“La generosidad tiene que ser un valor, que es fundamental si se tiene el poder. ¿Y entonces qué hizo Duque? Un acto de generosidad. No necesitaba mostrarme la espada. Hubiera podido hacer que la llevaran y la volvieran a guardar en la bodega para que yo no la tuviera. No sé si él comprendió bien qué significaba devolverme la espada. La espada es del pueblo. Entonces, desde el poder tiene que haber generosidad. Si la izquierda se ensoberbece, se vuelve soberbia, porque ha logrado unos triunfos que nunca había logrado, empezando por mí mismo, nos aislamos. Y si nos aislamos, nos tumban”, Gustavo Petro

Es evidente que el triunfo de Gustavo Petro como presidente de Colombia ha despertado una gran expectativa en el continente americano; pero por razones de vecindad, por la geopolítica, por las coincidencias ideológicas entre el presidente colombiano y Nicolás Maduro, es natural que aquí se haya sentido con mucha mayor fuerza que en otros países de la región. Jamás los venezolanos, los que estamos aquí y los casi 2 millones de compatriotas que se encuentran en el país hermano, contaremos con el respaldo tan íntegro, tan decidido y hasta audaz, como el que nos diera en sus cuatro años de gestión el presidente Iván Duque. Ni el más pertinaz optimista debe esperar semejante aliento. Pero hay una cantidad de elementos que nos llevan a pensar que el presidente Petro no hará un gobierno similar al de Hugo Chávez ni regularmente parecido al de Nicolás Maduro. No serán los ojos entornados de admiración de la pareja de Néstor y Cristina Kirchner. Ni de Evo. Ni de Lula. Ni de Rafael Correa. Sencillamente, porque Maduro no dispone de esa dadivosa chequera sin límite; abarrotada de dólares con el fin de ganar incondicionales. Hoy es todo lo contrario. Se alejan de él como si fuera un leproso. Se comportan como si no lo vieran. No escapa a esta indolencia hacia el venezolano ni siquiera el ladino nicaragüense Daniel Ortega. Tampoco el cubano sucesor de los Castro, Miguel Díaz-Canel. El socialismo del siglo XXI nació amamantando: no por convicción doctrinaria, ni ideológica ni de apoyos a otros regímenes de la región, porque para eso está el Foro de Sao Paulo, sino por el petróleo que se encuentra en nuestro subsuelo. Y allí duerme plácidamente porque la incapacidad del gobierno le impide extraerlo del fondo de la tierra.

En consecuencia, esas son algunas de las razones por lo que el presidente recién electo, un hombre indiscutiblemente inteligente como en varias ocasiones lo ha reconocido su duro adversario Álvaro Uribe, tuvo la osadía de pronunciar esa sombría frase de: “Si nos aislamos, nos tumban”. Esta oscura frase que está prohibida pronunciar a cualquier presidente, es una forma de justificar, de alguna manera, la reanudación de las relaciones diplomáticas con Venezuela, y no sé qué otras cosas más. ¿Quiénes lo pueden tumbar? Lógicamente que los militares, quién más. ¿Y la única razón que existe para tumbarlo es el solo hecho de aislarse? o ¿pudieran existir otras razones? Muchas. Esa expresión tiene también diversas interpretaciones. Se me ocurre echar mano de una estrofa del poema «Caso» del nicaragüense Rubén Darío para dar una explicación figurativa que me permita salir de este ahogo en el que me encuentro. “A un cruzado caballero le clavaron un acero tan cerca del corazón, que, si me lo quitas, me muero; si me lo dejas, me matas”.

En conclusión, no creo, lo niego rotundamente, que el gobierno del colombiano Petro vaya a ser un fuerte cómplice para clavar a Nicolás Maduro en el trono bienaventurado que sostenga su autoridad divina… Eso no pasará. Todo dependerá de lo que hagamos o no hagamos los venezolanos.

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