Como con eso de las tetas tampoco. No habrá paraíso y sí, el infierno de la decepción y la depresión por la desesperanza por un nuevo fracaso. Todo eso si no hay plan.

A las 10:00 de la mañana, en el 5to piso del Ministerio de la Defensa, el 12 de abril de 2002 todo era euforia. A esa hora el teniente coronel Hugo Chávez estaba tras las rejas del regimiento de policía militar. Los mandos militares leales a la revolución se mantenían aún en sus cargos y solo se oían las voces de los cercanos juristas civiles y militares haciendo argumentaciones constitucionales sobre todos los eventos de la gigantesca marcha y los pronunciamientos de los mandos militares de la tarde anterior que obligaron a la renuncia y la posterior detención del presidente comandante. ¡Eso es un golpe de Estado! Con esa conclusión airada dejaban al aire su desacuerdo con lo que estaba ocurriendo. Esa era la letanía que más se oía.

A primeras horas del ese día, después de un desayuno en el comando logístico del ejército con el Estado Mayor y todos los jefes de los servicios técnicos, más un invitado inesperado, el general Melvin López Hidalgo, todo el grupo de oficiales disfrutaba de una victoria aún no consolidada, mientras en la sobremesa se rememoraban los sucesos de la tarde anterior.  En ese mismo momento, al lado, la reacción del régimen empezaba a tener cuerpo de contraataque.

-Cochinos fascistas, traidores -las fuertes expresiones procedían de un grupo de chavistas militantes que se encontraba apostado a la entrada de la alcabala número 3 del Fuerte Tiuna, imponentemente custodiada por dos unidades de tanques Dragoon del poderoso Batallón de Tanques Ayala. Solo uno de los ocupantes del vehículo, que se dirigía hacia la sede del Ministerio de la Defensa, prestó atención a los insultos y a la furtiva presencia del general de división del Ejército, Jorge Luis García Carneiro, quien megáfono en mano, acompañado del general de brigada Wilfredo Ramón Silva, arengaba al grupo de civiles para que permanecieran frente a la alcabala, a la espera de noticias del presidente detenido.

Había una convocatoria para iniciar la juramentación del nuevo presidente a las 11:00 am en Miraflores. Los militares designados para los altos cargos se estaban uniformando correctamente para esa ocasión formal. Mientras se ajustaban los nudos de la corbata y se terminaban de arreglar, la concentración de la alcabala número 3 de Fuerte Tiuna aumentaba en número con civiles y militares. En algún momento alguien preguntó por qué los generales García Carneiro y Silva Wilfredo no habían sido detenidos y relevados de sus comandos de acuerdo con el plan establecido. La respuesta fue emocional y completamente sorpresiva: «No es necesario seguir ese plan. No hay que detenerlos. Vamos a Miraflores a formar gobierno». Todos los éxitos del 11 de abril de 2002, hasta las 3:00 am del día 12, fueron el resultado de la aplicación de un plan ejecutado exactamente hasta que se salieron del mismo. Y se desató la improvisación. El triunfalismo y la emocionalidad se impusieron. El plan se dejó detrás de la puerta mientras el chavismo se reorganizaba en las calles y en fuerte Tiuna. El cierre de todas las alcabalas de Fuerte Tiuna, la interferencia en los sistemas de comunicaciones y la previsión de los pronunciamientos de los altos mandos de las fuerzas, una planificación ensayada y ejecutada de manera sincronizada y coordinada con meses de anticipación había funcionado con exactitud. Una compañía de 60 hombres al mando de un capitán que hacía de seguridad desde tempranas horas de la tarde del 11 en el edificio en Chacao, donde estaba todo el engranaje del plan y desde donde se hizo el primer pronunciamiento militar, había sido despachada para su cuartel. «Ya no hace falta» fue el razonamiento del oficial general que sugirió el retiro. «Ya estamos formando gobierno» y con eso terminó de abrochar todo y terminar de abrirle la puerta a la reacción revolucionaria que finalizó el 13 con el retorno de Chávez, crucifijo en mano. Lo demás es historia conocida de los errores que arrancaron cuando anunciaron en la puerta de la oficina del comandante general del ejército de ese entonces, el general Vásquez Velasco, que el nuevo presidente de la República era Pedro Carmona Estanga. «¡Esto se jodió!», gritó un enojado Carlos Ortega mientras se montaba en una avioneta que lo llevaba hacia el estado Falcón. Y ese no era el plan.

Como con lo de la plaza Altamira. Nunca hubo un plan. Cuando se preguntaba, la respuesta arrogante era: hay un plan B, C y D. Y con el gobierno interino las letras del abecedario se iban generalmente hasta la H y mucho más. Al final no hubo ningún plan y era inevitable recordar a Francisco de Miranda antes de que lo enviaran preso para La Carraca. ¡Bochinche, bochinche, esta gente solo sabe hacer bochinche!

El régimen tiene planes que ha venido ejecutando con precisión de relojero. La Constitución Nacional de 1999 es un plan que ha venido cumpliéndose. El Plan de la Patria ya va por su segunda versión vigente hasta 2025, el Plan República que se despliega con cada proceso de elecciones, mutó en su diseño original hasta 1998 para servir de soporte revolucionario de la actual Fuerza Armada Nacional (FAN) y de la logística de los puntos rojos, de las unidades de batalla Bolívar-Chávez y de la Milicia Nacional en todos los centros electorales del país. Desde allí se proyectan (en un plan de repliegue y despliegue) ante una situación de orden público que escale a orden interno para maniobrar nacionalmente en el marco del plan de operaciones Zamora para enfrentarse al enemigo interno (la oposición política) y reducir cualquier riesgo que amenace la permanencia de la revolución bolivariana en el poder. Esa es parte de las enseñanzas rojas rojitas del 11 de abril de 2002 en el concepto operativo de “recuperar el poder inmediatamente en caso de perderlo”. Eso es un plan. El otro es pasar a una etapa de guerra popular prolongada. Y eso es otro plan. Y a un plan se le enfrenta con otro plan. ¿Hay un plan para plantarse ante eso?

La próxima oportunidad política de los venezolanos para propiciar un cambio político en el país por la vía pacífica, constitucional y electoral está frente a las elecciones presidenciales del año 2024, en un largo camino por recorrer dentro de la oposición que pasa por escoger una candidatura unitaria que agrupe la esperanza de ese 85% que está viendo con mucho optimismo hacia el futuro. Y es de cara a la actual coyuntura, sin necesidad de agotar todas las letras en la respuesta, que uno pregunta ¿Hay un plan? La otra vía es la de la insurrección general justificada en los artículos 5, 328, 333 y 350 de la Constitución Nacional.

Sin tetas no hay paraíso, como si no hubiera un plan para las tetas.


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