Nos resistimos, no queremos cambiar, cada día que nos levantamos, luego de una noche de insomnio, comenzamos de nuevo una lucha intestina que nos impide ver más allá de nuestra zona de confort. Cuando abrimos los ojos, siempre miramos por el lado que menos nos afecta, ya que nos enseñaron a ser cómodos y sin derecho a pensar.

Le huimos a la verdad y a la justicia, muchos menos pagar por nuestros errores. Desterramos de nuestra conciencia el arrepentimiento, porque nuestro orgullo nos impide asumir nuestras equivocaciones, ya que nos negamos a padecer el sufrimiento que con nuestras acciones nos merecemos.

Hacemos de la tristeza y el bochorno lo común de nuestro día tras día. Ya no nos importa la libertad, mucho menos la democracia. Cuando oímos hablar del imperio de la ley, ya para nosotros es un eufemismo. Solo nos aferramos al pasado, porque es el único lugar que produce alegría y paz. Añoramos lo que fuimos, pero no tenemos el valor de cambiar el presente y mucho menos el futuro.

Pero en cualquier momento debemos abrir los ojos y entender que la historia de nuestra nación se está escribiendo aquí y ahora. Es notorio que estamos perdiendo los principios constitucionales, en el cual ya no contamos con derechos pero sí con muchos deberes partidistas y proselitistas, que han destruido nuestra esencia como ciudadanos.

Ya los héroes de nuestra patria quedaron en el pasado, porque en el presente los cobardes se esconden atrás de un teclado. Los políticos actuales mandan al pueblo al frente para sacrificarse, mientras ellos se ocultan detrás de un discurso que no lleva a ninguna parte. Ya no importan los mártires que dieron su vida para que unos y otros lograran alguna cuota de poder. No importa la muerte, con tal de lograr una gobernación, una alcaldía o una diputación. Venezolanos inmolados inútilmente, para que algunos pocos sigan disfrutando de las dádivas del Estado.

Pero no hay remedio para el dolor provocado, no hay palabra que pueda minimizar la tristeza en muchos hogares, solo la decepción y el desencanto hacia aquellos que se llenaron la boca con la palabra democracia, pero huyeron con la primera bomba lacrimógena. Son representantes fieles de la vergüenza pero a la vez del oportunismo, provocando el distanciamiento con los venezolanos de a pié.

Unos y otros se han esmerado en triturar la conciencia de los ciudadanos, porque han aceptado con resignación que la moral ya no forma parte de nuestra idiosincrasia. Ya es notorio nuestro anclaje en el pasado, en el cual el que manda es el que controla la violencia, la persecución, el encarcelamiento y a veces, la muerte. A nuestros presos políticos, que son mártires de la libertad, son olvidados para no comprometernos con la verdad, a su vez, le tememos a la responsabilidad, en nuestro diccionario personal, solo hay dos palabras que han prevalecido en los últimos años, temor y egoísmo.

Desde 1998, nos embriagaron con frases revolucionarias, gestas heroicas de unos golpistas, canciones sin sentido ofreciendo justicia utópica y la redención del pueblo para poder justificar sus futuros actos de crueldad. De lo anterior se puede concluir que nos convirtieron en una sociedad de pobres, no solo económicamente hablando, sino en nuestra esencia, porque destruyeron las bases de nuestra civilidad como sociedad.

Hoy por hoy, el venezolano vive del recuerdo, buscando en el pasado el consuelo que no consigue en el presente, porque añora lo que una vez fue, además, sabe que el futuro no es nada alentador.

Desde la llegada de la revolución, el único logro que han mostrado es el haber sido unos asaltantes temerarios, aplicando el estratagema de la tierra arrasada para que debajo de su dominio no naciera de nuevo el espíritu democrático del venezolano. Ya el saber no cuenta, ya el esfuerzo y la meritocracia no cuenta, solo vale la resignación y el silencio.

Para muestra, lo que han hecho con la educación, en su aspecto pedagógico y con la infraestructura de los centros educativos en todos los niveles. Porque para los populistas demagogos las ciencias son el peor enemigo, porque saben que logran lo que ningún mesiánico ha podido hacer, que el pueblo piense, compare y decida sabiamente.

Lo anterior no es buscar culpables, porque todos somos responsables, tanto aquellos que se dejaron embriagar por los cantos de sirena, como algunos que no supieron ni supimos hacerle frente al demagogo, porque perdimos la osadía y el coraje para enfrentar el festín y la desmesura de la insensatez demencial, que nos llevó inexorablemente a los tiempos del sargento necesario, repitiendo errores que supuestamente superamos cuando salimos de la última dictadura, por allá el 23 de enero de 1958.

