El panorama político sigue en franco e indetenible deterioro. Varias veces hemos creído –y dicho– que estábamos ya llegando al llegadero por cuanto todos los indicadores parecían haberse acercado hasta el fondo. No ha sido así y –lamentablemente– hemos podido comprobar que en eso de vivir en crisis siempre hay la posibilidad de estar peor. Lo que sí es cierto es que el desenlace cada día está más cerca de ocurrir, aun cuando no podamos establecer una fecha. 

Así nos encontramos hoy, cuando en forma cada vez más veloz suceden cosas que consistentemente apuntan en esa dirección. También es cierto que por la misma razón tienden a generarse expectativas –a veces exageradas– que terminan en frustraciones que deprimen a la población y producen una especie de sentimiento de impotencia.

La presión internacional cada vez más fuerte y determinante no luce que vaya a llegar a una solución militar por cuanto no aparece ningún actor que esté dispuesto a comprometer recursos materiales ni tropas para concretar ese tipo de aventura, al menos mientras no sea de su más absoluto interés nacional.

Lo anterior es comprobable en el caso de Colombia, que viene padeciendo muchos e importantes desequilibrios y tensiones con motivo del flujo ya millonario de venezolanos que atraviesan su frontera causando crisis y colapso en sus servicios de salud, educación etc. y hasta un incipiente sentimiento de rechazo. A ello agréguese el tema de la reagrupación de la guerrilla del ELN y las disidencias de las FARC –aupadas por Venezuela–. La buena voluntad del presidente Duque y su reiterado discurso en favor del retorno de la democracia en Venezuela tropiezan con los problemas internos de su país –como el de la pobreza– que requieren de su acción política.

En el caso de Brasil, es cierto que en la frontera norte de su estado Roraima existen tensiones generadas por el flujo de nuestros connacionales, ello no es suficiente para producir desequilibrios extremos en un país tan extenso y poderoso. Otra es la situación de Ecuador y Perú, desbordados por el flujo de venezolanos hasta un punto donde comienza la necesidad de regular (restringir) su ingreso y permanencia. Pero no son limítrofes ni disponen de capacidad económica ni militar para encarar soluciones de fuerza y demás; todas, absolutamente todas, las declaraciones del Grupo de Lima excluyen expresamente el uso de la misma.

Así las cosas, es solo Estados Unidos el que tiene la posibilidad de abordar decisiones militares o de otra clase que puedan tener un efecto concreto. Por lo que se aprecia, Washington no parece inclinado al uso de la fuerza pero sí aprieta cada vez más en las alternativas de sanción económica, que –hasta ahora– son las únicas que vienen teniendo éxito en hacer la vida difícil al régimen. No olvidar que el presidente Trump afronta su reelección en noviembre de 2020 y por tal razón debe albergar poco interés en abrir una nueva confrontación militar, sino más bien en concentrarse en los aspectos positivos de su gestión económica que comienza a experimentar algunos indicadores preocupantes.

Dentro del marco del TIAR, que ha generado expectativas, este columnista no ve factible que se llegue al uso de la fuerza. Es cierto que dentro del tratado (art. 8) existe un menú de medidas previas tales como el retiro de los embajadores, corte de relaciones diplomáticas, consulares, económicas, transporte, comunicaciones etc. La factibilidad de ello a nivel colectivo es nula, tal como ocurrió cuando se expulsó a Cuba de la OEA en 1962 (Canadá, México y varios más no lo acataron). Lo que sí pudiera ocurrir es que algunos países por su cuenta tomen esas medidas, lo cual dependerá de la orientación de cada gobierno en su momento. Ya no se puede contar con México, probablemente tampoco  con Argentina si gana la fórmula de los Fernández (Alberto y Cristina K), etc.

En opinión de quien esto escribe el desenlace dependerá en primer lugar de la escisión ya  visible entre los capitostes (Maduro/Cabello/El Aissami/Padrino & Cía) aparentemente preocupados  por su propia salvación personal. Otro factor es el aparente cambio de intereses –no confirmado aún– de China y Rusia, que pudieran priorizar más la posibilidad de cobrar sus acreencias que la de seguir jugándosela por el “legado del comandante”. Un tercer factor de reciente aparición es la decisión de la India de no recibir más petróleo venezolano, la del principal banco turco que corta sus acuerdos de corresponsalía con el Banco Central (BCV), las decisiones de compañías navieras que prefieren cortar lazos con Pdvsa antes que exponerse a las sanciones norteamericanas, el embargo del oro por el Banco de Inglaterra, el caso de la titularidad de Citgo, el avance en las sentencias y laudos en los contenciosos en los que Venezuela viene perdiendo la partida, etc.

En resumen, aunque siempre se pueda estar peor, ya parecen concurrir múltiples factores definitorios que sugieren la cercanía del desenlace con fecha aún indeterminada.


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