Sin duda, el tema de las desigualdades en Venezuela es uno de los puntos más álgidos y candentes del debate nacional. Al menos en las redes sociales. Desplazado -o estabilizado, como quiera verse- el entorno político venezolano, la ciudadanía habla de otros temas. Elementos que siente más cercanos a su día a día, y que si bien no puede modificar, al menos le brindan cierta capacidad reflexiva inmediata que el marco del cambio político no parece dar.

El argumento es bastante conocido. La idea de las dos Venezuelas. La de quienes juegan en un casino en el hotel Humboldt y la de quienes pasan hambre, miseria y pobreza. De allí se desencadena una discusión sin fin en las redes sociales, en las que de un lado a otro se favorecen o destruyen las visiones de “ambos” países.

El debate, sin duda, arroja mucha tela que cortar. De tanto escucharlo, confieso que me ha venido a la mente una pregunta que puede resultar un tanto disruptiva. ¿Son nuevas las “burbujas” en Venezuela, o por el contrario esta idea de la Venezuela de privilegios frente a la Venezuela empobrecida lleva décadas, por no decir siglos y quién sabe si hasta forma parte de nuestros propios antecedentes como nación y de la propia génesis de la patria?

Indudablemente, tal vez hoy Venezuela vive algunas de sus brechas más notorias en términos de pobreza. Es la consecuencia de años de socialismo real, cuyas consecuencias precisamente son estas: el establecimiento de una clase cercana al poder, llena de privilegios, y el de una gruesa capa de la población cuya situación de vida simplemente roza la supervivencia.

Algunos hablan de la existencia de mejoras económicas en el país. Y, ciertamente, la Venezuela de hoy tiene elementos distintos que no estaban presentes hace unos cinco años, por decir lo menos. Que se traten de mejoras reales, solo lo dirá el tiempo. Y las mejoras estructurales todavía requieren de muchas reformas que, al menos en nuestra perspectiva, todavía lucen incompletas y no gozan del consenso de los factores de poder.

En todo caso, y este es el aspecto fundamental de mi reflexión, pienso que el tema de las “dos” Venezuelas no es nuevo. Desde el mantuanaje que se sentaba con su mantas en la iglesia, hasta la idea de Juan Bimba, la noción de una brecha entre privilegiados  y desafortunados en Venezuela no es nueva. Dudo, por ejemplo, que el Hotel Humboldt cuando se creó en la década de 1950 fuese un espacio destinado a las grandes masas. Por el contrario, desde que se inauguró, el famoso hotel tuvo en entredicho su viabilidad financiera, y su factibilidad hoy en buena parte se debe a la existencia de la oferta de entretenimiento y gastronomía para personas de alto poder adquisitivo y, por supuesto, el controversial casino.

Y ejemplos como el casino de Humboldt hay miles. Sin embargo, no son nuevos. Lo que sí es realmente entristecedor es el hecho de que como sociedad, como hacedores de políticas públicas, no parecemos enfocados en generar instituciones inclusivas. Por el contrario, parecemos enfocados en promover una sociedad más excluyente, menos abierta y libre. Algunos de los deudores y críticos de lo que hoy sucede en Venezuela, fueron o son los mismos quienes en su momento disfrutaron una sociedad llena de privilegios y exclusiones, que también generaban vicios y distorsiones.

Sobre este tema, también se debe hablar. Parte de lo que pasa en el país se debe a una enorme cuota de resentimiento. Y pareciera, lamento decirlo, que nuestra historia reciente se traduce en la sustitución de un resentimiento por el de otros. Y así sucesivamente, solo en función de quienes detenten el poder. Así, lo que hoy se llama burbuja, no es más que la constatación de un círculo vicioso que ha impedido que el país realmente alcance la modernidad. Es mucha la tela que hay que cortar. Pero este tipo de discusiones debe darse, plantearse y debatirse. ¿Cuándo comenzó realmente nuestra sociedad de “burbujas” y las “dos Venezuelas? Allí les dejo esa pregunta.

 


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