Una de las razones esgrimidas por los congresistas al negarle el permiso a Pedro Castillo para asistir a la juramentación de Gustavo Petro en Colombia era la posibilidad de que aprovechara la ocasión para fugarse.

En verdad, es dudoso que eso pueda ocurrir, por lo menos en el futuro inmediato.

Otras de las razones son más atendibles, por cierto. Castillo es un individuo con cinco investigaciones fiscales gravísimas a cuestas y es un descrédito para el país ser representado por un individuo de esa calaña. Además de que avergüenza a los peruanos por la pachotadas que perpetra en esos viajes. Y es una manera de infligirle una, aunque muy leve, sanción por sus felonías.

El asunto es ¿por qué habría de fugarse? ¿Qué gana y qué pierde?

Si bien las evidencias en su contra son abrumadoras, casi todos en la oposición, políticos, analistas y periodistas, coinciden en que no hay los votos para vacarlo. Una de las pocas cosas en la que ha sido exitoso el gobierno es en comprar el número suficiente de congresistas para evitar que se alcancen los fatídicos 87 votos.

Las otras posibilidades, como la –o las– acusaciones constitucionales, que tendrían que seguir un camino tortuoso, tampoco se vislumbran posibles, por lo menos ahora. Ni siquiera ha prosperado la que pende sobre Dina Boluarte, que es, según coinciden todos los especialistas, concluyente.

La nueva fiscal de la nación está haciendo su trabajo –en contraste con el vergonzoso encubrimiento que practicó Zoraida Ávalos, puesta ahí por el Lagarto, la mafia caviar y la mayoría de medios de comunicación–, pero su campo de acción es limitado. Puede investigar a Castillo pero no acusarlo ni destituirlo.

En otras palabras, los caminos institucionales están –hasta el momento– cerrados por la corrupción y la labor de zapa de la mafia caviar, que han carcomido las instituciones hasta hacerlas inoperantes.

La renuncia voluntaria, por supuesto, está descartada. Un individuo como Castillo es insensible a la opinión pública. Carece de vergüenza y no le importa las evidencias que puedan existir en su contra.

Pero además, hay un factor que muchos desavisados no consideran: es un pobre diablo, un incapaz e ignorante, que en un sistema político razonable no hubiera podido ser ni siquiera alcalde de un pequeño distrito como Tacabamba.

Ahora disfruta del poder, los sobones le rinden pleitesía, ya no se moviliza en mototaxi sino en aviones y helicópteros privados –así utiliza las naves de las FFAA–, se llena los bolsillos con dinero ilícito (si se les cree a los colaboradores de la justicia que han declarado en el Congreso y la Fiscalía), goza de la compañía de segundas, terceras y cuartas damas, etc. etc. Él y sus familiares disfrutan de las mieles del poder.

¿Alguien cree que un individuo de esa catadura va a abandonar fácilmente el usufructo de los placeres del poder porque se han descubierto algunas de sus fechorías?

Se han hecho comparaciones absurdas con otros exiliados, peruanos y extranjeros. Víctor Raúl Haya de la Torre, Fernando Belaunde, Alan García eran políticos cultos y capaces, que conocían la historia y a los que les preocupaba cómo las futuras generaciones los recordarían. Podían vivir en el extranjero de su trabajo y, cuando tuvieron que salir forzosamente del país, querían regresar al Perú a seguir haciendo política. Y lo lograron.

Castillo ni siquiera llega al nivel de Evo Morales, que fue presidente durante 13 años y estableció vínculos importantes con las dictaduras del socialismo del siglo XXI y varios otros gobiernos. Y que sigue teniendo influencia en Bolivia.

Hay que imaginar por un minuto a Castillo fuera del Perú. Por supuesto, sería agasajado por comunistas y caviares de algunos países, pero eso le duraría muy poco. Tendría necesariamente que brindar alguna entrevista, dar una conferencia. Inmediatamente quedaría en evidencia lo que es. Muy pronto hasta sus aliados extranjeros lo desecharían.

Y aunque el sistema judicial peruano está podrido y es ineficiente, en algún momento se pediría su extradición. Tendría que refugiarse en algún país paria.

En suma, es muy difícil que Castillo se fugue ahora. Va a intentar permanecer en el poder todo el tiempo posible y, por supuesto, terminar de destruir la democracia fallida para evitar ir a la cárcel.

No se puede descartar que más adelante, si se ve realmente perdido, lo haga. Pero ahora es improbable.

Por último, algunas personas sugieren una negociación para tenderle un puente plata y garantizarle inmunidad. Es una propuesta absurda. Nadie puede prometerle impunidad y no hay una oposición unida con la que negociar.

Solo una solución radical puede reencauzar la democracia.

Artículo publicado en el medio peruano El Reporte


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