Al referirse a Joan Miró, el pintor catalán, Octavio Paz habla de un viaje. No el tradicional viaje por el espacio sino el viaje del adulto que creemos ser hacia el niño que nunca llegamos a ser, una travesía hacia dentro de nosotros mismos. El viaje que podría llenarnos de gloria si tuviésemos la valentía de emprender y sin tener muy claro que vayamos a regresar.

Fue Alejo Carpentier quien comentó en un artículo suyo las relaciones del creador y el tiempo. Dijo que muchos genios desaparecen antes de haber podido disfrutar los frutos de sus obras, en tanto que otros se ven detenidos por la muerte cuando estaban en condiciones de situarse en los umbrales de su más plena y reveladora creación. «He llegado al ocaso de mi existencia cuando empezaba verdaderamente a saber instrumentar», dijo Joseph Haydn sabiendo que sus días estaban contados.

Carpentier hizo una rápida enumeración: Isidore Ducasse, el uruguayo Conde de Lautreamont murió sin adivinar que todo un movimiento literario como el surrealismo endiosaría sus Cantos de Maldoror. Bela Bartok fue derribado por la leucemia cuando los públicos del mundo comenzaban a inclinarse ante su genio. Arnold Schoenberg murió muy poco antes de que su teorías empezaran a realizar cambios en los dominios musicales y Alban Berg cerró los ojos para siempre diciendo a su esposa: «Es ahora cuando he encontrado una nueva manera de componer» y yo agregaría el dolor que me produjo saber que una bala de la guerra del catorce acabó a los 27 años con la vida de Alain Fournier, el autor de la única, notable y conmovedora novela titulada El Gran Meaulnes, y un ser sensible e irrepetible como José Antonio Ramos Sucre cayó en Ginebra víctima de sus permanentes insomnios.

Pero lo que en poco tiempo emerge por el impulso de una revelación puede tardar veinte, setenta años y muchos más para escapar de una comprensión de minorías o para dar satisfacción a sus autores. Vincent van Gogh, por ejemplo, es una de las víctimas de esas jugarretas del tiempo. El célebre holandés, hermano de Theo, murió violentamente a los 37 años y se cortó una oreja para mostrar su inclinación hacia una chica del camino, pero solo llegó a vender un solo cuadro (El viñedo rojo por 400 francos) de los novecientos que pintó. Sin embargo, años más tarde, en 1990 un japonés compró El retrato del doctor Gachet por 80 millones de euros.

El país al que pertenezco continuará tropezando y cayendo lamentablemente, una y otra vez, enredado en su confusión tercermundista y en la áspera conducta de oscuros y mediocres militares y políticos de opereta. El tiempo seguirá jugando su malvado y eterno juego porque el planeta se siente abrumado por un virus aniquilador y nocivas bacterias ideológicas o virulentos espasmos teocráticos e islámicos también actúan como virus que envenenan la sangre de nuestros mediocres mandatarios bolivarianos.

Como venezolano de mente libre me siento atenazado por un desasosiego que parece mantenerse cada vez con mayor firmeza debido al archipiélago en que se ha convertido la oposición política y a la desaforada ambición de poder de muchos de nosotros.

Este régimen tan malvado como el propio tiempo que nos castiga con virus y malas ideologías, no se divide. La derecha, el fascismo, así trate de confundir al mundo haciéndose pasar, como en Venezuela, por democracia participativa de izquierda, no se fragmenta. Hace, desde luego, más trampas que el tiempo y siempre emerge victorioso. Antes, el país venezolano era adeco; hoy es chavista y todos tenemos la culpa. Yo, de muchacho, fui compañero de ruta del Partido Comunista y lo vi sembrar semillas en los cuarteles; de esas semillas brotó Hugo Chávez y basta esa referencia para sentirme no solo culpable sino responsable del espanto que nos asfixia.

No soy político de oficio sino hombre de escasa cultura, pero creo que con mis maltrechas palabras puedo lavar, hoy, la culpa que me persigue y no me deja dormir. Por eso estoy intentando emprender el viaje hacia mí mismo en la seguridad de que en el camino encontraré seres espléndidos y generosos, aceras limpias de menesterosos hurgando en las basuras, una vegetación exuberante, enormes árboles de frondosas ramas y la fuerza y claridad necesarias para trazarle un nuevo rumbo al país.

 


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