La Iglesia Católica en Venezuela es la institución con más credibilidad en el país. No hay otra institución con tanta penetración en todos los sectores de la sociedad, en todas las regiones, Estados y pueblos de Venezuela. La Iglesia está en contacto permanente con el ciudadano de a pie en todos los rincones del país. Nadie conoce más, ni ha acompañado más al pueblo venezolano en esta época de penurias como la Iglesia Católica Venezolana, sus distintas instituciones, congregaciones y movimientos.

En un momento en el que las instituciones venezolanas han sido destruidas por el caos económico, corroídas por la corrupción, diluidas por la diáspora; incluso los partidos políticos golpeados por la persecución han perdido gran parte de sus estructuras que los mantenían en contacto directo con la gente de a pie y con el sentir de la ciudadanía; incluso en este contexto la Iglesia se ha mantenido de pie, al servicio de la feligresía.

Si hay una institución que ha sido clara y firme frente al chavismo en estos 20 años esa ha sido la Iglesia Católica. Esa posición nunca ha buscado aplausos. Cuando la mayoría del país auspiciaba las locuras del gobierno, la Iglesia siempre alzó su voz.

La semana pasada la Conferencia Episcopal Venezolana emitió un comunicado en el que expresa su opinión y sus propuestas en torno a la coyuntura política actual del país. Hay que aclarar que no se trata de un documento doctrinario. No busca analizar ninguna cuestión de fe, ni es de obligatorio cumplimiento para nosotros los católicos. Se trata simplemente de una opinión, una visión de la actualidad política del país en el marco de las pretendidas elecciones de diciembre.

Es normal que hayan posiciones a favor y en contra de cualquier opinión tanto de la Conferencia Episcopal como de cualquier otra institución en el país. El disenso está bien, es positivo, enriquece el debate. Lo que que es absurdo es la reacción de algunos factores que están en desacuerdo con la posición del comunicado.

En Venezuela no podemos aceptar el pensamiento único, ni hegemónico de nadie. Tenemos 20 años luchando contra eso. Tristemente algunos de los que también han combatido eso, ahora pareciera que pretenden imitarlo. No aceptan crítica, ni opinión en contrario.

No se toman en cuenta argumentos, ni razones; se ataca a matar a las personas, a aniquilarlos como si de un enemigo a muerte se tratara. La Conferencia Episcopal emitió su posición con respecto al escenario. Lo ha hecho desde siempre y tiene derecho a seguirlo haciendo, al igual que todos los sectores del país. Podemos expresar nuestro desacuerdo o acuerdo con el criterio de la Conferencia Episcopal, lo que no podemos es difamar a una institución honorable compuesta de hombres muy respetables de comprobada trayectoria y ética moral.

Entonces resulta que como algunos no están de acuerdo con la posición de la Conferencia Episcopal Venezolana, ahora el cardenal Porras, o el cardenal Urosa Savino, hombres ejemplares; son traidores, sinvergüenzas, delincuentes, vendepatrias, colaboracionistas y casi que el demonio mismo en persona. Eso y mucho más les han dicho en la típica campañita de guerra sucia en redes sociales y otros medios de comunicación.

Vivimos los tiempos del mundo al revés. Yo conozco a muchos de los que se han pronunciado en contra de la Conferencia Episcopal, algunos personas honorables que lo han hecho con altura. Otros comprobados sinvergüenzas que bajo el halo de santidad de la «Unidad» han hecho desastres y nadie les dice nada justamente para no «quebrar el bloque». En algunos casos se ha rebatido el comunicado con argumentos aceptables, en otros casos se denota ni siquiera haber leído el comunicado.

Esto no se trata de si la Conferencia Episcopal tiene razón o no. No se trata del contenido del comunicado, ese es otro tema, defiendo el derecho que tienen a expresar libremente su postura. Se trata de que esa institución como muchas otras en este país merecen respeto, estemos o no de acuerdo con ellos. Se trata de no copiar la misma tiranía que sufrimos. Se trata de defender el derecho que tiene cualquiera a decir lo que le parezca en un país que queremos libre. ¿Quién puede defender la libertad condenando al que disiente a la opresión?

Estamos claros que muchos hacen el juego a quienes están en el poder y a otros muchos los han comprado. Pero no todo el que disiente de un sector de la oposición está en la misma clasificación de los llamados alacranes («opositores» comprados por los chavistas) o de la llamada mesita («opositores» complacientes con los chavistas que se han sentado a negociar de espaldas al pueblo).

La política debe ser unir y no desunir, construir y no destruir. Si continuamos la política de la canibalización entre nosotros y la pretensión de imponer una falsa moral como camisa de fuerza del pensamiento y como herramienta hegemónica de control, terminaremos más fragmentados y entrampados de lo que estamos.

Este picadillo opositor es lo que explica que un país en donde más de 80% de la población quiere cambiar el rumbo de la nación y sus instituciones, no pueda encontrar expresión, ni pueda aglutinarse de forma perdurable en torno a un liderazgo colectivo con un proyecto que movilice a todos los sectores del país para iniciar la reconstrucción de Venezuela.


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