El oficialismo comenzó de la peor manera el nuevo año 2020, con el asalto militar perpetrado contra el recinto sagrado de la soberanía popular; confirmando así su naturaleza criminal y su ideología totalitaria. Esta actuación bochornosa convenció definidamente al mundo sobre los delincuenciales manejos de la usurpación.

Entretanto a Juan Guaidó se le abre una segunda oportunidad, con un “segundo debut”, como ponderaba el viejo comercial de la crema rejuvenecedora; veremos si se rompe el dicho y las segundas partes resultan buenas. Ha reconocido sus propios errores en la conducción política y declara estar dispuesto a rectificar. Veremos.

Sin duda, la pragmática estructura del G-4 fracasó y resultó penetrada por la corrupción. Le corresponde a Guaidó, ahora liberado de atadura partidista, integrar una dirección política más representativa de la mayoritaria resistencia y con un alto componente ético.

Padecemos una situación moralmente intolerable y debemos enfrentarla con la fuerza del coraje ético. Esperamos que el presidente interino diga claramente que mientras se mantenga la usurpación en el poder está descartada la participación en unas elecciones parlamentarias. Primero lo primero: el cese de la usurpación. Deberá invocarse el tratado del TIAR, el 187-11 y la Responsabilidad de Proteger, lo clama un país cuya fuerza laboral no tiene acceso al trabajo y a una remuneración digna, con 13,5% de desnutrición en niños recién nacidos a 5 años y 87% de familias que sufre privación alimentaria.

La fuerza moral será determinante para la salida de la narcotiranía del poder, esto lo confirma un dato: el alto nivel de confianza que tiene la Iglesia en la opinión pública, 63% de aprobación. El número 1. El respaldo popular se lo ha ganado por su acción en pro del bienestar de la gente, acompañándola y asumiendo sus luchas. No estamos llamando a la Conferencia Episcopal a convertirse en un mero actor político, sino que estamos destacando la significancia de lo moral para superar la crisis que tiene rostro de tragedia y horror, por la violación sistemática de los derechos humanos.

Veamos los vectores de su actuación pública que sirven como inspiración.

Promueve modelos de sociedad que incrementen el bien común.

La dura realidad debemos atenderla, pero no con los mismos mecanismos de siempre, sino con la creatividad intelectual y estratégica que implica el juego sociopolítico del momento, en el que hay diversidad de actores y multiplicidad de intereses.

Llegó el tiempo para considerar si -ante tanto sufrimiento y violencia- no ha llegado la hora de apostar porque el pueblo decida por sí mismo lo que desea ante insolubles problemas, verbigracia expresando su voluntad inequívoca, “soberana”, por medio de una consulta vinculante.

Aprovechemos esta oportunidad histórica para construir, sobre la base de lo mejor que hemos sido, una nueva historia fundamentada en el bien común y la libertad.

¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!


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