Mujeres Ybarana, río Parucito, San Juan de Manapiare, Amazonas. Foto Alfredo cedeño

Vengo de una generación que creció oyendo hablar del Hombre Nuevo, así en mayúsculas y cursivas, porque era como se mencionaba, casi había que ponerse de pie y golpearse el corazón, que ni el himno nacional, pues. Crecí rodeado de mensajes y dogmas en torno a la igualdad, la justicia y, por encima de todo –también por debajo, a los lados, y por donde cualquier cosa se asomara–, oyendo el sermón con aire de responso que hablaba de la lucha de clases. Era un combate feroz de pobres contra ricos, se anunciaban las heroicas victorias de los acerados sindicatos contra las purulentas cúpulas empresariales, se enaltecía la épica resistencia del pueblo vietnamita frente al águila feroz imperialista, y así, como unas suertes de Buzz Ligthyear proletarios, hasta el infinito y más allá se hablaba de la necesidad de un mundo igualitario sin clases sociales.

Esas soflamas de una vanguardia pensante progresista, que invitaba a tomar el cielo por asalto, fueron, cual libro de Kafka, convirtiéndose en una caja de repercusión de la lucha por la autodeterminación de los pueblos, lo cual vino como anillo al dedo a vivianes como Fidel para ampararse allí y seguir ahorcando a su isla natal. Más tarde, ser de avanzada, ser “progre”, fue sensibilizarse ante las minorías. Ya el proletariado había pasado de moda, ya el olor a sobacos obreros comenzaba a afectar sus delicados apéndices nasales. Porque algo sí han tenido siempre esos discípulos de Catón, Marx y Gramsci, y lo cual nunca han ocultado, es su gusto por lo caro. ¿Acaso no usaba el ya mentado Fidel dos Rolex en su muñeca? A más de uno de esos revolucionarios les oí decir: “Como decía Lenin, (falta saber si el barba de cabra lo dijo) de la burguesía el vino y sus mujeres”. No hay nada que le guste más a uno de esos zarrapastrosos que una mujer hermosa de uñas impecables y porte precioso.

Las minorías que referí antes, y por las que se peleaban a dentelladas, estableciendo cada uno sus respectivas parcelas, fueron negros e indios. Perdón, afroamericanos e indígenas, antes de que cualquier lector “sensibilizado” convulsione ante mi trato discriminatorio con ellos. Y así vimos especialistas que se fueron a África y otros al Amazonas. El indigenismo provocó un verdadero furor, rozando la histeria, que solo alcanzó el grupo Menudo en su buena época. Aparecieron gurús y mártires de la causa indígena, brotaron como ramos de verdolaga en la sabana, el imperialismo estaba representado por las misiones evangélicas americanas. Es cierto que esas organizaciones religiosas provocaron daños terribles entre las culturas de nuestro Amazonas; yo mismo documenté el caso de los yabarana en la cuenca del río Parusito en las afueras de San Juan de Manapiare. Al calor de la defensa de los “pueblos originarios de América” se rodaron películas en 16 mm, una que fue particularmente exitosa, con premios de todo tipo, fue una poderosa herramienta de denuncia contra la misión Nuevas Tribus. Sin embargo, debo decir que la cinta, cuya parte medular era las palabras  de un shamán yekwana, que se suponía habían sido recogidas en su ambiente natal en el corazón de Amazonas, en realidad fueron realizadas en el parque Los Chorros de Caracas. Y como eso, hay decenas de otros ejemplos de cualquier tenor.

En el caso de los hijos del continente negro también hubo toda clase de “investigaciones” profusamente regadas con dinero público, que ministerios, institutos autónomos y universidades prodigaron a sus portaestandartes.

Las metamorfosis han sido continuas, muchas veces imperceptibles, pero siempre presentes. Más tarde vimos la epopeya de la batalla por el derecho de gays, lesbianas, trans y demás colaterales; allí se desmelenaron muchos, que antes vimos enarbolando claras e inequívocas banderas de segregación, clamando por los derechos de esa minoría; la cual fue manipulada a conciencia y sin temor a Dios por esa misma “vanguardia progresista”, al punto que un verdugo de esa comunidad como fue el argentino Ernesto Guevara terminó convertido en un ícono que ocupa lugar destacado en las marchas del orgullo gay en el mundo entero.

Si algo caracteriza a ese frente de la progresía es su habilidad pasmosa para el cambio, y en estos días nos tienen hasta las narices con el recalentamiento global. Ahora desde los peos de las vacas hasta el desodorante que usamos son los responsables de tal calamidad. Mientras tanto usted los puede ver desplazándose en aviones privados, autos blindados, comiendo en restaurantes exquisitos y comprando en las principales tiendas de las grandes capitales, donde acuden ceremoniosos y con caras de circunstancias a pontificar sobre los daños irreversibles del voraz capitalismo en la madre tierra.

Mi esperanza es que pronto emulen a Gregorio Samsa para, una vez hechos cucarachas, pisarlos hasta cerciorarnos que semejante plaga ya no aletea.

© Alfredo Cedeño

http://textosyfotos.blogspot.com/

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