Lamentablemente para usted, señor Diosdado, y para la inquisición militarista que usted representa, todo proyecto político que pretenda imponer un pensamiento único en este siglo está condenado al fracaso. No sé si está al tanto, es muy probable que no, pero en todo caso le informo: vivimos en un mundo donde la creatividad y la innovación, que son dos de las manifestaciones más importantes del pensamiento libre, determinan el éxito de las organizaciones contemporáneas. Dicho de otro modo: si castras la capacidad de pensar libremente, e instalas el miedo en una sociedad, estás reduciendo a cenizas el valioso recurso de la autonomía individual, de las ideas, de la inventiva, y por tanto reduces también la posibilidad de mantener la economía de tu revolución a flote en mercados tan competitivos.

No hay iniciativa donde hay miedo; no hay diversidad creativa donde hay censura. No hay ni siquiera capacidad de anticipación en un asno que solo mira la zanahoria.

De modo que, y tomando en cuenta el desconocimiento que la revolución bolivariana demuestra sobre estos temas, es todo un placer comunicarle que la tendencia global apunta hacia el tipo de fórmulas organizacionales que se separan radicalmente del taylorismo tradicional del siglo XX, y de los liderazgos autoritarios tan presentes en las empresas tradicionales.

Esa tendencia, estimulada por el desarrollo tecnológico, la inteligencia artificial, el internet de las cosas, las industrias conectadas 4.0, y todo el universo de opciones que ofrece las comunicaciones en red, necesita mentes innovadoras y creativas; personas que piensen por sí mismas o que tengan capacidad de discernimiento. Necesita, además, equipos de trabajo colaborativos, donde la participación abierta, franca y democrática estimule la eficacia en la solución de problemas. En otras palabras, señor Diosdado, la sumisión, la pasividad, o el pensamiento uniforme, tan comunes en el modelo taylorista y en organizaciones con estructuras verticales como su revolución, ya no representan una opción viable para las economías de este siglo.

Sin duda, creo que usted y sus camaradas piensan que Venezuela es un cuartel, y que los venezolanos somos la carne molida de un aparato de penetración ideológica que pretende embutirnos como salchichas.

No, señor Diosdado. La debacle del oscurantismo tuvo su origen en la invención de la imprenta. Y del mismo modo en que el clero dejó de dominar el pensamiento hace varios siglos gracias a Gutenberg, así ocurrirá con cualquier proyecto político que persiga lo mismo gracias, esta vez, a las transformaciones tecnológicas del siglo actual.

Aquí la pretensión de aniquilar el pensamiento libre ha sido multilateral, progresiva, y ha conducido a la devastación que observamos ahora. Sus consecuencias no solo son inmediatas sino también prospectivas. Le explico: el miedo y la destrucción de la diversidad de pensamiento que usted y su camarilla imponen hoy, impactará en la economía y en la sociedad venezolana a corto, mediano y largo plazo. Ustedes siembran pobreza de pensamiento en la actualidad para cosechar más pobreza mental, más sumisión, y más control en el futuro. En realidad es absurdo lo que hacen: entrenarse para administrar la pobreza y no la abundancia en el futuro, y además prepararnos para metabolizar esa miseria.

¿Quiere un ejemplo histórico que bosqueje un poco cómo el pensamiento único es sinónimo de fracaso? ¿Pueden estudiar los cuadros del PSUV el siguiente caso? Los invito.

Un sistema educativo tradicional centrado en el militarismo 

Entre los siglos XVIII y XIX, los prusianos, a través de Federico II y posteriormente mediante Karl Freiheer Vom Stein, diseñaron un sistema educativo con enfoques militaristas que anulaba la libertad individual de razonar. Prusia necesitaba formar ciudadanos obedientes y sumisos al servicio del ejército. Necesitaba, para enfrentar a Napoleón, soldados estrictamente disciplinados que solo ejecutaran órdenes y que pensaran muy poco.

De este tipo de educación se deriva la mayoría de los sistemas educativos a nivel mundial. El objetivo: formar individuos dóciles para el Estado, dóciles para el ejército, dóciles para la industria. Lo sorprendente es que después de dos siglos persisten los mismos métodos: niños formados en filas (como se forman los soldados); niños uniformados (como se uniforman los soldados); niños izando una bandera (como la izan los soldados); niños acatando las órdenes de un maestro autoritario (como acatan los soldados las órdenes de sus superiores); niños aprendiendo a través de la repetición y memorización (como aprenden los soldados); niños si capacidad crítica ni pensamiento divergente, como si formaran parte de una tropa que solo obedece órdenes aunque no sean las más inteligentes o correctas.

¿Coincide esto con el sistema educativo venezolano? ¿Coincide esto con los procedimientos que aplica el Partido Socialista Unido de Venezuela dentro de sus filas? ¿Coincide esto con los procedimientos que se aplican en las instituciones venezolanas donde no existe sino obediencia ciega, docilidad, disciplina estricta, sumisión, y una voz de orden que no se rebate aun cuando la orden sea llevarnos a todos al despeñadero?

