Me hubiese gustado dedicar este espacio a satirizar al usurpador por el rosario de galimatías salmeado durante una “jornada de trabajo” en el Banco Central de Venezuela, abusivamente transmitida en cadena nacional para informar sobre la petroficación de Venezuela; desgraciada o afortunadamente, como gustéis, no se me da con facilidad el sarcasmo y tampoco la ironía. Además, me dio vergüenza ajena su sarta de disparates y me pregunté si sabría el significado del prefijo cripto. Probablemente no. De lo contrario no hubiese depuesto esta perla: “Venezuela tiene que ser un criptonación”. Negado a convertirme en criptovenezolano, es decir, en habitante secreto de un país incógnito, renuncié a navegar en aguas desconocidas y enrumbé la nave de las divagaciones por otros derroteros.

El político, de acuerdo con una sentencia de Winston Churchill, cuya exacta enunciación no recuerdo, ha de ser capaz de predecir los acontecimientos de hoy, de mañana, del mes próximo y del año venidero; y, luego, explicar de modo convincente por qué no ocurrieron. Podría tenerse tal apreciación por una más de las numerosas boutades imputables al flemático estadista británico; no obstante, ella es coherente con otra afirmación suya: “A menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada”. Traigo a colación estos dos botones de su muestrario discursivo a propósito de los juicios emitidos por analistas del día después en relación con los resultados de los comicios efectuados en Argentina, Uruguay, Bolivia y Colombia, y a las protestas desatadas en Quito y Santiago contra los programas de ajustes económicos o, en La Paz, en repudio al arrebatón electoral. Teóricos de la conspiración y profetas de la retrospección despachan los brotes de rebeldía como “caracazos” concebidos en los foros de Sao Paulo y Puebla, alentados y seguramente financiados por Rusia e instrumentados por los regímenes de Cuba y Venezuela. A no dudarlo, algo de premeditada intención desestabilizadora hay en ellos; mas, pienso, se ha sobrevalorado el peso específico del anacronismo caribeño en la agitación del sur, creyendo bobaliconamente en la propaganda ad hoc, vociferada por las gargantas profundas del zarcillo Nicolás y el Pithecanthropus capillus.

Hablan y escriben opinadores de signo diverso sobre una fatal oscilación –derecha a izquierda y viceversa– del péndulo ideológico, de la decadencia de los liderazgos nacionales, de la falta de mecanismos de movilización social y, ¡colmo de los colmos!, de una suerte de alineación al cambio por el cambio mismo. Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi” –Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie–, sugiere el joven garibaldino Tancredi Falconeri a su tío Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina, en El Gatopardo, novela del italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957) publicada en 1958 y cinematografiada brillantemente por Luchino Visconti en 1963. El paradójico aserto dio origen al término gatopardismo y, en la jerga política, se designa con él las posturas oportunistas de quienes propician reformas superficiales y no estructurales del sistema, a fin de preservar sus privilegios. Con el vocablo cambio se embauca a los electores desde siempre, ¿por qué extrañarse de los reclamos?

El detonante de las revueltas ecuatorianas fue el aumento en las tarifas del transporte, y Lenín Moreno dio un paso atrás a objeto de conjurar la amenaza de un alzamiento indígena; aplacó a tiempo los ánimos de etnias iracundas y, momentáneamente, reina la tranquilidad. En el caso chileno, un incremento discreto en valor de los pasajes del metro alebrestó a los santiaguinos, pero la cosa pasó a mayores. Decenas de muertos y heridos, centenares de detenidos y millonarias pérdidas producto de saqueos y la mano peluda del vandalismo mantienen en vilo a una nación tenida hasta hace unos días de paradigmático modelo de transición al primer mundo, y han generado un conflicto sorprendente, si no alarmante, difícil de encuadrar en el marco de las convulsiones sociales del subcontinente.

Acaso en atención a su rareza, Vargas Llosa escribió: “La ola de protestas contra el gobierno de Piñera es una movilización de las clases medias, similar a la que agita a buena parte de Europa y es ajena a los estallidos latinoamericanos de quienes se sienten excluidos”; sin embargo, y sin entrar a cuestionar los puntos de vista del Nobel peruano-español, los chilenos parecieran estar buscando lo que no se les ha perdido y esperan encontrarlo en una asamblea constituyente. ¿Ingenuidad? ¡Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras! No está en el Quijote ni lo escribió Cervantes, pero viene a cuento. Y lo de Bolivia es otro cuento.

