Las encuestas no se equivocaron al medir la opinión de los votantes para las recientes elecciones de mitad de período en Estados Unidos. Quienes se equivocaron fueron los periodistas y opinadores de los medios tradicionales de comunicación al momento de interpretarlas. O al no hacerlo.

El presidente Biden, aun con su 44% de nivel de aprobación, hizo una excelente campaña a favor del Partido Demócrata. Los republicanos acusaron recibo desde que el presidente, y también Barack Obama, advirtieron que lo que estaba en juego en la elección era la vigencia de la democracia, por encima de otros problemas inmediatos señalados por los encuestados como muy importantes: la inflación (en los supermercados y en las gasolineras), la economía en general y el aumento de la criminalidad en algunas ciudades. Los republicanos decían que los demócratas estaban evadiendo el debate de los problemas que aquejan hoy a los estadounidenses. Mientras que los candidatos demócratas al Congreso, a las gobernaciones en disputa, a posiciones de secretario de estado locales y a las legislaturas regionales, se enfocaban principalmente en el tema del aborto y en el extremismo de los candidatos promovidos por Donald Trump, los mismos que estarían a cargo de dirimir la elección presidencial de 2024.

Biden hizo una muy buena campaña sin querer queriendo. Aparte de advertir que la democracia estaba en riesgo, tomó medidas como la liberación dos veces este año de millones de barriles de petróleo de las reservas estratégicas, para intentar bajar los precios del crudo; envió a Miraflores a sus asesores a hablar con Maduro y permitirle que las petroleras italiana y española que operan en Venezuela reanuden su producción, con miras a aliviarle la carga energética a los europeos por la guerra en Ucrania; y se fue a hablar con los sauditas para convencerlos de que aumentaran su producción petrolera y así contribuir a bajar los precios internacionales.

Ninguna de estas acciones en el terreno energético tuvieron un efecto real en los precios de la gasolina (quizás un poco la incorporación al mercado de millones de barriles de la reserva estratégica). Los sauditas más bien redujeron la producción junto con la OPEP y Rusia. Los barriles que produciría Venezuela con Repsol y ENI no son de una cantidad suficiente para influir en los precios internacionales del crudo ni de incidir significativamente en el paquete energético europeo. Biden también amenazó a las empresas petroleras norteamericanas de pecharles sus ganancias excesivas, algo que no se produjo. Pero el presidente al menos mostró que su administración trataba en lo posible de aliviar la carga del alto precio de los combustibles, que empezó a bajar en la mayoría de las gasolineras (de 5 dólares en junio a 3,8 y 3,9 dólares en septiembre y octubre), aunque permanece muy alto en estados occidentales y algunos del centro del país.

La inflación también empezó a ceder. En junio, tuvo su índice mensual más alto (9,1%). En octubre, bajó a 7,7%. La Reserva Federal (el banco central estadounidense) ha aumentado cuatro veces desde junio sus tasas de interés, en .7 puntos cada vez, como medida para contener la inflación, incentivar el ahorro y desestimular el gasto.

Biden hizo lo que podía hacer. Las causas de la inflación y del alto precio de los combustibles van más allá de lo que pudiera haber hecho el presidente, a quien los republicanos acusan de aumentar el gasto público –y provocar la inflación– sin ahondar mucho en qué fue en lo que se gastó. Casi todas las leyes que comportan gasto aprobadas durante esta administración se sancionaron con votos republicanos y el informe de la semana pasada del Departamento del Tesoro señala que el déficit presupuestario mensual de Estados Unidos se redujo 47%  en 2022; a 88 millardos de dólares en octubre, cuando en el mismo mes, pero en 2021, estaba en 165 millardos.

Ni Biden ni los candidatos demócratas se pusieron a explicar las causas estructurales de la inflación y de los altos precios de la gasolina, como es el caso del entrabamiento de los procesos de distribución mundial de toda clase de productos como consecuencia de la pandemia de COVID-19, desde 2020 hasta hoy, y la guerra de Ucrania. Si me han leído hasta aquí ya deben estar aburridos por los datos que he ofrecido hasta ahora. Por más explicaciones que se le dé a la gente, la racionalidad termina cuando estamos en el supermercado y todo está más caro, o cuando ponemos gasolina a 4 dólares el galón, o hasta más de 5 dólares en California. De allí que el “culpable” Biden se dedicó a hablar del problema más acuciante para todo el país del cual él es el presidente, la amenaza al sistema democrático que representaba tener en puestos claves en los niveles federal, de estados y locales a seguidores de Trump que todavía alegan que Biden fue elegido presidente mediante fraude.

Las encuestadoras no se equivocaron. La inflación y la economía estaban entre los temas más importantes para los votantes. Pero también lo fueron la democracia y el aborto. Los candidatos demócratas a diputados, senadores y a las gobernaciones insistieron en la necesidad de preservar otra libertad, la que deben tener las mujeres de tomar decisiones sobre su propia vida reproductiva, sobre todo si son víctimas de violación, incesto o de un embarazo que ponga en riesgo su salud y hasta su sobrevivencia. La determinación de la Corte Suprema de Justicia de restringir el derecho al aborto, que estuvo garantizado por más de 50 años, fue vista por los votantes independientes y por las propias mujeres de tendencia republicana como una medida extrema, decidida por magistrados altamente conservadores, tres de los cuales fueron llevados al alto tribunal por Donald Trump. Los candidatos demócratas expusieron la posibilidad de que la prohibición estricta al aborto fuera extendida por nuevos legisladores republicanos regionales y del Congreso. Y también resaltaron el extremismo de sus contendores, negadores del principio más elemental de la democracia, que es el de reconocer el triunfo de quienes se imponen limpiamente en un proceso electoral, no solo cuando gana mi candidato. Algunos de los aspirantes republicanos habían participado incluso en la insurrección del famoso 6 de enero. Otros la habían calificado como una simple manifestación del derecho a la libre expresión, aun cuando trajo muertos y heridos, y se pedía la cabeza del vicepresidente, responsable de la conducción del proceso de certificación de los votos de los colegios electorales que dieron el triunfo a JoeBiden.

Resulta que muchos de los que desaprobaban la gestión de Biden votaron por los demócratas. Los datos históricos indicaban que un presidente con una aprobación menor del 50% pierde las elecciones de la mitad de su mandato. Y a eso se aferraron los analistas de los medios tradicionales (prensa y televisión) y los mismos periodistas. Siempre sacaban la escogencia de la inflación como el tema más importante entre los encuestados, aunado a ello la baja popularidad del presidente. También la nunca debatida opinión de que los republicanos manejan mejor, supuestamente, la economía, cuando generalmente ocurre lo contrario. Clinton le dejó una economía sólida a George W. Bush, mientras que Obama tuvo que recomponer el desastre que heredó de Bush y le dejó a Trump una economía robusta que éste mantuvo hasta la pandemia, tan mal manejada que le hizo perder la presidencia.

Los datos estaban ahí, pero los analistas se quedaron en el examen tradicional de los números y los periodistas se conformaron con mostrar lo que decían las encuestas sin ofrecer contexto, viendo a los corredores de acuerdo con lo que decía la venta potencial de la taquilla, algo que no es conveniente hacer hoy día, después de Trump, cuando la realidad es otra. Entonces, vino el batacazo. La llamada marea roja (el color de los republicanos) no llegó ni a oleada fuerte. Los demócratas mantuvieron el senado, le ganaron a los MAGA republicanos en los estados clave para el sostenimiento de la democracia (principalmente Arizona y Pensilvania) y todavía este martes los resultados de la Cámara Baja no estaban del todo claros.

Se pelaron.

@LaresFermin


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