Sin embargo, en las dos últimas décadas no supimos y no quisimos superar los mensajes alucinantes de un farsante, que el único talento que supo explotar fue el despertar del odio entre hermanos, utilizando el ensañamiento y el arrebato como único canal de comunicación, acompañado en todo momento de un lenguaje cautivador, buscando culpables en falsos enemigos y construyendo una ideología sustentada en heroicidades de la guerra de independencia, con la única finalidad para que quedáramos anclados en el siglo XIX.

La revolución bolivariana ha mostrado siempre un desprecio hacia las leyes, desde que se juramentó el eterno sobre una supuesta moribunda Constitución, hasta con la creación de otra, hecha a imagen y semejanza de sus caprichos. En algo siempre fueron sinceros, en mostrar desprecio a toda institución del Estado que no podían dominar en su momento. Nadie se salvó, hasta que lograron el control total, con la única finalidad, no para defender al ciudadano, sino para perpetuarse en el poder.

En este momento Venezuela ya no se queja, ya no expresa su inconformidad, más bien piensa que todo está en camino de arreglarse. Pero, ¿porqué se calla el país? La respuesta está en las amenazas de un gobierno autoritario, que utiliza todo el aparato del Estado, para asfixiar las expresiones de disconformidad, críticas y descontentos por la falta de libertad.

En pocas palabras, en el país todo se cambió, para supuestamente mejorar las condiciones de la gente, porque los revolucionarios aducen que son los garantes del poder originario, pero en realidad todo fue para peor, tanto Hugo antes y Nicolás ahora, piensan que son la encarnación del Estado, es decir, únicos representantes del pueblo, pero lo que han predicado en estos años ha sido el caos, la anarquía, el desorden, la incertidumbre y la arbitrariedad como ideales para construir una supuesta nueva república, una nueva patria.

Después de más de 8.400 días de gobierno rojo rojito, ya el engaño bolivariano ha sido desvelado, lo que quisieron desde un primer momento, era, es y será una nueva dictadura tumultuaria, porque se creen los elegidos de la legitimidad del pueblo, en el cual los otros son los traidores, los otros son los corruptos, los otros son los golpistas, ya que ellos, son pulcros e inmaculados, por el simple hecho de ser revolucionarios.

Lamentablemente, todo se ha transformado en un infortunado disimulo, en el cual la justicia solo se aplica a los intereses partidistas, porque las leyes sólo están expresas en el papel y las instituciones son solo vistosas en sus páginas webs. Lo que nos ha llevado a la peor tragedia que un Estado pueda sufrir, es decir, que sea considerado fallido, ya que el gobierno que está ejerciendo las funciones del poder público, es incapaz de procurar y sostener las responsabilidades básicas de un país soberano, en pocas palabras, como su defensa militar, la aplicación correcta de la ley para que se haga justicia, que el sistema de educación y salud funcionen adecuadamente y que haya estabilidad económica, todo lo anterior es para brindarle al pueblo calidad de vida.

Estoy consciente de que tengo varias semanas en una retórica fastidiosa, repetitiva y a veces cansona, pero no puedo dejar a un lado mi angustia como venezolano. Ya tenemos más de veinte años sumergidos en una tempestad, cuyas ráfagas son expresiones de odio, en el cual la ilegalidad es la nueva normativa del país, amparado por una violencia para legitimar lo ilícito, que a veces no tiene razón y mucho menos sentido. Esa es la siembra de la revolución bolivariana, esa es la siembra del comandante eterno.

Es la vida que estamos llevando en este nuevo siglo, pagando la cobardía de aquellos que tuvieron la oportunidad de mejorar el país y se dejaron llevar por encantadores de serpientes. Han sido casi veinticuatro años de malas decisiones económicas, políticas y sociales, conduciendo al país a una involución que se evidencia en todos los indicadores, demostrando que el proyecto político que le vendieron a los venezolanos en 1998, sólo tenían la finalidad de desmontar todo el andamiaje del sistema democrático de Venezuela.

De momento, lo que le falta a los apóstoles del comandante eterno es materializar sus pretensiones totalitarias, ayudados por su férreo control social a través de leyes que atentan contra las libertades, así como comprar apoyos para sostenerse, a pesar del descalabro de la nación. Ayudados a la vez, por una oposición menguada que no logra articularse, para enfrentar los abusos bolivarianos.

Entonces, ¿cuál sería la estrategia a seguir para rescatar la democracia? Buena pregunta, pero para comenzar cualquier cambio en el país debemos ante todo ejercer nuestra ciudadanía, reclamar nuestros derechos y hacer frente a nuestros deberes con orgullo patrio, sin violencia, resaltando la tolerancia y propiciando la libertad, lo demás, son cuentos de camino.

 

 

 

 


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