Uno de los grandes retos que debe enfrentar la China poscovid-19 es el de revivir el turismo dentro del país, tanto el proveniente del exterior como los viajes internos de sus connacionales.

Esta tarea no es poca cosa. Mirar un poco hacia atrás pone de relieve que hace apenas 5 años el número de ciudadanos que trabajaban de manera indirecta en actividades conexas al turismo ascendía a 65 millones de personas… más que la población entera de Francia. Los empleos directos se cuentan hoy en 25 millones de trabajadores.

Si se toma en consideración la inclinación a la prudencia que es parte indivisible del accionar chino a escala individual, se puede pensar que la reactivación del turismo interno, una vez terminada la época de batalla contra la contaminación, es un propósito que irá en contravía de la determinación de las familias a gastar menos y a ahorrar más. La inversión en distracción y vacaciones se está viendo seriamente recortado. Queda entonces desarrollar una tarea titánica en tratar de presentar al país como un destino atractivo por fuera de sus fronteras.

El caso es que de manera inercial, en la última década, el interior de China comenzó a despertar crecientemente la atención de los viajeros de países como Tailandia, Japón, Corea del Sur, Rusia, Las Maldivas y la Gran Bretaña hasta el punto de que, de 2015 a esta parte, el número de turistas de esas localidades creció 50%.

Tal era el atractivo ejercido por los diferentes sitios históricos y culturales, además de aquellos de indudable riqueza natural, que se esperaba que para este año 2,38 billones de trayectos tendrían lugar dentro de su geografía. Sin embargo, desde el inicio de este año los viajeros del exterior cayeron en picada. El hermetismo que existe en torno a este razonable descalabro de parte de sus autoridades hace pensar que el país se verá sensiblemente afectado por la caída en los ingresos provenientes del turismo.

Cerca de 2,5% del PIB del país lo genera la industria de los viajeros. El año pasado el número total de turistas que recibió el país sobrepasó los 415 millones, habiéndose expandido 7,6% con relación a 2018. Estos dejaron en suelo chino 513.000 millones de dólares, lo que fue superior en 8,2% a la suma gastada el año anterior.

Pero el coronavirus es solo uno de los elementos que pueden actuar como disuasivos del turismo extranjero hacia China. Algunos países pusieron en marcha prohibiciones expresas a las aerolíneas y agencias de viajes para promover viajes a China y pasará todavía un largo tiempo antes de que pueda borrarse de la mente de los potenciales turistas la peligrosidad inherente a todo lo chino, en parte porque la pandemia se originó dentro de sus fronteras y en parte debido a que la prensa fue muy activa en generar antipatías gratuitas sobre la manera en que el virus fue combatido y sobre la veracidad de la data oficial.

Ahora que se hace imperativo lidiar con las consecuencias de la pandemia, la dedicación de recursos a este sector se va a ver fortalecida. Los conocedores del tema estiman que Pekín seguirá de cerca la implementación de los planes de desarrollo del sector, los que prevén una inversión de 310.000 millones de dólares para el año 2028.  La meta que persiguen es que la contribución de los viajes internos y el turismo externo al PIB nacional crezca 6,5% hasta ese año.

Conscientes de los rechazos culturales que se alimentan desde afuera, el gobierno en Pekín se está esforzando por prestarle especial atención a esta industria dentro de sus planes de desarrollo y, a esta fecha, ella se considera una prioridad nacional.

 


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