¿Será que el mundo está cambiando o será que siguen ocurriendo las mismas cosas con mucha mayor velocidad, potenciado todo ello por la difusión y publicación instantánea de los acontecimientos?

¿Será que el tan mentado “derecho de autodeterminación de los pueblos” es absoluto o será que tiene algunos límites? De ser así, ¿cuáles son? ¿Qué pasa con los otrora sacrosantos principios de “soberanía” y “no injerencia” que hoy día ceden en innumerables frentes ante los avances de la globalización y la interdependencia?

Ejemplos sobran. En materia de autodeterminación hoy sus limitaciones son objeto de discusiones tanto éticas como jurídicas. Las noticias del día así lo revelan cuando vemos la interpretación que unos dan al derecho de los afganos para imponer la ley coránica de la “Sharia” frente a quienes opinamos que no pueden haber seres humanos de segunda categoría (las mujeres), o que la democracia es un derecho humano y que la tolerancia es garantía de convivencia pacífica. Nuestra posición al respecto emana de la fe religiosa revelada en libros sagrados. La de los otros también. ¿Quién tiene más razón? ¿Será acaso que  mil millones de seres humanos que abrazan el islam viven en el error? ¿Será que la civilización occidental judeo-cristiana es la única intérprete de la verdad absoluta?

Si revisamos la historia de la humanidad en el último milenio, no se puede ocultar que la interpretación de la misión cristiana de difundir el Evangelio dio lugar a sesudas justificaciones de papas, reyes y pensadores en el sentido de que tal misión requería de la sumisión y hasta de la fuerza si los no creyentes osaban resistirse. En esa premisa se sustentaron las Cruzadas , los primeros siglos de la colonización de América y –por si fuera poco– el funcionamiento de la Santa Inquisición cuyas ejecutorias, sabido es, no difieren en mucho de las “fatwas” que proclaman imanes, ayatolas y otros eruditos islámicos de hoy. Antes el infiel era quemado vivo en la plaza pública para publicitar el castigo, hoy es fusilado o degollado con transmisión por Youtube. ¿Será que la evolución de los tiempos puede haber cambiado el principio central del respeto a la vida, la dignidad y la libertad del ser humano en su condición de tal?

Otro asunto que está en la mira de las creencias y opiniones es la existencia o no del derecho que las sociedades puedan tener respecto a la pureza étnica, preservación  y uniformidad de su cultura, acervo, etc. De la posición que se asuma a este respecto depende en buena medida la que se tenga en cuanto a las migraciones. A estas alturas de la reflexión quien escribe considera conveniente aclarar su condición de clase media, católico militante aunque no fanático y además bastante tolerante de la opinión disidente, tal vez por haber compartido varias décadas de vida universitaria donde tales valores son de rigor.

A la luz de la precedente aclaratoria reconocemos que el ser humano, desde su prehistórico inicio en África o en la Polinesia, buscó siempre mejores horizontes y de allí las grandes migraciones que a lo largo de la historia dieron forma a los núcleos humanos y a las diferentes culturas. Pocos ignoran o cuestionan hoy aquellos movimientos que en definitiva dieron forma a las múltiples apariencias y rasgos genéticos del hombre actual. Las invasiones de Gengis Khan, el cruce de los asiáticos por el estrecho de Bering para luego poblar toda América, los distintos  “bárbaros” saqueando Europa, los chinos dominando cultural, militar y económicamente casi la mitad del mundo a la hora en que nosotros, occidentales, nos dedicábamos en imponer nuestra cultura en América, Oceanía y África. Eso es historia.

¿Qué podrán decir –y dicen– los pueblos originarios de este y otros continentes exterminados y explotados por quienes –migrantes tambien– a la vuelta de unos siglos pretenden hoy día poner límites a la inmigración alegando su derecho a proteger “su manera de vivir”?

Recordamos vívidamente una conferencia a la que asistimos  cuando éramos jóvenes estudiantes en la Universidad de Yale, en plena época de las luchas anticoloniales en África. Un respetado pastor, muy activo en los medios de entonces, comentaba la  influencia determinante de las iglesias cristianas  en el desarrollo de aquel continente. Al final de la disertación un joven moreno, muy cortés y educado, pidió la palabra para expresar con contagiosa convicción de que al inicio de la colonización los europeos habían llegado a África con la Biblia en la mano, mientras los africanos eran los amos de las tierras; pero a la vuelta de pocas décadas fueron los africanos quienes se quedaron con la Biblia en mano mientras los europeos se habían hecho amos de las tierras. ¡Tremenda verdad! Años más tarde supimos que aquel joven llegó a ser presidente de su país y dejó una marca en el pensamiento de ese continente. ¿Usted le concede a ese africano contestatario y a las grandes mayorías que pensaban como él alguna medida de razón?

Lo precedente es aplicable ante el fenómeno tan antiguo como actual de las migraciones que en definitiva han moldeado a nuestras sociedades y que hoy muchos perciben como un peligro que no es otro que el de tener que compartir los beneficios del bienestar con los refugiados sirios o los africanos que llegan a Europa en pateras o con los venezolanos que caminan desesperados por Suramérica. Este columnista entiende muy bien la problemática por haber sido migrante que en su día buscó horizonte de seguridad y bienestar en la Venezuela generosa que entonces daba cobijo a todos y que  hoy, desgraciadamente, expulsa a aquellos hijos que buscan mejores días en otras latitudes –que salvo excepción– no tienen ni los recursos, o la disposición, para ser tan abiertas como en su día lo fue Venezuela con toda clase de gente que aquí llegó. Las migraciones sean colonizadoras o de refugiados siempre influyen en la cultura del lugar de acogida. No es materia de gustar o no, es la realidad comprobable.

En resumen, postulamos que se comprenda y acepte con humildad que no todo es blanco o negro, que existen matices y  que la tolerancia bien administrada –no la rendición– contribuye a la paz. Por eso es que los talibanes de nuestra política vernácula –de lado y lado– harían bien en asimilar un poco de historia para no ser iguales que los de Afganistán.

@apsalgueiro1


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