La Constitución en el Preámbulo afirma como su finalidad suprema refundar la República para lograr una sociedad, cuyas primeras tres notas han de ser: democrática, participativa y protagónica. Ahora bien, ¿quién ha de ser el constructor de esa polis? El artículo 5 responde: el pueblo soberano, de modo directo o indirecto, pero, en todo caso, primero, originario.

La democracia etimológicamente dice “poder del pueblo”, expresión de su soberanía. Ésta, con todo, no se da sin más, por cuanto exige participación y protagonismo.  Entraña, en efecto, compromiso real, corresponsabilidad efectiva e irrenunciable proactividad. Requiere una seria educación para ello y fraguar mecanismos indispensables.

A finales del siglo pasado se habló bastante de los cogollos hegemónicos de los partidos, cuando las dirigencias se convirtieron en grupos cerrados, autosuficientes, dejando de ser vasos comunicantes con la militancia partidista y la población en general. Alguna vez oí decir a un alto directivo nacional, en vísperas de unas elecciones presidenciales, que lo más importante no era el candidato, sino la maquinaria partidista que lo llevaría al poder.

Cuando hoy se plantea una necesaria refundación del país es porque el manejo político no ha ido acorde con la participación y el protagonismo genuinos del soberano. Tenemos así un régimen opresor que se considera omnisciente y omnipotente, un liderazgo partidista con pretensiones de autosuficiente y una ciudadanía más bien replegada como observadora, confusa y aquejada en buena medida por el síndrome de Estocolmo.

Hay una expresión, que si bien no puede ser asumida axiomáticamente, no deja de exhibir gran parte de verdad: los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Afirmación que han de tomarse como desafío hacia la transformación de la realidad.

La gravísima crisis del país, que tiene como causa principal el gobierno dictatorial de proyecto totalitario, exige un esfuerzo muy grande para el cambio democrático de mentes, procedimientos y estructuras. Lo de mentes se refiere a formación, educación, para la participación y el protagonismo ciudadanos, con miras a una convivencia de significativa calidad humana (ético-cultural, espiritual, social) y un ordenamiento societario promotor de corresponsabilidad, compartir, solidaridad. Con gente pasiva, cautiva, encuadrada en estructuras hegemónicas y monopólicas no se puede pensar en un futuro democrático, de consistente bien común. En la Iglesia Católica, por cierto, está hoy sobre el tapete el tema de la sinodalidad (en griego quiere decir caminar juntos), que busca promover precisamente la participación, la corresponsabilidad de los creyentes en los varios ámbitos eclesiales hacia el cumplimiento de la común misión evangelizadora.

Participación -derivada de parte- significa que cada quien debe asumir la tarea que le corresponde dentro del conjunto social  y ser protagonista en alguna forma de la suerte del mismo. Responsabilizándose siempre, en pequeño o en grande, de algo. No sentándose a esperar que le compongan su hábitat, sino asumiéndolo en concreto (familia, vecindario, pueblo, región, nación; grupo, sector, gremio, partido…). Pensando con la propia cabeza y poniendo en acción la libertad.

Participación es “meter las manos en la masa”, enfrentar lo poco o mucho que corresponde hacia un horizonte de bien común. Es tomar conciencia de ser actor y no simple paciente, buscando los mejores modos de ejercer el servicio ciudadano y, si toca, ocupando primeros puestos, no ciertamente por soberbia o avaricia, sino en la línea de una solidaridad corresponsable.

Nuestra historia nacional con su persistente secuencia de gobiernos de fuerza, dictaduras, oligarquías, partidocratismos, populismos y pare de contar, no ha sido la mejor escuela de participación ciudadana y de protagonismo efectivo y compartido.  Ahora bien, para remodelar mentes y reconstruir tejidos y estructuras, nadie puede considerarse desempleado y excluido en esta empresa societaria, en la cual va de por medio el futuro deseable de la nación. Repito: al hay que debo cambiarlo por el tengo que y entrar en acción para poder decir estoy en.

El soberano sea de veras soberano, participando y protagonizando.

 

 

 

 

 

 

 


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