Desde luego que sí. Pero hay más: en las escuelas venezolanas, además del modelo prusiano y del deterioro encomiable de las mismas, nuestros niños y niñas son bombardeados permanentemente con una retórica nacionalista, en favor de un culto hacia antiguos militares independentistas, como si en lugar de individuos críticos, autónomos y con la mirada puesta en el futuro, el Estado estuviera formando idólatras y defensores de una vieja y trasnochada cultura castrense. ¿Hay pensamiento libre allí donde solo hay sumisión, obediencia ciega y disciplina estricta? ¿Son seres humanos o milicianos? ¿Quiénes están a cargo de buena parte de las instituciones del país: civiles o militares? ¿Y qué lenguaje han usado ustedes desde 1999? ¿Acaso no hemos escuchado, por ejemplo, palabras como “misión”, “unidades de batalla electoral”, “rodilla en tierra”, “toque de diana”, y otras arengas de cuartel?

Pero, ¿ha funcionado esto? ¿Tenemos un país próspero, equilibrado, eficiente? ¿Le ha servido a su revolución bolivariana ese pensamiento único que tratan de imponer?

Sigamos con Prusia, señor Diosdado. ¿Qué ocurrió? Los prusianos creían que la domesticación del pensamiento y la disciplina estricta, a través del modelo educativo que implementaron, les daría ventaja ante el ejército de Napoleón. Resultó ser todo lo contrario: las tropas prusianas perdieron porque carecían de iniciativa y capacidad de improvisación. Donde hizo falta pensamiento propio, autonomía, y la libertad de acción, hubo por el contrario sumisión y obediencia ciega. Miedo. Y el miedo inmoviliza. Las tropas napoleónicas encontraron debilidad en aquello que los prusianos creían una fortaleza. Y los arrasaron.

Destrucción progresiva de la libertad de pensamiento

Señor Diosdado: un militar (usted) demandó al diario El Nacional y fueron militares los que tomaron el edificio. Este hecho, más allá del atentado que representa para la libertad de expresión, responde también a la cultura militarista referida en líneas anteriores. El edificio de El Nacional no fue más que la toma física de uno de los últimos bastiones del periodismo libre en Venezuela.

Lo sabe bien. No fue por daño moral, pues si ese fuera el caso, tendría usted que embargar los bienes del al menos 90% de la población venezolana que no tiene la mejor opinión de usted, y que además la reproduce cada día, a toda hora, a través de las redes sociales.

Con el embargo a este medio de comunicación, usted no quiere tomar solo un edificio, también quiere destruir una institución, asaltar el monumento físico y tangible y todo lo que representa y ha representado para el periodismo latinoamericano durante 77 años. Quiere, una vez más, aniquilar el pensamiento libre e imponer de manera gradual un pensamiento único.

La toma de El Nacional no ha sido el único ni será el último. Es uno de los más emblemáticos, pero detrás de este último atropello existe una larga historia de intimidación, ataques, abusos de poder, amenazas, robo flagrante de equipos y material periodístico, persecución y encarcelamiento a trabajadores de la comunicación. Es la fórmula que ustedes utilizan: instalar el miedo, domesticar el pensamiento, imponer una sola percepción de la realidad.

El problema, señor Diosdado, es que la libertad de pensamiento no es un edificio. Tampoco una cámara, un micrófono, un teclado de computadora. El pensamiento libre es una institución individual que se edifica por derecho humano en el corazón de mujeres y hombres. Reside en la voluntad de ejercerlo por las vías más insólitas e insospechadas.

Y es también, muy a pesar de ustedes, uno de los ejercicios naturales más prolíficos del ser humano en este siglo. ¿Cómo detendrá usted a los nativos digitales? ¿Cómo desarrollar la economía de un país lejos del cambio tecnológico y de las transformaciones digitales? Hoy la libertad de expresión no solo está unida al derecho de estar informado. También reside en la participación masiva de usuarios y usuarias que por vías digitales expresan sus opiniones en contra o a favor de productos, marcas, personalidades, fenómenos sociales.

Para detener esto, usted tendría que detener el siglo. Tendría que convertirse en otra Corea del Norte. Borrar a Venezuela de Google Maps. Pero, ¿y la economía? ¿La productividad, rentabilidad, crecimiento, progreso? ¿Acaso le interesa?

Lamentablemente para usted, señor Diosdado, el proyecto político del que se jacta con extrema arrogancia, basa su aparente supremacía en esquemas de pensamiento del siglo XVIII. Intenta someter con modelos de antaño, el alma inquieta, curiosa y más informada del siglo actual. Yo escribo esto desde mi teléfono móvil, fuera de mi país, en una plaza de un pueblo remoto. No necesito un edificio para hacerlo sino una app. Mi libertad de opinión no es embargable, señor Diosdado. Quiere usted acabar con un medio de comunicación, sin tomar en cuenta que ese medio no es un edificio sino todo aquel que ejerce su derecho a pensar libremente. Y para eso basta un solo clic. Un clic. O este teléfono móvil.

 

 


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