La Real Academia de la Lengua Española brinda dos definiciones de la palabra progreso. La primera “Acción de ir hacia delante”. La segunda “Avance, adelanto, perfeccionamiento”. La idea del progreso calza bien con filosofías en las que las mejoras en la sociedad dependen de la acción política y del ejercicio del poder. Conveniente concepto que socialistas utilizan con esmero.

Una de las primeras incursiones de un Partido Progresista fue en Estados Unidos en las elecciones presidenciales de 1912. En aquella ocasión, el Partido Progresista, liderado por el expresidente Theodore Roosevelt (tío lejano de Franklin), se escindió del Partido Republicano. TR era un auténtico imperialista y conservador que comprendía que ciertas estructuras sociales eran insostenibles. Consideraba que las empresas monopólicas tenían demasiado poder (la Standard Oil entonces, las tecnológicas hoy) y había que someterlas.

Eran Trust Busters, “rompe conglomerados”, que impedían la aparición de competidores. La batalla contra Rockefeller y la Standard Oil fue épica y, aunque TR quiso evitarla, la ganó en todos sus frentes. El Partido Progresista fue derrotado, pero sus ideas no, las que se implementaron paulatinamente y a trompicones, para bien de Estados Unidos.

Entonces tenemos que, en ciertos momentos, la acción estatal es necesaria para corregir inequidades. Continuando con el caso de Estados Unidos, el mejor ejemplo de inequidades fue la segregación racial que se prolongó hasta la década del sesenta y que se suprimió por medio de una durísima intervención del gobierno federal.

El problema es que llegado cierto momento, el reformismo activista cumple su propósito. Muchos reformistas de antaño devienen en conservadores, pues su celo justiciero estaba encaminado a la preservación del sistema y poder legarlo fortalecido a las nuevas generaciones.

Otros reformistas en cambio, salen a la búsqueda eterna de nuevos paradigmas que romper, en una carrera sin fin que eventualmente deviene en nihilismo puro. Aquí es donde aparece la progresía: la continuidad de los avances y de las mejoras depende de nuevas reformas y de unos terribles monstruos a los que hay que derrotar (con ellos a cargo, obviamente).

En ese sentido, es incorrecto, por decir lo menos, equiparar la lucha contra la esclavitud y la segregación racial con el aborto en el segundo trimestre y la fluidez de género, ejemplos algo de caricatura pero que grafican bien el punto.

Hoy, a pesar del enorme progreso material, el péndulo se movió en dirección de los amantes del cambio por el cambio, por lo que defender las viejas certezas es fundamental. El cambio por el cambio solo conduce al caos y este a la muerte y la destrucción.

Por último, respecto del verdadero significado de ser conservador, algunos lúcidos pensadores señalan que se trata de una filosofía de prudencia, pues los cambios irreflexivos traen consecuencias imprevistas. Por eso, sin ánimo de caer en el inmovilismo, recordemos ese viejo adagio sobre caminos al infierno sembrados de buenas intenciones, por muy de moda que estén algunos de ellos.

Artículo publicado en el medio peruano El Reporte


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