Ayer, sábado 3 de agosto, fue día propicio para brindar con el amargo licor de la melancolía. Cumplió 76 años de fundado El Nacional. Echamos de menos la mancheta cumpleañera ―Caminante no hay camino/ se hace camino al andar―, el olor del papel impreso y los dedos manchándose de tinta al pasar las páginas de la edición aniversaria, buscando distinguidas firmas y el cuento premiado para censurar o halagar al jurado y al laureado. Sí, los caminos se hacen con andaduras como bien versó Antonio Machado, pero también a saltos, enfrentando y superando obstáculos.

El Nacional, víctima de la (in)justicia roja y la hegemonía comunicacional del régimen militar, es  hoy  apenas un aspecto y un espectro virtual del periódico de ayer; una incómoda y consecuente presencia digital que,  desde su portal,  continúa con ahínco trazando senderos y sobreponiéndose a toda suerte de trabas y escollos ―como el bloqueo continuado de su web site, http://www.el-nacional.com/―, a fin de ofrecer al público una ventana informativa deslastrada de dogmas y sesgos ideológicos. Sobriamente, porque ahora no se trata de privilegiar la noticia insólita tan del gusto del legendario William Maxwell Aitken, 1er. Barón de Beaverbrook y Cherkley, editor del Daily Express ―convertido bajo su mando en el diario de mayor tiraje y circulación del mundo―, el escandaloso Sunday Express y el indiscreto vespertino Evening Standard. “Si un perro muerde a un hombre no es noticia, pero si un hombre muerde a un perro, eso sí es noticia”, sostuvo el flemático Lord y empresario anglocanadiense, mas en esta época de posverdad, fake news y manipulaciones mediáticas, la truculencia e inverosimilitud no garantizan lectura ni sintonía: cuando el hambre estrecha el cinturón, como acontece en nuestra tierra de(s)gracia(da), no podemos comer cuentos, y debemos meterle diente hasta al fiel amigo del hombre.

Embucharse un can no debería asombrar a nadie ―tiene la humanidad más de un siglo devorando perros calientes, bocadillos a base de salchichas de dudosa factura, elaboradas vaya usted a saber con qué clase de despojos―, dadas las deficiencias proteínicas inherentes al forzado ayuno impuesto por la atroz convergencia de bajos ingresos, avaricia especulativa e hiperinflación desbocada. La importancia de las buenas o malas nuevas depende de su impacto sobre la colectividad. Ya el periodismo no consiste esencialmente ―como sostenía Chesterton, en decir Lord John ha muerto a quienes no tenían la menor idea de su existencia, sino en abundar en las circunstancias y consecuencias sociales de su deceso. Si no las hubiere, informar al respecto resultaría, si no inútil, baladí. Y, a pesar de los pesares, el individuo sigue siendo el motor de la información, al menos en el occidente capitalista. Así, los hijos de la Gran… Bretaña, han caído en la trampa populista de un calco o avatar de Donald Trump, nacido como este en Nueva York, ―en el exclusivo Upper East Side de Manhattan, para más señas―, Alexander Boris de Pfeffel Johnson.  Se le consideraba inglés debido al origen de sus padres, aunque ostentaba, por derecho de nacer in situ, la nacionalidad estadunidense. Renunció a esta en 2015, con la vista puesta en el número 10 de Downing Street, adonde ha llegado, para beneplácito de Washington y consternación de Bruselas, en calidad de prime minister del Reino Unido o de la pérfida Albión, cual gustaba llamar Bonaparte a la isla de sus tormentos, su Wellington y su Waterloo. No se alarme el lector: ni el brexit ni el muro de la soberbia conciernen a estas líneas. Si hemos traído a colación a esos dos protagonistas de la tragedia o comedia humana ―cuestión de óptica―, es porque, de alguna manera, los asociamos a una frase de Primo Levi, quien de no haberse precipitado por una escalera el 11 de abril de 1987, en aparente acto suicida según i carabinieri, hubiese cumplido 100 años el pasado miércoles 31 de julio.

