El pragmatismo, esto es, la propensión a adaptarse a las condiciones reales, es el tipo de conducta que está muy distante de los máximos líderes de la revolución bonita. La tendencia de todos ellos a identificarse con regímenes comunistas (Cuba, China y Rusia, entre otros) priva por encima de lo demás. Ello explica que en esa lucha al más alto nivel que en estos momentos llevan a cabo Estados Unidos, Inglaterra y la Unión Europea en contra de Rusia, los gobiernos de Díaz-Canel y el conductor de Miraflores no pasen de ser de recogepelotas. (Con esto último aludimos a esas personas encargadas de recoger en los campos de tenis las pelotas que quedan caídas en la pista durante un partido). Así de insignificante es la actuación de los dos países latinoamericanos en la confrontación que, en la actual coyuntura histórica, tiene Rusia con Estados Unidos, Inglaterra y los países que conforman la Unión Europea.

Incluso, de haberse mantenido en pie la democracia venezolana después de la segunda gestión presidencial de Rafael Caldera, y de haberse preservado el nivel de desarrollo que entonces teníamos -por descontado muy superior al actual-, no calzaríamos la condición de potencia militar que hoy tiene Rusia, pero sí el de país de libertades y con mejores condiciones de vida a las que tenemos hoy día. Obviamente, ahora tendríamos un holgado nivel de ingresos producto del alto precio que actualmente tiene el petróleo a nivel mundial y no esa producción chucuta que tiene Petróleos de Venezuela desde hace unos cuantos años. Es evidente que la revolución bonita se siente más tranquila haciendo pasar el trabajo hereje a los venezolanos y manteniéndose firme, sin soltar las maléficas riendas que marcan el paso de un autoritarismo venal e improductivo.

Los venezolanos no se merecen el sufrimiento que hoy padecen. No es sólo que se desaprovecha el tiempo de vida útil que tienen la explotación petrolera y minera en general, sino que se pierde la oportunidad de transformar nuestro país en un gran centro turístico mundial como lo es hoy España. Eso lo pone en evidencia la enorme extensión de sus bellas playas, el atractivo sin igual de Guayana y su Salto Ángel, la hermosura de sus llanos, la magia de la región andina, la belleza de sus mujeres, el encanto de su música, la variedad de su comida y la preciosidad de lugares como la Isla de Margarita, Mérida, Maracaibo, Coro, Araya, Caripito, San Cristóbal, Barquisimeto, Maracay, Chichiriviche, Río Caribe, Trujillo, Puerto Ayacucho y Caracas, entre muchos otros. Todo lo anterior supera al más atrayente tesoro que se nos pueda ofrecer. Lamentablemente, esos valores inigualables han sido lanzados a la basura por una revolución fantasiosa y destructora, cuyo objetivo final es hacer de Venezuela una cárcel plagada de pobreza e infortunios.

Durante el tiempo que va de la huida de Marcos Pérez Jiménez hasta el final de la segunda gestión de gobierno de Rafael Caldera, los venezolanos conocimos las singularidades de una verdadera democracia y la alta calidad de sus universidades públicas. Una muestra de lo primero la dio Rómulo Betancourt. En enero de 1964, en rueda de prensa que se llevó a cabo en el Palacio de Miraflores, el emblemático líder expresó: “Rotunda y categóricamente digo que no volveré a ser más presidente de Venezuela. Ya lo he sido en dos oportunidades y hay que darle ocasión de ejercer la primera magistratura, con todo lo que comporta de responsabilidad y de satisfacción, a otros venezolanos”.

Diez años más tarde, cuando podía aspirar de nuevo a otra papeleta, cumplió su promesa y le dio paso a Carlos Andrés Pérez para que fuera candidato en las elecciones que se realizaron en diciembre de 1973. Nada de eso cabe imaginar con Maduro. Para él su gestión es eterna. Tan pésimo comportamiento sólo conduce a que Venezuela pierda grandes oportunidades para alcanzar un mejor y merecido nivel de vida de su gente.

@EddyReyesT

 


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