En el altiplano se violaron todas las reglas del fair play, se desconocieron los resultados de un referéndum vinculante y se forjaron inverosímiles escrutinios a fin de eternizar a Morales en el mando. Y la auditoría de la Organización de Estados Americanos no convence, porque se concertó con el oficialismo, ignorando a Carlos Mesa. Ojalá no, pero hay allí el riesgo de una confrontación fratricida con un componente racista, exacerbado por la interesada victimización de la población indígena. ¡Golpe!, se desgañita Evo. ¡Renuncia!, exige el emergente santacruceño Luis Fernando Camacho. El perfecto idiota latinoamericano y el bien pensante intelectual de izquierdas europeo aplauden y dan la bienvenida al eje México-Buenos Aires; estiman justa la postura del redentor cocalero y denigran de Lenín Moreno, ¡es un traidor!, y de Sebastián Piñera, pinche momio capitalista, ¡pucha, huevón!

Mientras en la vecindad arde Troya, en el patio los gobiernos de hecho y derecho siguen enfrentados en una confrontación sin solución a la vista. ¿Una partida de ajedrez sin límite de tiempo? El Gran Maestro y ex campeón mundial de esta disciplina Garry Kaspárov declaró, a propósito de su incursión en la política rusa: “Veo en la lucha ajedrecística un modelo pasmosamente exacto de la vida humana, con su trajín diario, sus crisis y sus incesantes altibajos”. Un buen ejemplo de su  símil es el jaque continuo, o sea, la repetición ad æternum de jaques inevitables por parte de un contendor en procura de tablas cuando no tiene consigo las de ganar; un procedimiento aplicado por la usurpación en el damero político con sus recurrentes llamados al diálogo.

El presidente encargado, a la defensiva, busca evitar tablas o, peor todavía, un zugzwang y el axiomático abandono de la partida, dejando a peones y mirones de palo con los crespos hechos. Ello le compele a probar suerte en otros escenarios y convoca a una gran movilización nacional el próximo sábado 16 de noviembre. Se juega a Rosalinda y, como en el popular poema de Ernesto Luis Rodríguez, apuesta a sacarse el clavo y recuperar sus corotos. Nos la jugaremos con él, a pesar del pesimismo y desaliento de quienes le reprochan no haberse mantenido en su trece en situaciones límites, o no ceñirse estrictamente a la hoja de ruta trazada a principios de año por la Asamblea Nacional, cuando esta, haciendo uso de sus prerrogativas constitucionales, lo encargó de la Presidencia de la República, llenando el vacío provocado por la precaria o nula autoridad de una dirigencia opositora sin brújula, sextante y astrolabio, bailando por lo general al son interpretado por la orquesta madurista. Sí, nos la jugaremos con él, pues solo los dioses tienen la potestad de domesticar el tiempo, someterlo a sus caprichos y escribir la historia avant la lettre.

Pecó Juan de exceso de optimismo, confiando en mantener inalterable el entusiasmo generado por el un dos por tres de su hoja de ruta –cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres–. Y no porque lo sostenga una apoltronada contraverbalmente activa, sino por su condición de alimentos espirituales buenos para la meditación de hindúes y budistas, los mantras no satisfacen las necesidades materiales del ciudadano. Así, el leitmotiv de las convocatorias dejó de ser sacrosanta fórmula para mantener la gente en la calle. Ya lo dijo un grande de la literatura mundial, el conde Lev Nicoláyevich Tolstói –simplemente León Tolstoi entre legos–: “Antes de dar al pueblo sacerdotes, soldados y maestros, sería oportuno saber si no se está muriendo de hambre”.

Llegó el momento de revisar la estrategia opositora y quizás redefinir el itinerario. Guaidó ha de ser consciente de ello, pues solo los estúpidos no cambian de opinión, cual dijera Teodoro Petkoff, uno de los políticos más cultos e inteligentes de la Venezuela contemporánea, haciendo suyas las 7 palabras atribuidas a Franklin Delano Roosevelt, en entrevista sin desperdicios a Alonso Moleiro, recogida en libro con esa frase a manera de título. Teodoro se equivocó mucho y supo reconocer y enmendar sus yerros. La constancia es tenida por virtud; perseverar, empero, en un mismo error esperando corregirlo por cansancio no es siquiera locura, es idiotez. Debería saberlo todo homo politicus. Sirvan estas últimas líneas –y disculpe el lector la postrera digresión– de recordatorio al autor de Checoslovaquia. El socialismo como problema, en ocasión del primer aniversario de su fallecimiento. Hasta aquí llegamos, nos vemos el 16.

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