4 de febrero de 1992. Archivo

Ya el pasado no se puede reescribir ni modificar. Ya es historia inmutable en su verdad. En la única. Lo demás son interpretaciones y allí es donde se cuela la subjetividad y en la mayoría de los casos, la imaginación. El futuro y sus pronósticos son ejercicios desde donde la imprecisión y la incertidumbre van a estar presente en cualquier desarrollo que se haga. Queda vivir el presente e ir manejando sus realidades. Pero podemos sacar las enseñanzas del pasado para evitar en el futuro las duras realidades del presente. Es el mejor camino para seguir en esa ruta hacia el progreso, el bienestar y también para compartir en comunidad las bondades de la democracia. Una de las maneras de extraer saberes sobre antaño es el camino de la especulación. El establecimiento de conjeturas y cálculos sobre hechos registrados por la historia, obvio que en un plano completamente teórico, sobre otros más cercanos en el tiempo y compararlos. Sirve de patrón de ilustraciones y de referencias de cara al devenir. Los venezolanos no deben darse el lujo en el futuro de tropezar con la misma piedra política, de lastimarse el mismo pie de decisiones militares, ni sangrar de la misma uña sociocultural del mismo dueño del liderazgo de una coyuntura parecida a la que hemos venido viviendo desde hace 100 años, con resultados cada vez peores. La única realidad en Venezuela es el pasado que ya se vivió con virtudes y defectos, y el presente que se vive con un abultado inventario de vicios y perversiones. Queda solamente construir el futuro.

La revolución bolivariana se coló en la historia de Venezuela a través de algunas de las fermentaciones que se vivieron antes de su aparición en 1998. La más notoria, la lenidad del alto mando político encabezado por el propio presidente de la república Carlos Andrés Pérez hasta el 21 de mayo de 1993 y la ligereza inducida en las decisiones interesadas de los generales y almirantes del momento, sobre el tema de la conspiración a cielo abierto que desembocó en los golpes de estado del 4F y del 27N. El principal conspirador para su derrocamiento lo fue el mismo CAP. Las secuelas de las conjuras y los golpes, y la defenestración política de un presidente en ejercicio, la rendición post 4F – una muerte que no quería según su último discurso público – le han valido en el tiempo una calificación de un gran demócrata. ¿De que sirvió eso para el futuro de Venezuela? ¿Cómo contribuye esa actitud a garantizar la vigencia de la carta magna? El presidente Pérez se fue en paz, acepta la cárcel y muere en el destierro. Y le deja esta sambumbia política, económica, social y militar a cualquier cantidad de generaciones de venezolanos. ¿Dónde queda aquello de cumplir y hacer cumplir la Constitución nacional? Esas consecuencias son la expresión real de la respuesta que le hizo el doctor Octavio Lepage entonces presidente del congreso de la república cuando le toma el juramento de mano levantada ante la constitución nacional de 1961 en 1989… “Si así lo hiciereis, habrá cumplido con su deber. Si no, la patria, vuestra conciencia y Dios, os lo demandarán.” Creo que después de 24 años de revolución bolivariana esos tres entes se lo han demandado ¡Y cómo!

Los contrastes entre liderazgos políticos también permiten desenvainar enseñanzas de cara al futuro. Es difícil que el general Juan Vicente Gómez hubiera dejado extenderse en el tiempo cualquier conjura que pusiera en riesgo su permanencia en el poder. Las paredes y los barrotes de La Rotunda o el guayabo del exilio eran los destinos de los conspiradores en esa dictadura. Y con el presidente democrático Rómulo Betancourt la dura aplicación de la justicia o la justa aplicación de la fuerza estuvo en la punta de todas sus decisiones para garantizar que la naciente democracia surgida después del 23 de Enero de 1958 se estabilizara y se pudiera encaminar hacia el futuro. Con este último, después de los trágicos y alevosos eventos criminales del asalto al tren de El Encanto el 30 de septiembre de 1963 por un comando militar de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) que ocasionaron la muerte de 5 guardias nacionales, la autoridad necesaria se expresó en decisiones viables, pertinentes y oportunas para reforzar el estado de derecho, extender la estabilidad de la democracia y consolidar su condición de comandante en jefe de las fuerzas armadas nacionales. Desde el transporte de la armada T-12 que hacía de yate presidencial, el primer magistrado nacional tenía un fluido intercambio de mensajes con el ministro de relaciones interiores Manuel Mantilla que se preludiaban en la viabilidad de la decisiones para cumplir y hacer cumplir esta constitución. Gustavo Machado, entonces diputado del PCV, su hermano Eduardo, Jesús María Casal y Jesús Villavicencio, también parlamentarios del congreso, Simón Sáenz Mérida, Pedro Ortega Díaz, Guillermo García Ponce, Pompeyo Márquez y Domingo Alberto Rangel fueron sometidos a la justicia militar y encarcelados en el cuartel San Carlos en términos de tiempo y distancia. El PCV y el MIR, los partidos que servían de fachada legal y de aparataje logístico y comunicacional a la guerrilla castro comunista en el país, fueron ilegalizados. Esos son los hechos, ese es el pasado y esa es la historia reciente. Después de eso, el asfixiamiento político y militar a la subversión, y la aniquilación del terrorismo político de ese entonces facilitaron la derrota de los bandoleros distribuidos en el territorio nacional.

