El hecho de atravesar la peor crisis económica en la historia de la república y exhibir indicadores absolutamente incompatibles con la comprensión más elemental de la racionalidad, hasta el punto de devenir un caso de crisis imposible de ser abordada por la magnitud de su complejidad en ninguna taxonomía propia de las ciencias económicas a nivel mundial, nos ha llevado como sociedad al límite de asumir de manera silente y casi penitente, que somos el país con el peor desempeño económico del planeta y por ende de la región, el espectro de la pobreza entra sin limitaciones a todos los hogares, el bienestar es una cosa del pasado, y hasta la coexistencia pacífica entre contendores políticos se ha convertido en un vestigio casi escindido de una cultura impuesta, de un clima instaurado de confrontación, violencia, persecución e ira como política de Estado.

Tal vez resulte paradójico que en mi condición de economista y profesor universitario de una escuela de economía adscrita a una importante universidad del centro del país, como la Universidad  de Carabobo, manifieste la tesis de que la multifactorialidad, complejidad y grado de descalabro institucional, supera y con creces, los abordajes netamente economicistas para el tratamiento de esta tragedia colectiva, las herramientas de análisis propias de las ciencias económicas embridadas en la modelización matemática, estadística, en sus variantes determinísticas y probabilísticas, así como el empleo  de modelos econométricos, lucen incapaces de poder explicar esta andanada de desastre en la que hoy se debate Venezuela y su crisis económica, que más que nunca demanda un abordaje multidisciplinario a los fines de lograr primero articular un diagnóstico usable y luego un camino tangible para lograr superar esta terrible calamidad que se convierte en amenaza, y desde luego debemos desde ya afirmar responsablemente, que de lograr superarla jamás retornaremos al tan deseado pasado, es tan grave el nivel de daño inoculado en veintitrés años a esta sociedad, que resultaría una laxitud científica indicar que la recuperación podremos medirla con el concurso de un mero modelo matemático, que le imponga un valor cronológico a este estado caótico pivotado en la entropía.

Redactar el párrafo precedente no presupone un abandono a mi formación como economista y mucho menos embrida el hecho de advertir que la ciencia económica carece de capacidades para dar respuesta para la solución de este estado de miseria general en el cual nos encontramos, pero debemos y tenemos que advertir que la situación crítica de la economía trasciende el plano netamente material, es mucho más emergente que la simple imposibilidad para dar soluciones al marco de necesidades, la miseria en Venezuela se cuantifica mucho más allá del 80% de nuestra población en pobreza extrema o de un exiguo producto interior bruto de 48,6 millardos de dólares y un valor por habitante de 1.700 dólares, con una caída consolidada de más de 80%, y de 25% como efecto de la crisis y la pandemia solo para 2020.

La pobreza como precariedad y limitación de las capacidades humanas trasciende estas cifras frías que en muchos casos estudiamos a diario los economistas y le seguimos el paso para reafirmar la gravosa crisis de la economía, para asombrarnos frente a los resultados que arrojan los modelos y también porque es humana esa pretensión, esperando estar equivocados, pues asumir que los países no tocan fondo, que las catástrofes económicas pueden ser asintóticas con relación al infinito negativo de la miseria, es un latigazo muy fuerte para un venezolano y además economista, todos esperábamos con justa esperanza que la  estabilización en el foso se normalizara a 1% o 2%, de caída en nuestro PIB, guardábamos con celo ese intervalo de caída de entre 8% y 10%, que ratifica el FMI, que desde hace varios años asumió que la crisis venezolana suponía un reto para la economía, la historia, la sociología, la politología y hasta para la filosofía; pues suponía un ajuste en los esquemas de pensamiento. De esta sentencia es que se deriva el hecho de que esta calamidad colectiva, incomparable con ninguna otra ocurrida en la historia del planeta,  surge la necesidad de entender que el daño no se mide sólo en términos de indicadores, de cifras y de correlaciones robustas en el merco estadístico, sino en el grado de lesión a lo humano, para lo cual los aportes de Aguilera León pueden servir de gozne o bisagra para entrar en el sombrío umbral de una crisis superior a una guerra o a un tsunami, una crisis en el marco del ser, producida desde lo humano y por lo humano, resultando la pregunta ¿Somos los humanos más destructivos que un conflicto bélico o que un evento natural? la respuesta es un paroxismo aplastante que se reduce en una afirmación, la hegemonía del chavismo es superior al conflicto sirio y al tsunami en el océano Indico.

