Las réplicas del colapso de Silicon Valley Bank (SVB), aunque parecen estar perdiendo fuerza, siguen resonando en todo el mundo. Si bien las autoridades de la Reserva Federal se han esforzado por asegurarle a la población que el sistema bancario de Estados Unidos es sólido, no resulta claro por qué alguien tendría que creerles. Después de todo, el presidente de la Fed, Jerome Powell, le dijo lo mismo al Congreso pocos días antes del colapso de SVB en marzo.

En las semanas que transcurrieron desde entonces, se informó que las pruebas de estrés establecidas por las reformas financieras de Dodd-Frank en 2010, de las que se hizo tanto alarde, no previeron la caída del valor de los bonos gubernamentales generada por las alzas agresivas de las tasas de interés de la Fed. Un estudio reciente de Erica Jiang junto con otros autores determinó que “los activos bancarios de valor de mercado han caído, en promedio, un 10% en todos los bancos” luego de las alzas de las tasas de la Fed, y que “el quinto percentil más bajo experimentó una caída del 20%”.

Si bien el presidente norteamericano, Joe Biden, ha prometido hacer pagar a los responsables del colapso de SVB, esas promesas también deberían tomarse con una dosis saludable de escepticismo. Después de todo, la administración Obama, en la que Biden se desempeñó como vicepresidente, nunca hizo que los banqueros responsables de la crisis financiera de 2008 se hicieran cargo de su accionar.

El hecho es que los reguladores -incluida la Fed- no han podido mantener a salvo al sistema bancario. Los bancos dependen de la confianza: los depositantes tienen que confiar en que van a poder retirar su dinero cuando quieran. Eso siempre ha sido así. Lo que ha cambiado es la facilidad con la que se pueden retirar miles de millones de dólares en un nanosegundo online.

Un mínimo tufillo al peligro de no poder contar con su dinero basta para que la gente racional retire los fondos no garantizados, y también los garantizados, si hay un riesgo de demora. El resultado es que, cuando un banco quiebra, la gente que sale perdiendo es la que no estuvo atenta o, como es el caso de muchos consumidores de edad avanzada, no usa servicios de banca digital.

El statu quo actual -en el cual los depositantes sofisticados recurren a intermediarios para que realicen un arbitraje regulatorio y garanticen que todos sus depósitos estén asegurados, o están preparados para retirar fondos por encima de la cantidad garantizada de un momento para el otro- no es la manera de administrar un sistema bancario. Para estabilizar al sector, los responsables de las políticas deben establecer un seguro de depósitos integral, costeado por los depositantes en base a los beneficios que obtienen y al riesgo sistémico que plantean. Hasta que no se haga eso, el sistema bancario seguirá siendo frágil.

Como titular de la agencia gubernamental responsable de supervisar a SVB, Powell carga con la responsabilidad de las fallas de supervisión que precipitaron su colapso. A diferencia del fraude gigantesco de los préstamos hipotecarios que provocó la crisis financiera de 2008 (cuya magnitud quedó clara recién transcurridos unos años, luego de varias demandas legales y otras acciones judiciales), el crédito de SVB parecía sólido.

Sin duda, hasta las buenas prácticas de crédito pueden volverse amargas en medio de una crisis importante e, inevitablemente, surgen sospechas de una actividad dudosa cuando se tiene tanto dinero en cuentas no garantizadas a bajo interés. Pero los problemas de SVB eran más prosaicos y cualquier regulador bancario que se jacte de serlo debería haber tomado medidas, especialmente cuando el regulador era el que creaba el riesgo.

Los bancos siempre llevan a cabo una transformación de los vencimientos, convirtiendo depósitos de corto plazo en inversiones de largo plazo. Si bien este proceso es inherentemente riesgoso, los bancos suelen ceder a la tentación de apostar el dinero de sus depositantes si los contribuyentes, directa o indirectamente, asumen el riesgo de pérdidas. Esto es lo que hacía SVB: invertía parte de los depósitos de sus clientes en títulos de largo plazo ostensiblemente seguros, apostando a que las tasas de interés de largo plazo no aumentaran. Los supervisores no deberían permitir que esto suceda, pero, cuando sucede, deberían transformarlo en una parte central de las pruebas de estrés.

Sin embargo, la Fed permitió que sucediera y, al ignorar el papel de las alzas de las tasas de interés a la hora de generar fragilidad en el sector financiero, minó la eficacia de sus propias pruebas de estrés. Además de estos errores de supervisión, el colapso de SVB estuvo precedido por fallas regulatorias, en tanto la Fed conducida por Powell flexibilizó las regulaciones a bancos como SVB, a los que consideraba de relevancia económica regional, pero no sistémicamente importantes.

La mayoría de la gente no tiene ni la capacidad, ni los recursos ni el acceso a información que hacen falta para evaluar la solidez de los bancos. Esas evaluaciones son un bien público fundamental y, como tales, responsabilidad del gobierno. Si un banco puede aceptar el dinero de la gente, la gente debería confiar en que el banco puede devolverlo. El gobierno de Estados Unidos, particularmente la Fed, no ha hecho bien las cosas en ese sentido.

La Fed, al igual que otros bancos centrales independientes, cuida celosamente su credibilidad. Se ha dicho que el riesgo de perderla fue la razón para las alzas de las tasas de interés de la Fed el año pasado, que fueron mucho más allá de una normalización de las tasas ultrabajas que caracterizaron el período post-2008. Pero al no reconocer los riesgos planteados por sus incrementos rápidos de las tasas, y hasta qué punto una década de tasas de interés de casi cero había exacerbado esos riesgos, la Fed socavó su propia credibilidad -precisamente lo que buscaba evitar.

Peor aún, los aumentos de las tasas reflejan el mal diagnóstico de la causa de la inflación por parte de la Fed, que en gran medida estuvo generada por shocks del lado de la oferta y cambios en la demanda relacionados con la pandemia del COVID-19 y la guerra en Ucrania. Asimismo, a menos que causen una fuerte recesión económica, las crecientes tasas de interés, en verdad, podrían agravar la inflación. Un factor importante que contribuye a los aumentos en el índice de precios al consumidor son las crecientes tasas de alquiler generadas por la escasez de vivienda, que las tasas de interés mas elevadas no hacen más que exacerbar. Mientras tanto, la estrategia de desinflación de la Fed podría hacer que el desempleo juvenil entre los afronorteamericanos supere el 20%, dejando cicatrices duraderas en un país sumamente desigual.

Tal como están las cosas, la Fed y su presidente han perdido credibilidad en todos los frentes. La crisis actual ha expuesto la incapacidad de la Fed para abordar los problemas de gobernanza que contribuyeron a la crisis de 2008. El hecho de que el CEO de SVB, Greg Becker, integrara el directorio de la Fed regional que supuestamente supervisaba su banco es un buen ejemplo.

Todavía está por verse si la agitación financiera todavía latente provocada por el colapso de SVB se transformará en una crisis más profunda, pero los inversores y los depositantes no tienen motivos para confiar en las promesas de la Fed de que eso no pasará. Solo reformas significativas de la garantía de los depósitos, de la gobernanza, de la estructura regulatoria y de la supervisión pueden restablecer la confianza en los bancos y la credibilidad de la Fed.

Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de Columbia y miembro de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional. 

Copyright: Project Syndicate, 2023.

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