Sin armas letales, los militares son aves de corral. Dotados de pertrechos de guerra para defendernos, los oprimidos podríamos convertirnos en sus verdugos. En Mérida, Venezuela, quienes tienen menos de 40 años no saben de la sistemática violencia cívico-militar que nosotros experimentábamos. Las protestas se sucedían casi diariamente, en áreas próximas a instalaciones de la Universidad de los Andes y avenidas principales. Uno de los episodios que más recuerdo fue el relacionado con el asesinato de Luis Carvallo Cantor, el día cuando celebraba la culminación de sus estudios de ingeniería con sus compañeros, en una de las tradicionales «caravanas» (el 13-04-1987). Se detuvieron entre las calles 31 y 34: para danzar, beber y orinar.

Cuando Luis lo hacía en el umbral de una de las casas, salió su propietario con una pistola [un famoso abogado cuyo nombre no mencionaré] y le disparó, asesinándolo en el sitio. En pocos minutos los jóvenes universitarios se concentraron en el lugar para demoler la residencia del criminal, que previamente fue saqueada y sus muebles expuestos en la calle. El vehículo sacado e incendiado. Yo vivía muy cerca del lugar, en la calle 35 [Sector «Glorias Patrias»].

Esa noche y los días siguientes se escuchaban numerosas detonaciones en el centro de la ciudad, porque lo ocurrido desató una auténtica rebelión estudiantil contra la cual no pudo la Policía de Mérida ni la Guardia Nacional. El gobernador Carlos Consalvi Bottaro pidió al presidente Jaime Lusinchi que enviase tropas del Ejército, con el propósito de frenar los disturbios y saqueos de empresas privadas. Se decretó toque de queda y se suspendieron las garantías constitucionales. Un comunicado del gobierno informaba que sólo médicos, enfermeras, bomberos y comunicadores sociales podían transitar libremente por la ciudad.

Yo tenía una credencial de la Oficina de Prensa de la Universidad de los Andes, pero evité ir hacia el Rectorado porque quería cuidar a mi pareja y resguardar el apartamento donde residíamos. Pocos días después de la muerte de Cavallo Cantor, bajé con mi esposa del piso 4 hacia el restaurante de un argentino amigo [funcionaba en la planta baja] Necesitábamos comer. Me identifiqué como funcionario de Prensa-ULA, pero a los militares no les importó. Los cazadores de las FAN nos impidieron comprar alimentos y nos dispararon perdigones, sucesivas veces, obligándonos a retornar y subir de prisa. Afuera, más soldados disparaban balas de fusil de asalto M16A2 y carabina M4A1 contra las paredes y balcones del edificio. Quedaron severamente deterioradas, nosotros incomunicados, en situación de confinamiento y sin productos que consumir.

En el curso del resto del año, la violencia política continuó. Los ataques-represión de los cazadores también. El mes de noviembre, Carla tenía 5 meses de embarazo. Fuimos, de nuevo, atacados con perdigones en la mezzanina.

―¡Malditos! –les grité–. ¿No ven que ella está embarazada?

―Si no corren les dispararemos balas de fusil, no perdigones –fue la respuesta que me dieron.

@ jurescritor


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