La acumulación de daño trasciende entonces el plano estrictamente material, se troca en quebranto del lenguaje, que busca instalarse en el alma y en gnosis para hacer tolerable a la pobreza, potable a la estética de la desesperanza, la decadencia lingüística es una de las causas fundamentales que explican las razones por las cuales los venezolanos avalaron el acceso al poder del liderazgo actual, el fenómeno que nos ocupa desde el desmontaje de la lengua, se manifiesta en la insustancialidad de la expresión, la inexistencia de estilo, la torpeza en los énfasis del lenguaje, la carencia en la posibilidad de nominación, la rudimentariedad léxica, la perífrasis boba, la carencia de estructuras  de lenguaje que refuercen  formas de pensamiento, la inhabilidad simbólica, la parálisis del pensamiento y la rudeza de la descripción del mundo y de la vida. Hablar mal no es solo “hablar mal”; sino entender al mundo con torpeza y anquilosar el pensamiento en una pereza de difícil reanimación, es pues un deterioro que delata la pobreza epistemológica, que nos impide pensar y representar al mundo.

Esta pobreza en el lenguaje que corroe el espirito, es muy difícil de medir, pero a su vez resulta terriblemente ostensible, patéticamente sentida y demoledoramente lacerante la pérdida progresiva de la calidad del lenguaje, su rigidez y mecanización, su limitación a meros predios robóticos o espasmódicos, se constituye en el logro de la colonización del pensamiento; la superficialidad e inmediatez le ganan terreno a la argumentación seria y profunda, que permita por medio de una sintaxis clara construir cadenas de causabilidad tangibles, reales, veraces y validas desde el punto de vista lógico.

En este proceso el lenguaje cartelizado, corporativista y cuartelero, nos imposibilita como sociedad para “afirmar afirmando”, “negar negando”, “afirmar negando” o “negar afirmando”, es decir, nos suprime los algoritmos básicos de la lógica procedimental para argumentar sin el concurso de la descalificación, la procacidad, el irrespeto y hasta la deshumanización del adversario, solamente reaccionamos a instintos viscerales y a un proceso de argumentación pobre, elemental y unívoco, generado por la presencia de un lenguaje único que hace coexistencia con el daño espiritual y moral, las palabras también son limitadas y acotadas a un vocabulario elemental. La sintaxis, que es el cemento para unir las palabras, pierde calidad y por ende incide en la capacidad creativa de un discurso con sentido y propósito que argumente la libertad, el derecho a la vida y la dignidad humana.

El proceso de intoxicación lingüístico es advertido en la precariedad de un sistema educativo, absolutamente desmontado por el régimen, para ello solo bastó asignar presupuestos exiguos, salarios irrisorios e improvisar hasta lo indecible en la selección del personal docente. En el caso de este último, a mayor grado de obediencia y de lealtad hacia la política de irascibilidad que lo había llevado a estar al frente de un cátedra, era más útil a los inconfesables planes del régimen, pues es un recurso maleable desde sus falencias en la formación que le permiten simular enseñar, es decir, encontrar proxemia con la tesis de Jean Baudillard, hacer maldad discursiva, socavar a la escuela como centro de discernimiento y expresión, pero sin acudir a formas ostensiblemente violentas que presupongan prácticas como las aplicadas en la Argentina de Onganía y la purga de los profesores de la “Universidad de Buenos Aires”, a bastonazos supone un grado superlativo de la maldad, pues morigera y simula el fin último, que es el mismo, acabar con la educación como referente para la construcción del disenso y el discernimiento, que permitan cuestionar el discurso único del tirano.

Sin educación la incorporación a los fines del desmontaje institucional supone adhesión acrítica, incluso fanática para justificar cualquier tropelía, así el ciudadano abandonado por la escuela solo puede identificarse con modelos y liderazgos carismáticos que vayan de la mano de la demagogia y el clientelismo, se le entrega el poder de la palabra y el ejercicio libre de su derecho a estos líderes políticos.

