La historia viene de lejos, si inició hace unas cuantas décadas. Me refiero a la aparición del Sildenafil, el famoso Viagra, un fármaco creado con el fin de tratar, con harta discreción, como cabe esperar en estos casos, la denominada disfunción eréctil. Se trata de la llamada “pildorita azul”, parte de un amplio menú de opciones, entre las que cabe mencionar Prozac, concebido para tratar la depresión; Serotax, la timidez; Aurix, la fobia social, y así otras muchas elaboradas para hacer dormir, adelgazar, aumentar la concentración y quién sabe cuántas cosas más, propias de una cierta obsesión de los terrícolas modernos.

El Viagra y el balón

Su brinco de la cama a la cancha de fútbol ocurrió más recientemente cuando empezó a circular la noticia de que algunos equipos de fútbol se las administraban a sus jugadores con el fin de reducir el desgaste físico que les producía la altura de 2.000 metros de la ciudad de La Paz, cuando les tocaba enfrentar al combinado de Bolivia o los casi 3.000 si se enfrentaba al equipo ecuatoriano en Quito. Según los expertos, en tales circunstancias el comprimido facilitaba la circulación sanguínea y mejoraba la respiración, aminorando el impacto causado por la altura en el rendimiento físico de los jugadores. Guardando las obvias distancias, cumple una función semejante a la cámara hiperbárica, un artefacto más sofisticado y caro diseñado con el fin de llevar a cada célula del organismo mayores cantidades de oxígeno que las que reciben en circunstancias normales.

Saco a colación lo anterior porque para mi sorpresa, pues hacía casi una eternidad no se oía hablar de la tableta, la semana pasada, luego del partido celebrado contra Bolivia en La Paz, el director técnico de la selección argentina anunció que se había distribuido entre los futbolistas, hecho que estimó como muy relevante en el triunfo obtenido 3 a 0. “No nos pegó la altura”, expresó durante una entrevista.

Mirado en el contexto actual, la famosa pildorita azul representa un episodio más bien modesto dentro de los cambios que se están generando a partir de las transformaciones tecnocientíficas que se vienen abriendo espacio hoy en día, en todas las esferas de la vida social.

La actividad deportiva no es, desde luego, la excepción y está siendo afectada en grado determinante por un conjunto de innovaciones, que le dejan su sello en todos los aspectos, trátese de los estadios, los implementos (balones, jabalinas, raquetas…), la vestimenta,  la alimentación, la salud, los métodos de entrenamiento, la elaboración de estrategias de juego, el arbitraje y, por mencionar apenas un último elemento, la intervención sobre el propio cuerpo humano a fin de ampliar su potencial físico durante la contienda deportiva.

“Trucar el ADN”

Visto lo anterior viene al caso hablar del dopaje genético, definido por la Agencia Mundial Antidopaje como “el uso no terapéutico de células, genes o elementos genéticos, o de la modulación de la expresión génica con el fin de incrementar el rendimiento atlético”. En otras palabras, alude al cambio de nuestra composición genética, vale decir, de los ladrillos con los que estamos fabricados, a fin de ampliar el potencial del atleta. Se trata, así pues, de un brinco notable dentro de una larga historia que registra la búsqueda permanente de modos, algunos santos, la mayoría no tanto, orientados a obtener ventajas reñidas con la paridad de circunstancias que debe gobernar la realización de todos los eventos en las múltiples disciplinas.

Así las cosas, los estudiosos han empezado a hablar de la necesidad de repensar a fondo la actividad deportiva y, sin tener que apelar a los textos de ciencia ficción, esbozan la posibilidad de un “deporte poshumano”, fundamentado en el rediseño del organismo (“trucar el ADN”, suelen señalar) para ganar medallas a partir de su estrecha fusión con el desarrollo tecnocientífico, modificando aspectos que se consideraban innatos, tales como sus posibilidades físicas y mental, su longevidad e incluso su posición como especie dominante, cuestionada, conforme lo previenen algunos investigadores, por máquinas cada vez más inteligentes y ubicuas.

En suma, se argumenta que serán tres los tipos de modificación mejoradoras que pueden experimentar los deportistas en un futuro próximo: el dopaje genético, los implantes en el cuerpo que convertirán a los deportistas en cyborgs y la creación de seres transgénicos, es decir, híbridos y quimeras.

El Homo sportivus

Las consideraciones anteriores emergen de la sorpresa que me causó la noticia de la utilización del Viagra en el fútbol, así como de la coincidencia de que me entero de ella mientras releo algunas secciones de  un  libro publicado hace poco y que desde diversos ángulos muestra la importancia y significado que tiene el deporte en el mundo actual, bastante alejado de la concepción que le dio el barón Pierre de Coubertain, a comienzos del siglo XIX, mostrando  cómo se ha convertido en una suerte de laboratorio en el que los atletas de alta competencia parecieran desempeñarse como sujetos de experimentación, con el objetivo de incrementar su rendimiento en las diversas especialidades.

Desde luego, no me pasa por la mente hacer una reseña, ni siquiera breve, de sus trescientas páginas. Pero sí destacar que desde diferentes perspectivas el texto asume la exploración de lo que despunta como una nueva era calificada como poshumana, en la que, conforme lo ha señalado el filósofo Yuval Harari, el Homo sapiens juega a ser el Homo Deus, sin disponer de las pautas éticas y legales que permitan darle cauce a los avances que tienen lugar.

El texto que comento insiste en la relevancia que tiene mostrar los “códigos invisibles, o la otra cara de la medalla”, revisando el deporte como espectáculo, como negocio, como asunto de la política y de otros tantos asuntos sin los que resulta factible desentrañar la naturaleza del deporte actual, marcado por la aplicación de resultados derivados de la ingeniería genética, de la robótica mediante implantes y prótesis, de las neurociencias, etcétera

En fin, resume el escritor el tema aquí examinado suscita muchas incógnitas y preguntas de orden científico-técnico, filosófico-antropológico, bioético y legal que, como se recoge en sus páginas, remiten a los riesgos que corre la especie humana en general, respecto a avances aparentemente beneficiosos y a su contradicción con el espíritu del humanismo. Adicionalmente afirma que, si se consigue avanzar en la orientación correcta, nuestro conocimiento deberá centrarse en que el destino de la nueva tecnología se ajuste naturalmente a un marco ético humanista. Que el hombre esté siempre dirigiendo y controlando la máquina y no lo contrario, afirma en las páginas finales de un texto muy bien estructurado y escrito, capaz de hacer que el lector, incluso estando en desacuerdo con algunos de sus análisis, se encuentre con un tema cuya significación resulta imposible de exagerar.

En estas últimas líneas de mi artículo vengo refiriéndome al texto Semidioses del mundo deportivo: la fina frontera entre lo natural y lo artificial, escrito por Pedro Antonio García Avendaño, profesor de la UCV y autor de una obra amplia, urdida alrededor de cuestiones similares a las que trata en este su último libro (por ahora). Desde una función antropológica aborda la construcción de un deporte alternativo, orientado a reinventar el humanismo, demostrando que su atractivo no radica en superhombres robotizados o genéticamente modificados.

“Como Homo sapiens tenemos el derecho de imaginar un mundo mejor y como Homo sportivus de hacerlo posible”. De esta manera remata un libro que vale la pena leer, incluso por las discrepancias que pueda tener con quien lo lee.


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