“Pueblo que olvida su propia historia está obligado a repetirla unas veces como comedia
y otras veces como tragedia”

Cicerón, La República

La idea de trascender los límites impuestos por el destino constituye una desviación propia de algunos sujetos que detentan el poder en los ámbitos tanto públicos como privados. Así, el dicho erróneamente atribuido a Eurípides que reza “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”, guarda especial conexión con el mundo actual en el que las personalidades desmesuradas de orgullo y arrogancia imponen un culto a la personalidad y un ejercicio de tributación de la irascibilidad con la presentación complaciente de cualquier atropello que pueda agradar a quien ejerce el poder, el deseo de trasgredir los limites morales y el desprecio temerario del espacio personal ajeno, es decir, el repudio a la otredad, se hacen patentes en el discurrir de esta civilización en caos en donde el colapso de Occidente nos lleva a auscultar en los antiguos griegos, cuna de nuestra civilización para hallar las alertas hacia los extravíos de la moral que se constituyen en riesgos en contra del orden general.

Los sentimientos violentos inspirados por las pasiones se conforman en los marcos comunes de pensamientos de muchos líderes políticos y empresariales, a los cuales la psicología clínica moderna los define como pacientes del síndrome de hubris, término que proviene de una declinación griega que se define como Hibris o Hybris y que no es otra cosa que la sobredimensión del orgullo y de la arrogancia, la falta de autocontrol, el desvío de la mesura, la sobriedad y la moderación, que son la terna que constituye la virtud cardinal de la prudencia, la cual es sustituida por la iracundia irracional, impuesta por la Ate, la personificación simbólica de la rabia; así, pues, para los antiguos griegos el primer designio de destrucción lanzado por los dioses contra los hombres lo constituía esta locura o hibris, la falta fundamental en el equilibrio de la moralidad virtuosa.

En este colapso de Occidente es menester auscultar los aportes de los griegos antiguos, para quienes el concepto de pecado no era corpóreo como sí lo es para la civilización judeocristiana, pero la presencia del orgullo ciego y la arrogancia sin mesura era una falta estructural. El hecho de desear más de la justa medida, de sobremerecer por encima de los demás, es la personificación de esta irracionalidad o locura moral; el castigo hacia esta apetencia exagerada es la némesis de volver al hombre a su justa limitación, evento fáctico que se constituye en el terror rumiante y paranoide de quienes solo detentan el poder, para saciar sus apetencias infinitas. Aquellos afectados por el hibris consideran que merecen más que lo considerado en el orden universal y jerárquico, llegándose a creer inmortales, sempiternos o ungidos por la historia para modificar los destinos.

Todas las tragedias griegas están signadas por la hibris, los protagonistas de estas tragedias eran acosados por las Erinias, las furibundas deidades de la irascibilidad que terminaban condenando al castigo divino a quienes detentaban un desprecio por el otro, así en el marco del derecho griego la hibris es el atropello del poderoso contra el débil, la hibris era pues un trágico error y era como lo señalé líneas precedentes el hilo conductor de todas las tragedias, encontramos este fatal error o desvío de la mesura, en la arrogancia de Agamenón, en la iracundia de Aquiles, en los celos de Medea, en el deseo de venganza e infidelidad de Clitemnestra y en la reciprocidad matricida de Orestes y Electra, todos los desvíos de la prudencia generaban como resultado trágicos finales y castigos ejemplificantes para sus perpetradores, así Edipo se saca los ojos de las cuencas para dejar de ver el horror de su hibris o arrogancia, Aracne es trocada en una mísera alimaña por su falta de humildad, el teatro y la mitología griega más que espacios estancos de la cultura son fuente inagotable de lecciones para la moralidad y la vida para evitar caer en extravíos del deber ser; sin embargo, nada parecemos haber aprendido en dos mil años y seguimos cometiendo los mismos errores y horrores, advertidos desde la cuna de nuestra civilización y he allí este ocaso al cual nos enfrentamos, en medio de esta batalla cultural.