En Venezuela la pobreza del lenguaje margina y defenestra a los ciudadanos a un estadio de seudohablante cuya rentabilidad política reside en la lealtad ciega a la irascibilidad como política de Estado, todo queda permitido bajo la obediencia y la hipérbole de atropellos cometidos para agradar a quien ejerce el poder de manera total. No hace falta formarse, ni  estudiar, menos leer para argumentar, solo la audacia y la lealtad ciega al poder granjean un espacio seguro en este marasmo de posverdades y entropías que se resumen en el socialismo del siglo XXI, la lealtad a la ira como política de Estado afianza la tosquedad conceptual, que bien encausada por el aparato de propaganda y el adoctrinamiento sistemático del colectivo, hacen casi imposible cuestionar el relato del socialismo del siglo XXI, además de permitir un mimetismo tolerablemente aceptable por la moral también quebrantada, que justifique la proximidad con el mal bajo formas de eufemismo que se definen en lo pragmático y que no son otra cosa que la obtención de beneficios bajo una suerte de teoría del goteo, desde la capacidad cleptócrata de la tiranía.

La degeneración de la lengua tiene dos fuentes: la primera es la degradación de la escuela, que la mutila para operar en la construcción de un contradiscurso y obviamente es la argamasa de un poderoso sistema de propaganda política y adoctrinamiento, que termina por doblegarla espiritualmente. Sin embargo existe otra fuente aún más censurable, quizás por que quienes se decantan por esta vía siendo ciudadanos formados, preparados y educados, no solo demuestran que hay daño del lenguaje, sino que ratifican el extravió de la moral, estos ciudadanos que deciden formar parte de estas tropelías,  naufragar en el terreno fangoso de la mentira institucionalizada, a sabiendas de que esta postura no confiere poder a otros, que no sea a sí mismos, en el fondo sacan partido de parecerse al opresor, su lenguaje es solo útil para atropellar, para la aventura y la improvisación, generando de manera concomitante una degradación cognitiva de las masas, propiciadas desde sus modelos verbales.

Quien opta por aceptar el daño lingüístico y espiritual despachado desde la poltrona del poder, comete a todas luces además de una falta política, un atropello moral, la palabra genera y acota el comportamiento del hablante, los que ocupan posiciones de liderazgo tienen una responsabilidad mayor, pues son hablantes públicos, y sus palabras tienen impacto en el colectivo que las escucha y las procesa, la irresponsabilidad en el habla se traslada hacia la conducta de quienes asumen a estos interlocutores públicos como modelos de hablantes ideales, no importa en qué acera del circuito ideológico o dialógico, se encuentre.

En nuestro país la crisis de nuevo traspasa los límites netamente económicos, este es el resultado de la entrega de las libertades individuales a los liderazgos clientelares y demagógicos, el daño en la gnosis colectiva es tal, que los neologismos de la tiranía están fresados en las conductas de la sociedad aunque el líder haya muerto, aunque Chávez no este físicamente en la palestra, el poderoso aparato goebbeliano de propaganda lo han hecho merecedor de la proyección a los altares, nada complejo de lograr en un país lleno de realismos mágicos, supersticiones y mitologías criollas; ahora el caudillo de Barinas es una suerte de semidiós  que nos vigila con la imagen de su mirada eterna, en este campo de realidades deconstruida también entra el tema de la fe y la glorificación a la personalidad. Cuando la fe pasa a la esfera política desaparece el debate y se sustituye por el fundamentalismo de corte religioso, otra suerte de rigidez peligrosísima que coadyuva a la irascibilidad como política de Estado y propende a la eclosión de bipolaridades místicas, que desde el marco de la espiritualidad puedan justificar cualquier clase de atropello, vejación y deshumanización del adversario.

El daño en el lenguaje lo aceleró el chavismo cuando uso a los códigos de comunicación como arma arrojadiza para insultar, calumniar, descalificar y deshumanizar al adversario, así pasamos quienes nos oponíamos en primera instancia a un modelo de autoritarismo competitivo en sus inicios, a ser calificados como “escuálidos”, la degeneración regresiva en las formas políticas del régimen también incorporaba un daño visible en los procesos del lenguaje, la procacidad y la deshumanización, pasó a calificar ahora al enemigo del proceso como “gusano”, “traidor”, “pitiyanqui”, “cachorro del imperialismo” o “cipayo”.

Justamente en esta deshumanización del enemigo político, se advierte que en Venezuela el grado de regresión del régimen y su conducta totalitaria con visos de sultanismo, fue desmantelando a una oposición que no era ni es capaz de medirse en terrenos políticos, pues estos ya no tienen cabida en un régimen que se colude con aliados criminales y violadores de derechos humanos, para consumar su obra de dominación total, llegando al extremo de aceptar el contubernio con grupos de irregulares quienes hacen vida en el país, pues el propio régimen se ha valido de ellos, para amedrentar y perseguir, atomizando así el territorio y confiriendo el monopolio legítimo de la violencia, con el único propósito de lograr establecer su perpetuidad en el poder.

