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Los acontecimientos que han surgido en América Latina en particular y en el mundo en general, en estos últimos 25 años, han sido la viva prueba de que los pueblos viven sobre todo por y para la esperanza. Los diferentes movimientos políticos, algunos con epítetos rimbombantes que ofrecen grandes cambios y otros, con la etiqueta de ser revolucionarios y progresistas, solo han tenido como objetivo final, cambiar con nuevas esperanzas a las antiguas que perdieron fuerza.

Pero para entender este término buscaremos algunas aproximaciones para comprender su significado. Una de ellas consiste en la confianza en que ocurrirá o se logrará lo que se desea. Si lo llevamos al campo de la religión, se convierte en la virtud teologal por la que se espera con firmeza que Dios dé los bienes que ha prometido o nos cumpla lo más banales deseos.

Otra de las definiciones, podemos hablar de que la esperanza sería aquello que se espera y que se logrará, posiblemente, a su vez, que el futuro se avizora mejor que el presente, o en el mejor de los casos, menos accidentado que en la actualidad. Pero no dejan de ser promesas a veces inalcanzables, ilusiones que satisfacen deseos irrealizables, acompañado por un optimismo que raya a veces en lo imposible.

Pero para que la esperanza siga existiendo necesita como combustible la angustia, la pena, el temor, el miedo, el desaliento y sobre todo la desesperanza. Todos los elementos antes mencionados nos indican el camino que la solución para muchos de esas situaciones es la espera, que aunque desespera, no queda otra alternativa que esperar que se originen los cambios, a través de una divinidad o por medio del capricho de un hombre, pero en la mayoría de los casos solo queda respirar y hacer tiempo.

Ahora bien, para vender esperanzas en los mercadillos de las promesas hace falta establecer tiempos convulsos, crear agitación en la sociedad en general o en el individuo en particular, para sumergir a las almas sin rumbo, en una espiral de crispación y desconfianza.

Entonces surgen esos mesías, que tratan de ofrecer soluciones mágicas a problemas sencillos, pero al enredar todo el entramado y convertir la simplicidad en las peores de las complicaciones, da pie al nacimiento de estos salvadores que engañan al pueblo, para que puedan vivir en un letargo permanente de exasperación, paciencia y enojo, como una forma de controlar a los agobiados.

Por lo tanto, aquellos que venden ilusiones, creencias y promesas tienen otro aliado a su favor, que no es otro que el tiempo. Mientras más dure la espera de la llegada de ese anhelo, la vigencia del statu quo queda inalterable. Para mantener viva la llama de la ilusión se realizan pequeñas concesiones, sólo para justificar que el aguante tiene su premio, pero hay que seguir en la expectación, para que llegue lo que no pudo ser en un primer momento.

Entonces, podemos decir que los movimientos políticos en diferentes partes del planeta son expertos en crear expectativas y ellos y sólo ellos tienen la capacidad de satisfacer esas aspiraciones, pero que no se logran por culpa de terceros. Por lo tanto, la promesa se convierte en una pretensión de sueño, que pronto llegará, gracias a que ese caudillo determinado, ese partido en particular o ese dios en concreto, logran aglutinar las angustias de un pueblo que no ve más allá de la fantasía, que no lo sacará de la miseria, ya que la gente ha optado en permanecer en un estado utópico de inconsciencia que ser un consciente proactivo.

Por consiguiente, ya el deseo pierde cualquier racionalidad, porque es gobernada por una vehemencia a un posible cambio que nunca llegará, pavimentado por la falta de sentido común, flanqueada por la ineficiencia y empujada por la moralidad incorrecta. Ya no hay ser supremo que valga, porque las peticiones ensombrecen cualquier acto de fe, por lo tanto hay que abolir el buen corazón y aplicar la ley del sálvese quien pueda, porque lamentablemente solo queda esperar.

En consecuencia, el común de las personas que han hecho de la esperanza su modo de vida pasan el tiempo sentados, viendo la historia pasar frente a sus ojos, en la cual el único esfuerzo que realizan es extender el brazo y abrir la mano, esperanzados en que le den esa migaja de promesa para que puedan seguir soportando su vida desesperada. Ya pensar no cuenta, ya el discernir no cuenta, ya lo que importa es estar sumergidos en esa irracionalidad que al parecer es la única eficiencia que encuentran en su patética vida.

Desafortunadamente, hay comunidades que les gusta permanecer desnudos ante la demagogia, porque se fastidian en entender, eso de pensar se lo dejan a otros. Eligen permanecer en la intemperie de la ignorancia, porque les da miedo abrazar la moralidad correcta, la religión correcta, la filosofía correcta. Prefieren que otros hagan frente a los avatares de la vida, porque es más fácil esperar que las cosas cambien, que ser el motor para el cambio. Ya no importa el presente, ya no importa condenar a nuestros hijos y nietos al fracaso, porque hemos limitado con nuestras acciones, el acceso al conocimiento, que nos hubiera permitido vivir mejor.

