El mejor consuelo en la vida es decir lo que se piensa

Voltaire

Nada es más apetecible para los seres humanos que tener control de todas las situaciones, las autónomas y las heterónomas. Puede esta actitud convertirse en un perfil o propensión de la personalidad, pero cuando este deseo trasciende los límites del sano ejercicio del orden y se troca en una conducta alevosa tendiente a controlar para dominar, entonces estamos frente al desbordamiento de un vicio absolutamente abyecto, controlar y dominar, copar todos los espacios, hacerse ubicuo, omnipresente y por ende total, haciendo yuxtaposición con la tesis arentdiana del germen del totalitarismo y desde luego suponiendo la incubación de la maldad y el exceso, eso que los griegos llamaban hibrys, es decir, el ejercicio extremo de la arrogancia y el desprecio por el otro.

Sentirse superlativos a los controlados, tocados por los dioses, elegidos entre los mortales o predestinados por la historia para regir los destinos de la colectividad, se conforman en conductas que  solamente están explicadas en la presencia de la locura moral, la hipnosis de la alteridad y la otredad, además de la contraproducente necesidad de recibir halagos que deviene coexistencia de una manía de todos los dictadores, quienes se trocan en payasos para morigerar sus apetencias aviesas e indecibles y atropellar la dignidad colectiva. Expandirse a las esferas más íntimas de los demás hasta el punto de suprimir la capacidad de pensar y actuar, se constituye en el culmen del ideal distópico totalitario para el horror, volver a la granja y reeditar 1984, que el gran hermano te vigile, que odiar sea amar, que la ira se convierta en una virtud y por ende apetezca emularla es el deseo de cualquier tirano.

Sin embargo, aunque controlar produzca fruición perversa, el triunfo de la tropelía, de la pulsión visceral y el abandono de los hábitos modeladores de la conducta, son la meta final de los modelos de copamiento absoluto, deconstruir el análisis siguiendo la tesis de Jacques Derrida, es el objetivo de quienes pretenden imponer y racionalizar aquello que es moralmente reprochable y políticamente inaceptable, es decir, la intención es mutar desde el horror totalitario hasta la insoportable levedad del ser, el nihilismo que se constituye en una hipnosis colectiva, en una suerte de vaho soporífero en medio del cual naufraga la ratio absoluta y se impone la relatividad, la distopía lúdica que hace permeable y tolerable cualquier atropello a la razón y la dignidad.

Como sociedad hemos caído de hinojos frente a los peores, la hez de la escoria se ha adueñado de nuestras vidas, de nuestros destinos, de los más elementales cálculos y estimaciones que pretendamos hacer y la causa de tal tragedia grupal, reside en el empobrecimiento degenerativo de la lengua, el uso de un lenguaje cada vez más depauperado, más pobre, menos coherente y en muchos casos hasta ininteligible, la neolengua es el indicador de mesura para explicar las causas de la derrota espiritual, de la catatonia de la eudaimonia y desde luego de la inoculación de la pobreza de la gnosis y el alma en una sociedad absolutamente vapuleada y por ende extraviada, que solo busca sobrevivir, resolver el día a día, dejado de hablar correctamente produciendo una falla continua en la capacidad intelectual y en el espíritu. Una sociedad que subsista en lugar de existir con dignidad es una sociedad condenada al horror del nihilismo, a la levedad de lo eminentemente grave y su sustitución por la chanza, la burla, la procacidad y la irrelevancia del sentido de la urgencia, en tal sentido nos hemos convertido en el objeto de fruición y por ende de placer al dejarnos controlar, mientras nos divertimos hasta la muerte.

Como corolario reitero que toda esta antinomia subyace en la pobreza del logo, en el naufragio de la escuela y de la educación, como transformadores sociales y en su eventual sustitución por un émulo que no procura enseñar a pensar y menos cuestionar los comandos o modos distintos del pensamiento; por el contrario, en la nueva educación del régimen se morigera la pretensión por obligarnos a obedecer para que no opongamos resistencia a la idea de ser sometidos y subyugados, así pues la educación deja de ser un instrumento de transformación social y se circunscribe a la mera simulación de aprender a obedecer, además de aceptar el uso de un lenguaje falaz, charlatán y connaturalmente mentiroso que siga permitiendo que la metástasis del totalitarismo nos carcoma como sociedad.

Cada día escuchamos en las calles, en el hogar y en las cada vez menos libres barricadas que constituyen las cátedras universitarias, la pregunta que retumba: ¿en dónde quedó Venezuela? La respuesta es muy fácil, el país reside en la barrera que impongamos a las formas de la comunicación oficial, el país ondea dichoso con su enseña tricolor de siete estrellas en los ámbitos libres de nuestros pensamientos, pero sobre todo Venezuela vive en la propiedad individual de nuestro relato, frente a estos mustios años del gobierno de los peores y así, pues, frente a las tropelías de la cacocracia nos queda la barricada personal de asumir la postura de Joachin Fest, repitiéndonos a diario la máxima de este valiente sobreviviente del III Reich, para gritarle a los cuatro vientos : “¡Yo No!”. Solo así, por la vía de no ser partícipe de este banquete que sirve como plato principal el horror de una nación en extinción, encontraremos la manera de no dejarnos dominar y haremos el evangelio de la libertad, para y con la libertad, preparando al menos el camino personal que impida la toma por asalto de nuestros entornos íntimos de pensamiento individual.

Ser libres pasa por ser valientes, ser libres supone tener la valentía para imponerse a esta antinomia y evitar caer en la trampa de la coexistencia armónica, con una heredad gansteril que solo busca la perpetuidad en el poder, la dominación del todo, nadie jamás estará a salvo de esta amenaza grupal, aunque torpemente piensen que bajando los brazos y siendo complacientes evitarán pasar por el horror. Esta antinomia violenta llamada revolución bolivariana ha demostrado ser genéticamente traidora y perversa, llegando incluso a tragarse a sus más caros cómplices en esta fechoría histórica, que nos ha causado tanto dolor. El compromiso es de cada quien, pues en estas lides no hay suplentes y el empeño debe y tiene que estar dirigido a la defensa de la dignidad individual con el necesario resguardo del bienestar del alma y de la lengua, en una palabra, comprometernos en la sola acción de no comportarnos como ellos. Siendo diametralmente opuestos comenzaremos a enderezar este escollo histórico en nuestro devenir social.

Es difícil liberar a los tontos de las cadenas que veneran

Voltaire


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