El economista europeo Gunter Pauli es el principal impulsor de lo que se denomina “economía azul” en un contexto planetario en que tenemos alta contaminación, sobrepoblación, alto uso de energía y aún bajas metas en reducir, reciclar y reutilizar que aún no se cumplen en un mar económico global muy crispado, con diferencias de ricos-pobres abismales –y quizá ya insalvables– y en ese escenario –dantesco, por supuesto- viene el concepto de economía azul. Para ello tiene un libro “base” de su teoría: La economía azul. 10 años. 100 innovaciones. 100 millones de empleos, libro que además rechaza la economía “roja” –que el color no tiene nada que ver con el socialismo, sino en este caso con el capitalismo de alto consumo–.

Pauli busca que en este caos global se busque, en lo que se pueda y en tanto se resuelvan problemas vitales de la sociedad, emular el funcionamiento de la naturaleza que por milenios estuvo caminando, por así decirlo, como un reloj y sin las disrupciones que lógicamente fueron causadas por el masivo uso y disfrute de los humanos. Y para ello propone un modelo económico armónico con el entorno: la economía azul que implica cuidar esfuerzos en producir y mejorar condiciones de residuo del consumo. Reutilizar el residuo. Tarea complicada para la sociedad de consumo en la que estamos.  Además, propone que las necesidades mínimas del ser humano deban ser cubiertas a partir de recursos locales. Usar lo que se tiene a mano.

El concepto central de la teoría es que “en la naturaleza los nutrientes, materiales y energía siempre se reutilizan. La basura no existe. Cada producto lateral es la base para un nuevo producto”.

Y basado en ello la “naturaleza evolucionó desde pocas especies hacia una rica biodiversidad”. Aboga por una “naturaleza eficiente” de manera que “en la naturaleza las desventajas se convierten en ventajas”.

Dejo aquí un ejemplo que circula en redes y que grafica el pensamiento de Pauli: “Si yo tomo un café por mañana, los restos del café me sirven para cultivar un hongo. Cuando cultivo el hongo tengo un sustrato residual que me sirve como alimento para la gallina, así tengo tres alimentos en uno”.

En Bolivia, América Latina, el más ferviente seguidor y promotor de las ideas de la economía azul es mi buen amigo Katsumi Bani, boliviano japonés y exitoso ex alcalde de una ciudad (San Juan, Santa Cruz) que en algún momento se organizó y logró ganar, por su proyecto sostenible, un reconocido premio de Emiratos Árabes Unidos.

Del aprovechamiento de los residuos se puede pensar, en la lógica de la economía azul, en otros procesos de producción, lo que a su vez supone la creación de nuevo empleo. Pero en algún momento la formulación teórica “azul” entra en confrontación con la denominada “economía verde” que es, de acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, aquella que da lugar al mejoramiento del bienestar humano e igualdad social, mientras que se reducen significativamente los riesgos medioambientales y la escasez ecológica. Según Pauli, la economía verde se contrapone con la economía azul porque la verde requiere de mayores costes productivos para que la actual industria “se transforme” en totalmente verde. Y esos costes, en el paradigma de Pauli, son hundidos al consumidor final.

Ambos enfoques, sin embargo, no se han excluido porque no se han aplicado en porcentajes que –además de medidos– hayan sido determinantes para variar la forma de caminar de una sociedad compleja y moderna como la nuestra. Ambos enfoques permanecen, entonces, como nuevos modelos a aplicarse y quizá algún momento funcione uno mejor que otro, dependiendo de tiempos y de estados de avance de la sociedad.

Destacamos, además, los aportes de Gunter Pauli, creador de la empresa ZERI —Zero Emissions Research and Initiatives— para la energía también que son relacionados con revertir el cambio climático (con uso intensivo de la energía solar, por ejemplo).

El mensaje es que las industrias –que en este momento de la historia no pueden ser reemplazadas sino que más bien deben ser más eficientes– generen procesos menos dañinos y más en consonancia con el entorno. Y el principal enfoque es el uso de los desechos: por ahí va una segunda forma de aprovechamiento e industrialización. Quizá haga falta generar mejores modelos de producción en compañías industriales, pero la idea es más eficiencia, menos residuos. Y, por supuesto, mejorar la oferta local de productos para satisfacer la demanda local.

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