Calificar con sentido supone indicar el talante gansteril de esta hegemonía y su absoluta responsabilidad en un proceso de escalamiento de daño en el lenguaje, en el espíritu y en la gnosis del venezolano, la argumentación es saboteada por la procacidad y la coprolalia, por la praxis del insulto además se logra también desmontar la argumentación cuando se acuden a criollismos, relatos personales, e introspecciones innecesarias que mantienen la atención de una audiencia entontecida y atolondrada, que no es capaz de ver el sacrificio del argumento, para construir causabilidad valida en el discurso.

Cada vez somos más pobres material y espiritualmente, en este proceso de expolio de la espiritualidad y la gnosis, la oposición que no se opone a nadie, pues sus locus de acción son irrespetados por un régimen que pisotea y arremete, juega en determinadas oportunidades en el mismo terreno del daño lingüístico, la venezolanización en el espacio público, se traduce en un flaco favor, el español estándar que solía usarse en nuestro país, ahora se intoxica con toda suerte de refranes, giros lingüísticos regionales y en pocas generaciones estaríamos viendo un proceso de divergencia lingüística con relación al español general, que se constituiría en un grado exponencial de aislamiento.

Para establecer una conclusión, el daño es material y moral, en lo material la ciencia económica ofrece por la vía de la combinación de las políticas monetarias, fiscales y de desarrollo un camino complejísimo, pero aun posible de abordar, pero para evaluar el daño antropológico y en especial este proceso de putrefacción lingüística y del pensamiento, requerimos el concurso de otras disciplinas del saber, exigir desde ya a todo aquel que hace uso de la palabra en espacios públicos un talante democrático, que insufle otredad y alteridad, para forjar democracia política y ética.

Sí salimos de este atolladero hay que repensar toda la república. Entre otras cosas y sin ambages, considerar una nueva constitución, ya que la que tenemos ha sido absolutamente vapuleada e irrespetada, tiene establecido el germen de este quebrantamiento del lenguaje y está redactada en términos absolutamente incompatibles con la libertad y la claridad del lenguaje, pletórica en circunloquios, reiteraciones y cacofonías y dictada para satisfacer los caprichos de Chávez, la palabra no puede volver a ser amenazada. Con una relación funcional entre ciudadanía y lenguaje se puede acceder a los conocimientos esenciales para una participación plural, los poderes públicos deben de proteger la libertad de la lengua y de la palabra, reforzando el aparato educativo, albergando la diversidad en el discurso y minimizando el relato único que será otro relato entre los muchos, que la urdimbre infinita del poder de la lengua tejan en el telar de la ciudadanía.

Los liderazgos deberán dirigirse a la mente y al corazón, líderes que convenzan con razón, no trovadores de esperanzas e irrealidades, ni tecnócratas alejados de las necesidades de las mayorías, necesitamos líderes que puedan desde el lenguaje verbal y no verbal asumir y poner de manifiesto su voluntad de rehacer lo que se ha destruido. La presencia de este régimen y sus atrocidades solo pueden explicarse en el hecho palmario de que lamentablemente lograron colonizar nuestros paradigmas y por ende nuestra manera de interpretar la realidad.

Podemos rescatar la eficiencia y belleza de la sintaxis, para restablecer la causalidad razonable y explicar esta andanada de atrocidades abriendo un compás de esperanza, esta tarea es urgente, pues corremos el riesgo de que el régimen se normalice y se asiente, para terminar de aplastar la reacción humana de la dignidad y mantenernos en este sopor de situación límite.

Regresarle al país su humanidad expropiada consiste en lograr una construcción sólida que propenda al holismo, la heteronomía, la individualidad por encima de lo colectivo, así pues la libertad estaría garantizada y se impondría a la incompatible identidad grupal, debemos insistir en mantener la llama crepitante de la libertad, asumir los riesgos de usar un lenguaje apropiado en el marco de las falacias de un gobierno total.

Estas líneas buscan alertar sobre los daños de la pobreza espiritual y el socavamiento de la lengua, cuyo uso pleno capacita al individuo de su fuerza natural, así al denunciar el daño moral y del lenguaje se honra la fuente más potente de la libertad y se impide y denuncia el asalto a nuestras conciencias.

“A veces se necesita tocar el fondo de la miseria para poder entender la verdad, igual que hay que lanzarse hasta el fondo del pozo para llegar a ver las estrellas.”

Vaclav Havel.

 


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