El químico y escritor italiano, oriundo de Turín, de ascendencia judía y sobreviviente de Auschwitz, “retrató como pocos los horrores de los campos de concentración nazis” en Si esto es un hombre (Se questo è un uomo, 1947), obra fundamental y fundacional en torno al holocausto y primer libro de una trilogía sobre el tema ―La tregua (1963) y Los hundidos y los salvados (1986) son los otros dos―. ¿Cómo se vinculan las opiniones de Levi con el racismo y los campamentos destinados al hacinamiento de migrantes centroamericanos del POTUS* y el anglocentrismo colonialista de Johnson, quien durante un viaje oficial a Myanmar (enero de 2017) se solazó nombrando la soga en casa del ahorcado y recitó un poema de Rudyard Kipling delante de dignatarios locales, evocando pasadas glorias imperiales? Sobran alusiones en sus alegatos contra el nazismo. Me limitaré a descontextualizar 10 palabras, quizá políticamente incorrectas, ¡y me sabe!: “Los ojos azules y el pelo rubio son esencialmente malvados”. Bordea un racismo de signo opuesto tan radical caracterización; sin duda, un dardo dirigido al blanco de la pretendida pureza aria. Lo preferí a otros proyectiles de análogo calibre, y reservé  para quienes viven, padecen y sufren el drama venezolano, esta sentencia: “Un país es considerado tanto más civilizado, en cuanto la mayor sabiduría y eficiencia de sus leyes impiden a un hombre débil volverse demasiado débil y a un poderoso volverse también demasiado poderoso”. No sería ocioso reflexionar sobre sus implicaciones.

Casualmente esta misma semana, el jueves 1° de agosto, se conmemoró el bicentenario de Herman Melville, autor de Moby Dick, “la gran novela americana”, a juicio de lectores y críticos entusiastas. No impugnamos tal valoración, pero, con intención de honrar su memoria y seguir hollando los caminos del aquí y ahora, nos valemos de la cortés e impertinente respuesta del escribiente Bartleby a cualquier encargo de sus superiores: “preferiría no hacerlo”. De este modo, escribe José Andrés Rojo en El País, Bartleby “se desentiende de todo vínculo, de toda empatía, de todo compromiso con quien lo emplea”. Esas tres palabras parecieran resonar con tintineo de whisky on the rocks e insistencia de alucinación acústica no solo en los magines carentes de iniciativa e  imaginación creativa de la pandilla usurpadora, sino igualmente en las mal amobladas cabezas repletas de materia excrementicia de los opositores a la oposición, “incorruptibles ciudadanos no contaminados con simpatías políticas o militancias  partidistas”, dedicados a disparar a la línea de flotación de la nave de la unidad, a objeto de obligarnos a desandar lo andado. Pensado seguramente en gente de similar ralea, escribió Joaquín Villalobos: “Para enfrentar una dictadura la regla general es que se debe romper la cohesión del adversario, mientras se asegura la unidad en las filas propias, lo primero requiere pragmatismo y lo segundo madurez”.

No fue muy feliz la semana para el castrochavismo bolivariano. El reyecito y su corte, más bien cohorte, pegaron el grito en el cielo ante el pobre poder de convocatoria del desafuero paulista y la ausencia de Evo y Daniel, así como la admisión del cariz dictatorial de su írrita jefatura de gobierno por parte de Pepe Mujica y sectores del Frente Amplio uruguayo y el kirchnerismo argentino, y llegaron al colmo de, en compensación ante el distanciamiento uniformemente acelerado de sus antiguos y entrañables compañeros de ruta, de ofrecer cobijo a los faracos Iván Márquez y Jesús Santrich. En el ínterin, algo se cocina en secreto y a fuego lento en los fogones de Barbados. Esperando nos sirvan el plato negociado, continuamos, con el ratón de la nostalgia por inolvidables fiestas, evocando los cantares de Machado… golpe a golpe, verso a verso.

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*Acrónimo de President of the United States

 


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