En el ámbito actual, las consecuencias negativas de la hibris están asociadas a una falta de conocimiento e ignorancia por la historia, por su estudio y comprensión y por la falsa confianza y carencia de humildad, que caracterizan a estos tiempos de entropía y desorden en los cuales aún y frente a terribles riesgos no permiten, por indolencia y ausencia de alteridad, analizar la batalla cultural que se está desarrollando y que pone absolutamente todo en riesgo.

El colapso de la civilización al cual aludía Arnold Toynbee en su Estudio de la historia se debe a la némesis o venganza contra la creatividad, la hibris del orgullo desmesurado como factor de ruptura o inflexión hacia el colapso de nuestra civilización, la hibris o el exacerbado orgullo, suponen anestesiar a la crítica, requerir halagos constantes, asumir la impaciencia y hasta la pereza o procrastinación, pues para estos orates el mundo puede y debe entender que se requiere también de la paciencia para soportar sus propensiones a descansar de la tarea por ser insustituibles.

En estos 22 años de un convulso y hasta inexistente siglo XXI podríamos afirmar que el mundo está siendo amenazado por la hibris de la cual fuimos advertidos mientras Occidente era acurrucada en su cuna mediterránea de la Grecia antigua. Las personalidades como las de Vladimir Putin, a quien se le diagnostica como paciente de síndrome de hubris, sin advertir que lo que se encuentra desarrollando no es otra cosa que un plan alevoso y absolutamente espontáneo, provocado por una personalidad en la cual el orgullo no tiene límites y la arrogancia lo hacen cometer actos en contra de la humanidad para satisfacer su deseo de volver al mundo ruso, al “russky mir” y comportarse cual Iván el Terrible, demuestran que Occidente sencillamente no calibró jamás la amenaza de esta personalidad y lo que es aún peor, en el propio Occidente estas personalidades son también aupadas y justificadas bajo  formas de potabilización de personalidades carismáticas y populistas.

Hoy el mundo es amenazado por la hibris de Putin, quien se baña al igual que Hitler de multitudes frenéticas para hacer tolerables los horrores de una guerra injustificada y absolutamente censurable. Las sanciones aplicadas por Occidente no parecen surtir efecto en la idea de conquistar Ucrania, en la loca obstinación de trocarse en zar y engullir a toda Europa Oriental por el mero hecho de la afrenta que para su delirante psique constituye la proxémica de las antiguas repúblicas soviéticas con la Organización del Tratado del Atlántico Norte y la Unión Europea. Es impensable que se amenace el interés del poder total, con la idea discreta y simple de la libertad, la democracia y la progresividad.

Los horrores continúan, el mundo absorto en una mismidad que le cuesta mucho, cada vez más en un ensimismamiento que no le permite advertir los riesgos de la escalada de arrogancia y el orgullo, de la ira como hiedra que crece hacia cualquier forma de disenso e inclusive contra la propia existencia de la humanidad, el devenir sin sentido de este conflicto bélico, el deseo de apoderarse de Mariúpol y el drama inmisericorde del pueblo de Ucrania, son la consecuencia directa de la soberbia, la arrogancia y el orgullo sobredimensionados, trocados en trágico error hibris por los griegos y en el colapso de la civilización por Arnold Toynbee, así que no es solo un estado de catatonia de la eudaimonía,  sino un estado de postración de la creatividad como resultado del deseo de ser libres.

Es menester aclarar e incorporar nuestro drama nacional, pequeño para un mundo indolente pero profundamente doloroso para los 6 millones de migrantes y sus familias en este expaís, el apoyo de Venezuela a Rusia se pivota en el desprecio por los límites del otro, se afianza en la rabia y el odio hacia la mesura y se expande a través del orgullo y la arrogancia, encontrando allí la comunión de los dictadores.

“Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”

Anónimo.


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