Por esta razón, los hábitos correctos de la vida han sido cambiados por sumisiones rutinarias, que nos guían a tomar decisiones equivocadas, porque hemos hecho de la esperanza el elíxir de nuestra existencia. Entonces, hemos llegado al punto que nos da miedo que nos quiten ese espejismo, por el temor de quedar sin la bondad de quien ostenta el poder, sin importar que eliminemos la verdad, porque la misma nos produce angustia, es mejor no saber, no pensar, no hablar, solo queda aguantar que llegue ese no sé qué en un no sé cuando.

Sin embargo, a pesar de que cada sociedad tiene sus propias formas de ver la realidad y de construir así su verdad, en la cual cada hombre y cada mujer se desempeña según la contextualización de sus circunstancias y a pesar de que podamos tener diferentes concepciones del mundo, es inexorable que compartamos algo en común, que no es otra que la esperanza. De hecho, hay personas que justifican su existir con una fe ciega a que las cosas pronto cambiarán, ya que el antojo, la pasión y el interés nos ayudan a mejorar nuestra visión de futuro, porque sin deseos, quedamos moribundos en el camino de la supervivencia.

Así que buscamos soluciones a la ligera ante situaciones complicadas, nos aferramos a la esperanza que nos venden, como una poción mágica que cambiará nuestras angustias por alegrías. Pero no caemos en cuenta que aquellos encantadores vendedores de promesas, no poseen recursos estratégicos infinitos para lograr esos cambios soñados, sino se aferran a su postura egoísta de lograr el poder por el poder, sin importar que el resto de la sociedad caiga en barrena hacia la miseria. No obstante, tenemos pánico a abandonar la mediocridad y esperamos que las cosas cambien por sí solas.

Entonces los ciudadanos estamos sometidos por los conquistadores que venden espejitos como esperanzas, porque hemos aprendido a actuar solo de manera empírica, debido a que la reflexión nos da flojera, pues ya no necesitamos la dignidad ni la valentía. Nos conformamos con soluciones que no ameritan esfuerzo, nos conformamos con acciones que no nos desvíen de la ilusión.

Pero tratando de desenredar la madeja de lo planteado anteriormente, podemos concluir que el arte de la política es la habilidad para engañar a gran escala, porque cada día para justificar su ineficiencia, encierran a la sociedad en una secuencia de trampas, para vender supuestas soluciones, que tienen su andamiaje en la esperanza, debido a la falta de voluntad para solucionar los problemas, sin importar que agobian a la comunidad, pero para confundir a las personas, van dejando migajas de ilusiones, para crear un falso delirio de eficiencia.

Por lo tanto, sostener la noble mentira del engaño es una forma velada de mantener y afianzar la opresión. Pero para preservar la farsa y poder así vender fantasías, hay que sumergir a la sociedad en la ignorancia y así privarla de un razonamiento lógico, de esta forma pueden conservar y defender el deseo del desesperado como una única vía de entumecimiento colectivo, conduciendo a la idiotez crasa y supina, creyendo que sólo a través de las promesas pueden justificar su camino sin rumbo.

Lamentablemente, como ciudadanos, no hemos sido capaces de librarnos del yugo del engaño y hemos permitido que otros utilicen las mentiras para evadir sus responsabilidades y ventilar promesas inverificables, inviables e imposibles.

Ahora bien, para llegar a la situación antes mencionada, los gobiernos de muchos países se trazan como hoja de ruta una combinación de metas irrealizables, demostrando la poca comprensión que tienen de sus respectivas naciones. Estos politiqueros son una verdadera desgracia, porque utilizan para lograr mantener y contener en el atraso y en la miseria a aquellos que necesitan como clientes políticos, es decir, a los pobres.

Pero debemos ser sinceros con nosotros mismos y no escandalizarnos por la utilización de las mentiras, porque de una manera u otra, todos hemos recurrido a ella para alcanzar algunos objetivos. Decir lo contrario es ser hipócrita, como también lo somos ante la hipocresía de los políticos y grupos de poder.

Pero es precisamente a aquellos que tienen puestos de responsabilidad, que han entrado en una espiral de una falsedad constante e ininterrumpida, ¿es el precio del poder?, quién sabe. No obstante, es vergonzoso cómo los pueblos, a pesar de vivir sumidos en el embuste y liderados por farsantes, demuestran cierta confabulación con los políticos que se burlan de su buena fe. ¿Qué hacemos ahora? Seguir esperando.


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