Por un gesto de generosa bondad de su autora, la escritora (poeta, cuentista y novelista) traductora  y periodista mexicana Zel Cabrera, (Iguala, Guerrero, 1988) llega a mis manos una singular novela puesta en circulación por la Editorial Gato Blanco en su primera edición del mes de octubre de 2023.

Tal como apunta la también escritora Diana Ramírez Luna, a propósito del poemario de Zel Cabrera titulado: Perras, “siempre he tenido la idea romántica de que cada libro llega a nosotros por algún motivo, que dentro de él hay un secreto guardado especialmente para cada lector y que nuestra tarea es descubrirlo para, luego, descubrirnos en él”.

Tomando en cuenta que para ser su primera novela, este libro está formidablemente bien concebido y mejor escrito. Sus personajes: Horacio Saavedra, quien a la sazón funge en la novela como director de inteligencia del Departamento de Policía de Cuernavaca que protogoniza un tórrido amor pasional con Viridiana Carrillo, periodista, quien hace las veces de jefa de Medios Digitales del periódico Hora 21 Rebeca Robles, también comunicadora social de medios impresos, a quien la autora de la novela cariñosamente le llama Beco o Bequito, el periodista Arnulfo Mojica del diario La Voz del Pueblo, el Comandante Juan Camarena, quien tras una vertiginosa e inobjetable carrera policial logra alcanzar el grado de General, la Alcaldesa Rosales, Joaquina del Rosal, también reportera de notas rojas en el diario Novedades Morelos, El Flaquito, un reportero de la Sección de Cultura y Sociedad del diario La Unión de Morelos, Alberto de la Torre, funcionario policial encargado de relaciones públicas con los medios de comunicación. Muchos diálogos, especialmente llevados a cabo por reporteros y periodistas se escenifican en sitios y lugares sórdidos que la propia novelista no tiene ningún escrúpulo en llamar “algún bar de mala muerte”(p.25) O también, “algún rincón mugriento de cantina”, de donde se colige que el riesgoso y peligrosísimo oficio de búsqueda, redacción y divulgación de la noticia en la mayoría de nuestros países latinoamericanos las más de las veces comporta pagar un precio demasiado elevado y en no pocas ocasiones en desempeño del ejercicio del periodismo se paga con la vida misma.

La novela se ambienta indistintamente en los más insospechados predios callejeros de lo que la autora prefiere denominar eufemísticamente “la Ciudad de la Eterna primavera” (Cuernavaca) que de la noche a la mañana se ve envuelta en verdadero polvorín; 11 explosiones de coches-bombas curiosamente todos de marca Pontiac de los años 1999, 2001, 2003 y 2006 que siembra de terror, miedo e incertidumbre el ánimo de los cuernavaquenses. Como resultado de una cadena de explosiones la decena de coches va quedando un lamentable saldo de algo más de una treintena de muertos y decenas de heridos de gravedad.

Total: una tragedia de dimensiones incalculables. Muchas páginas de esta novela revela y patentiza una inveterada pulcritud redaccional y una encomiable sintaxis narrativa que, obviamente, da cuenta de la incuestionable solvencia expresiva de su autora. Un inusual dominio de la prosa narrativa que se me antoja comparar con asombrosos tips fotográficos que van rielando ante los ojos del lector a modo de “travellings”.

La autora de Cómo pesa el silencio de los muertos es munífica en su relato de largo aliento; miríadas de detalles componen tapices narrativos que la escritora zurce minuciosamente con singular maestría en el arte del narrar. En esto último la madurez discursiva de Zel Cabrera es evidentemente inocultable.

Por esta primera novela de nuestra lúcida e inteligente Igualteca Zel Cabrera también se hacen presente las vertiginosas e instantáneas redes sociales en donde destacan las páginas de Facebook del diario Hora 21 y el papel preponderante de los omnipresentes dispositivos móviles en la vida digital de los personajes que pueblan la novela.

Valga subrayarlo una vez más; los personajes invencionados por la autora beben café tinto y cerveza como beber agua y casi todos fuman como locos. Naturalmente, no podía ser de otro modo, pues la vida agitada y el endemoniado ajetreo del ejercicio del periodismo en las laberínticas ciudadelas y metrópolis latinoamericanas terminan convirtiendo los “cigarrillos”,“tintos” y “las chelas” en aliados fundamentales del diarismo de calle para soportar la presión psicológica derivada del riesgoso oficio de informar. De la atenta lectura de esta novela se infiere que los personajes ideados por la autora, en el intenso fragor de sus vidas y desempeños profesionales desarrollan incontrolables adicciones a la “nicotina” y la “cafeína”; excepto Rebeca que se administra drogas prohibidas.

 


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