La película Unfrosted carece de la gracia del Jerry Seinfeld de su exitosa serie, en un fallido intento de regreso con una comedia paródica de Netflix, sobre una guerra de la industria del cereal por dar con la fórmula de la famosa Pop Tart en los años sesenta de Kennedy.

El director lo intenta con un guion plagado de guiños a la cultura de aquellos tiempos, pero cada gag resulta más sonrojante que el anterior, sin mayor timing en el campo de edición.

Cuesta reconocer el genio del actor, diluido entre un producto de corte televisivo y estándar, para un canal de cable de los noventa.

Hay temas y asuntos de interés, como telón de fondo: un comentario satírico acerca del absurdo privilegio de los dueños del negocio, una crítica a la doble moral de la época, un retrato de una sociedad suburbial que esconde oscuros secretos, un cuestionamiento a los mecanismos de la publicidad y la manipulación infantil con imágenes del poder de lo cuqui.

No obstante, el acabado estético aplana las buenas ideas del subtexto, estirando bromas y chistes hasta la obstinación del espectador, quien de pronto ríe para refugiarse en una zona cómoda de la nostalgia más condescendiente.

En el algoritmo de Netflix, Unfrosted me deja helado y consternado por su criterio de instrumentar nombres y firmas, a costa de prestigios, reputaciones y futuros en Hollywood. Se repite el caso de Zack Snyder en la fallida serie de Rebel Moon, con lo cual percibimos una tendencia preocupante en la meca, es decir, un filón como el de las cintas de directo a video en el pasado, solo que hoy diseñadas con prisa para llenar el contenedor y situarse en lo alto del top ten de la semana.

Una economía de películas de usar y tirar, de largometrajes pedestres que se lanzan al mercado en cantidades y porciones de bloques, a efecto de rentabilizar el dólar del streaming, donde la exigencia viene siendo mínima, a consecuencia de la rapacidad de la oferta y la demanda.

Unfrosted se colma de estrellas y cameos, buscando generar un efecto de comedia, a partir de la familiaridad con situaciones y personajes conocidos.

El problema es que el trabajo parece una sumatoria de sketchs, como del peor SNL, que nos hacen extrañar los buenos tiempos de Seinfeld, quien últimamente predica contra la corrección política y la cultura de la cancelación. El asunto es que su campaña no se condice con un filme particularmente interesante o disruptivo. En realidad, Unfrosted refleja su crisis creativa y la de la generación que representa, ante los avatares del milenio y el ascenso de unas generaciones de relevo en auténtica sintonía con las expectativas de la audiencia.

Tendrá que revisar sus esquemas de producción y escritura de guiones.

Tomarse un break y replantear su lugar en la industria. Evoca el instante de salida de Billy Wilder, cuando el New Hollywood se devoró a los colosos de la edad dorada.

Actualmente vivimos un recambio audiovisual de un aire similar.

En tal sentido, Unfrosted es una pieza de un engranaje que resiste a una progresiva agonía. Pero que supone un ejemplo de lo que va quedándose como pálido recuerdo de un reinado de series como Seinfeld y Mad Men.

El 2024 representa un punto de inflexión en la comedia.

Uno en el que lo más relevante procede de las periferias como Suráfrica, donde se gestó la estupenda Contra todos, verdadera antítesis del desaguisado de Unfrosted.


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