Ser madre es una experiencia de esas que cambian la vida. Haber llevado durante 9 meses a un bebé en el vientre deseando verle el rostro, verlo y abrazarlo cuando nace, escuchar su vocecita llorar apenas entra al mundo y empezar a habituarse a una vida con él, es impactante.

Un bebé cambia la vida desde lo más profundo. Es como si todo empezara de nuevo, desde el inicio, y uno pudiese contemplar el orden de lo natural, paso a paso. El bebé impone el ritmo de la vida desde el comienzo: nacer, crecer, desarrollarse, ser joven, adulto, anciano. Nos lleva a recordar el don que es la vida y lo limpia que se ve con los ojos de un recién nacido.

En la Venezuela actual, son muchas las madres que no pueden contemplar esto que digo. Lo harán de alguna manera, porque un bebé es un milagro, pero las dificultades son tan enormes que hacen tambalear la belleza de una nueva vida. El bebé puede venir a alegrar una vida lúgubre, pero puede ser también visto como un “problema” en las circunstancias actuales.

El bebé, sin embargo, siempre es una alegría y cuando uno se fija en los detalles de los que están llenos sus días, uno empieza a experimentar que vale la pena haberlo traído al mundo.

La maternidad es un tremendo don. Un don maravilloso, pues nos hace ver el aspecto hermoso de la creación, nos hace sensibles, tiernos, más humanos. Por eso es triste encontrarse con mujeres que desearían no haber tenido a sus hijos, que buscan abortar, matar al hijo de sus entrañas. Esto último, muy a pesar de las circunstancias, no debería ni dudarse. Siempre pueden salvar la vida del bebé dándolo en adopción, ya que hay muchas mujeres que desearían un hijo y no pueden concebirlo.

Entiendo que un hijo implica problemas, gastos, sacrificio, pero si hay amor implica, junto a lo dicho, alegrías, ternura y un sentido de responsabilidad grande por recibir el encargo del cielo que se nos ha dado. El ejemplo de vida que tiene el niño es nuestra propia vida: somos nosotros y el modo en como lidiamos con las circunstancias. El amor es lo que da seguridad en esta vida. Así que, si queremos hacer a un hijo fuerte y seguro, transmitámosle mucho amor, un amor que será espontáneo y no forzado si ese hijo fue recibido con infinitos deseos. Si ese no es el caso, es bueno buscar ayuda, pues podríamos transmitir al hijo la rabia y las frustraciones, cosa que deja una huella imborrable en su psique.

Ser madre es un regalo hermosísimo que nos ha dado el cielo y es bueno reflexionar sobre este don, para no darlo por sentado. Renovar el amor por los hijos, uno a uno (si se tienen varios), ayuda a mantener el espíritu de la maternidad vivo. Muy a pesar de las dificultades que encontremos en el país para sacar adelante a una familia, vale la pena hacer todos los esfuerzos por abocarnos a cuidar a los hijos, a estar cerca de ellos, en las buenas y en las malas; ayudarlos a cumplir sus sueños; estar ahí cuando nos necesiten y cuando ellos crean que no; en fin: ser madres.


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