Lo que sucede en Estados Unidos no se queda en Estados Unidos. La economía global depende de este país como principal motor de crecimiento; y los mercados financieros internacionales dependen del desmesurado apetito de riesgo de los inversores estadounidenses. Fue muy evidente en 2023, cuando grandes economías como Japón y el Reino Unido entraron en recesión, Alemania evitó una por muy poco, y China tuvo que lidiar con obstáculos contra el crecimiento y sectores con un alto nivel de endeudamiento.

Pero hay tres grandes preguntas de las que dependerá que la economía estadounidense pueda impulsar el crecimiento mundial en 2024. En primer lugar, ¿podrá mantener el ritmo de crecimiento actual y lograr un aterrizaje extrasuave? En segundo lugar, ¿conservará la resiliencia en un contexto de división política interna e incertidumbre geopolítica en todo el mundo? Y por último, ¿conseguirán los inversores liquidez suficiente para refinanciar las deudas que acumularon durante la era de tipos de interés artificialmente bajos e inyecciones de liquidez extraordinarias desde los bancos centrales?

A juzgar por las cotizaciones actuales en los mercados, parece que los inversores creen que la respuesta a las tres preguntas es un sí rotundo. Por su parte, muchos economistas ven la economía estadounidense con optimismo, aunque no están tan entusiasmados como los mercados de capitales.

Yo hallo que tengo una postura con más matices. Analicemos las tres grandes preguntas.

Estados Unidos tiene dos ventajas importantes innegables respecto de otras grandes economías: sus motores de crecimiento actuales son más dinámicos, y se han tomado medidas significativas para fomentar futuros factores de crecimiento e invertir en ellos. Esto explica en parte por qué el crecimiento del PIB estadounidense en 2023 fue superior a las expectativas, con cifras del 4,9% y 3,3% en los trimestres tercero y cuarto, respectivamente. En cambio, Alemania, Japón y el RU se contrajeron, y China, frente a una serie de problemas cíclicos, corrió riesgo de caer en la temida trampa del ingreso medio.

Estas enormes ventajas diferencian a Estados Unidos de otras economías desarrolladas. Además, sus ventajas comparativas se irán ampliando, a menos que otros países hagan un giro veloz y decidido hacia políticas favorables al crecimiento y al aumento de la productividad.

Pero la economía estadounidense también enfrenta importantes dificultades. El inicio de 2024 encontró a Estados Unidos con una debilidad de los balances familiares, caracterizada por menos ahorro y más endeudamiento. Esto reducirá la eficacia futura del gasto en consumo como motor directo e indirecto de crecimiento. Además, ahora que la inflación está bajando, es mayor el riesgo de que la Reserva Federal, con su excesiva confianza en los registros históricos, cometa otro error de política monetaria.

Estos desafíos se agravan por incertidumbres internas y geopolíticas que no están teniendo su debida expresión en las primas de riesgo y evaluaciones económicas de los mercados. Mientras en Medio Oriente crecen la ya lamentable cifra de víctimas civiles y el padecimiento humano de la población gazatí, es bastante posible una escalada. En Ucrania, existe el riesgo de que la guerra gire en dirección a una extensión futura del conflicto. En tanto, las tensiones entre China y Estados Unidos no dan señales de disminuir. Otra capa de incertidumbre la agrega el hecho de que este año habrá elecciones en muchos países desarrollados y en desarrollo, de modo que cambios de orientación política pueden provocar nuevas perturbaciones de las cadenas de suministro y más instrumentalización agresiva del comercio internacional y de las finanzas.

La tercera cuestión es la capacidad de los mercados para refinanciar la excesiva asunción de riesgos impulsada por años de tipos de interés artificialmente bajos, inyecciones de liquidez masivas y una codependencia nada saludable entre la Fed y los mercados financieros. Un buen ejemplo es el sector del inmueble comercial, donde de aquí al final de 2025 vencen deudas por alrededor de 1,5 billones de dólares. Pero también hay motivos de inquietud en otras áreas, sobre todo en el sector financiero extrabancario, poco regulado y poco comprendido.

Es importante señalar que estos problemas de refinanciación tienden a manifestarse en forma gradual, lo cual tiene sus ventajas y desventajas: la lentitud mitiga el riesgo de contagio a gran escala y cortes de flujo repentinos, pero también erosiona la resiliencia y la agilidad.

La suma de todos estos factores pone en duda el pronóstico automático de consenso, que prevé que la economía estadounidense logre un aterrizaje muy suave y pueda impulsar el crecimiento mundial. De hecho, de aquí a fin de año, yo situaría la probabilidad de aterrizaje suave en un 55%. Hay también un 30% de probabilidad de que Estados Unidos caiga en recesión, y un 15% de que la aparición continua de innovaciones transformadoras (en particular en las áreas de la inteligencia artificial generativa, las ciencias biológicas y las tecnologías verdes) traiga sorpresas por el lado positivo.

Aunque hoy el consenso es mucho más optimista que hace un año, se necesita una visión más matizada que la que muestran los pronósticos económicos y las cotizaciones de los mercados. Digamos que el panorama es un «sí, pero», y exige prestar oportuna atención a los dos extremos de la curva de distribución de posibles resultados.

Traducción: Esteban Flamini

Mohamed A. El-Erian, rector del Queens’ College en la Universidad de Cambridge, es profesor en la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania, autor de The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (Random House, 2016) y coautor (con Gordon Brown, Michael Spence y Reid Lidow) de Permacrisis: A Plan to Fix a Fractured World (Simon & Schuster, 2023).

Copyright: Project Syndicate, 2024.

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