Es de especial interés el artículo publicado en el diario El Tiempo de Colombia, el pasado 3 de este mes de septiembre, y en cuyo titular leemos lo siguiente: “39% de los migrantes venezolanos de todo el mundo están viviendo en Colombia”. Allí se resalta que según un estudio del Observatorio Migratorio de Venezuela de la Universidad del Rosario, en el mundo hay 7.320.225 venezolanos migrantes, de los cuales, 39,54% están en Colombia; también se indica que a octubre de 2022 se registró un total de 2.894.593 compatriotas nuestros. A la fecha de hoy ese número debió aumentar de modo significativo.

Nos resulta placentero que tan particular circunstancia se ponga de manifiesto en la coyuntura actual que vivimos aquí y ahora. Ello nos permite adentrarnos en específicos hechos de dos países hermanos que en tiempos en que se llevó a cabo la acción libertadora de Simón Bolívar  conformaron, junto con Ecuador y Panamá, una sola nación: la Gran Colombia.

Obviamente que la cercanía con la patria hermana ha sido un factor determinante en el alto número de venezolanos que se han desplazado a Colombia.  Mas no podemos quitarle méritos a la actitud de sus gobernantes y su maravillosa gente para con nuestros compatriotas; ese comportamiento ha sido el mismo que nosotros tuvimos con ellos en el pasado. En efecto, cuando la situación política y económica colombiana experimentó uno de sus peores momentos, lo que coincidió con el inicio del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez acá en Venezuela, se puso en evidencia que nuestro país era el ideal para que muchos colombianos iniciaran una nueva vida.

El número de personas del país vecino que se encaminó a Venezuela fue abrumador para aquella época. Obviamente que no faltaron compatriotas nuestros que se comportaron de mala manera con los refugiados colombianos de entonces. Lo que hay que resaltar es que la gran mayoría de ellos, tratados con gran respeto en esta Tierra de Gracia, echaron profundas raíces aquí. Y eso no fue todo: la presencia de los vecinos colombianos tuvo un impacto importante con su música autóctona, primero en los barrios y luego en los hogares más encumbrados de nuestro país. Sin duda, ese fue un factor integrador que tuvo su peso y que además poco se ha estudiado o documentado. Allí dejo eso para los estudiosos e investigadores de ambas naciones.

Simón Bolívar fue el gran promotor de la Gran Colombia. Él tuvo muy claro que dicha unión era fundamental para actuar de tú a tú con las grandes potencias del mundo. Lamentablemente, sus deseos no se vieron cumplidos por la escasez de miras de sus enemigos políticos y la anarquía imperante. En carta que escribió en Bogotá, el 29 de enero de 1828, dirigida a José Antonio Páez, Bolívar le dice:

«Después de 17 años de combates inauditos y de revoluciones, ha venido a parir nuestra madre patria a una hermana más cruel que Megera, más parricida que Júpiter y más sanguinaria que Belona: es la anarquía, querido general. Me estremezco al contemplar el cuadro terrible de nuestra perspectiva; nos vamos a sepultar entre las ruinas de la patria, porque todo es malo, y todo es peor. La evidencia de la fuerza arrastra consigo principios de su propia destrucción; la división es la ruina misma y la federación el sepulcro de Colombia; por lo mismo, el primer mal es preferible a los demás; pero más como un plazo que como un bien». (Véase Memorias del General Daniel Florencio O’Leary, Tomo 31, página 19).

Ese cuadro de terrible perspectiva lo tenemos ahora aquí, en su querida Venezuela. La mal llamada “Revolución bonita” no pasa de ser una extravagante manifestación de lo que nunca debió ser. El hundimiento del país, su economía y su gente avanzan a paso “revolucionario”, sin que, por ahora, haya sido posible detener la catástrofe. No obstante, la mayoría opositora debe persistir en su lucha sin cuartel y no claudicar. Más pronto que tarde un nuevo amanecer iluminará otra vez al país y al pueblo venezolano. Entonces, de la manera que debe ser, el retorno de muchos compatriotas será imparable. La razón de fondo es obvia: La revolución “Chavezmadurista” es una desvalida entelequia. En propiedad, parafraseando a la distancia y sin su característico rigor al poeta español Jorge Manrique (1440-1479), podemos decir que la vida de la revolución bonita no pasa de ser la de un río que va a dar en la mar, que es el morir.


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