticas. Y la iglesia venezolana tiene con qué, entre otras muchas fortalezas, empezando por su prestigio y autoridad, tiene a la carta encíclica Alabado Seas y cuenta con modelo del beato José Gregorio Hernández.

 


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