Y entonces es acá donde se vale especular, donde la imaginación se asume en vanguardia para establecer conjeturas e hipótesis y no volver a lastimarnos la misma uña del pie con la misma piedra para enfrentarnos al futuro… ¿Qué hubiera pasado si el presidente del Congreso nacional del 2 de febrero de 1989 le hubiera tomado el juramento como presidente de la república a Juan Vicente Gómez o a Rómulo Betancourt? El expediente inconcluso de la salida de Fuerte Tiuna de los tanques Dragoon del batallón Ayala el 26 de octubre de 1988, todo ese desarrollo de la conjura que precedió al 4F y el 27N, y las maniobras por cargos y contratos militares entre los generales y almirantes durante esa coyuntura, ¿qué hubiera decidido el general? ¿Qué hubiera hecho con el expediente de los mayores segundos comandantes de unidades tácticas mencionados en el expediente del 29 de noviembre de 1989? Me gustaría que se preguntaran sobre las decisiones militares que hubiera tomado el padre de la democracia ante el discurso de despedida del entonces comandante general del ejército el 12 de junio de 1991 o ante la comparecencia previa sin autorización que hizo ante una comisión del congreso de la república, o ante el ascenso a teniente coronel del entonces mayor Hugo Chávez o la asignación del comando de una unidad elite del ejército. ¿Hubiera autorizado Betancourt el homenaje que le hizo el ministro Ochoa el 27 de agosto de 1991 en el patio de honor de la Academia Militar de Venezuela a Arturo Uslar Pietri en nombre de las fuerzas armadas nacionales? ¿Qué hubieran hecho ambos, uno dictador y el otro demócrata, ante los nombres de figuras notables que se mencionaban en los contundentes informes de inteligencia que hablaban de un complot para derrocarlos? ¿Qué hubiera hecho Gómez después del discurso de justificación del 4F de Rafael Caldera en el congreso?, ¿y Betancourt como lo hubiera tomado? Ante la desobediencia del ministro de la defensa durante los eventos del golpe de febrero o el estado general de sospecha que se levanta de este en la opinión pública y en el entorno político más estrecho del comandante en jefe de las fuerzas armadas nacionales sobre su participación en la conspiración y el levantamiento militar ¿Cuál hubiese sido la actitud del compadre de don Cipriano? ¿Qué hubiera hecho Rómulo con Arturo?

El general Juan Vicente Gómez y el señor Rómulo Betancourt dominaron políticamente todo el siglo XX de la Venezuela contemporánea que estaba encaminándose hacia el futuro. Uno fue el creador del ejército moderno en el país y derrota al caudillismo decimonónico en la batalla de Ciudad Bolívar el 19 de julio de 1903, y el otro es considerado el padre de la democracia, ambos tuvieron que tomar decisiones duras en algún momento de sus ejercicios de gobierno para fomentar las instituciones que representaron en su momento.

Después que se disipa la última brisita de pólvora en el ambiente del 4F; en La Casona, en el palacio de Miraflores, en el ministerio de la defensa, en el ejército, en Maracay, Valencia y Maracaibo, en las fuerzas armadas nacionales en general, todavía había espacio para que la dura aplicación de la justicia o la justa aplicación de la fuerza pusiera en el carril de la democracia y del futuro, los esfuerzos y las esperanzas de los venezolanos y principalmente para que la autoridad del comandante en jefe agarrara más potencia en los cuarteles. No ocurrió y la patria, la conciencia y Dios, lo demandaron.

Ya el pasado es historia, el presente está aquí y debemos enfrentarlo y solucionarlo con las enseñanzas que derivan de ayer. Ojalá no consigamos mañana la misma piedra en el camino para que nos lastime la misma uña.

A 30 años del 4F.

 


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