Guri en construcción | Foto Archivo Fotografía Urbana

Para Álvaro

Pasó Álvaro Benavides, un ser perfectamente adorable, y nos vio a Belén, a mí y a nuestra no menos adorable hija Valentina admirando en Ciudad Bolívar el prodigioso Orinoco. Nos invitó a conocer la represa de Guri en construcción porque él se desempeñaba allí como hombre de relaciones públicas o empresariales. En principio, íbamos, conocíamos lo que teníamos que conocer y nos devolvíamos ese mismo día a Ciudad Bolívar adonde dejábamos nuestras pertenencias, en casa de un hermano de Roberto Todd. ¡Pero no fue así!  Nos fascinó la hermosa casa de Álvaro en la zona reservada para los ingenieros y altos funcionarios y allí nos quedamos durante el fin de semana, festejando. Álvaro tenía un amigo o un pariente, no recuerdo bien, que era la propia alegría hecha río caudaloso, una risa constante y un humor que habría envidiado el mismísimo Pedro León Zapata,

Nos permitieron conocer los adelantados trabajos de construcción y un enorme monstruo metálico, que a Valentina por ser niña no la dejaron ver dado el carácter violento de aquel aparato capaz de triturar rocas gigantescas y convertirlas en piedras de playa. Conocimos la cocina industrial que prepara la comida de miles de obreros, ollas gigantescas, millares de bistecs cocinándose sobre cintas transportadoras, kilos y más kilos de harina, azúcar, colinas de huevos y la obligación de reducir las raciones de comida porque se descubrió que muchos accidentes ocurrían por la copiosa alimentación que ocasionaba cierta somnolencia después de los almuerzos.

Guri despertó en mí la emocionada sensación de vivir en un país esencial y decididamente viril, fuerte, vigoroso, capaz de dar luz a todo un continente, deslumbrar al mundo, una Venezuela abierta, libre, poderosa, que avanza en el conocimiento y manejo de elevadas y difíciles tecnologías. Allí, vecinos de Álvaro, estaban los ingenieros venezolanos y alguno que otro extranjero, todos inmersos en la belleza del lugar reservado para sus confortables y bien diseñadas viviendas, pero mientras disfrutábamos del Edén o perfecto Paraíso Terrenal donde nos instaló Álvaro, descubrimos Belén y yo que en lugar del Paraíso Terrenal estábamos en el infierno porque aquellos inteligentes y calificados profesionales, al convivir, terminaban odiándose unos a otros. Sucedía con ellos lo que pasa con los jesuitas. Uno de ellos, amigo mío, me confesó una vez que el voto más difícil de guardar no es, como se cree, el de la castidad. ¡Es el de la obediencia! y agregó: «Peor aun: ¡convivir con jesuitas». Es lo que se dice: pueblo chiquito, infierno grande. Trujillo, la capital del estado homónimo, constreñida física y geográficamente, no puede crecer pero mantiene intactas las dos calles, una que sube llamada de la calumnia y la otra que baja llamada de la murmuración, o algo similar.

En el corral de la casa de Álvaro, amarrada al tronco de una de las muchas matas de mango, se aburría un tapir parecido a un cerdo, de casi un metro de alto, mamífero herbívoro de físico ingrato pero que nos fascinó, especialmente a Valentina porque siendo nosotros gente de ciudad es poca la frecuencia que se nos ofrece para conocer mamíferos como ese. Nos encariñamos mutuamente y terminamos llamándolo Tapirito, pero meses más tarde supimos por el propio Álvaro que en lugar de llamarse Tapirito se llamaba Tapirita.

El grupo de ingenieros, sus esposas e hijos, para agasajarnos organizaron una fiesta en el jardín de Álvaro y ordenaron las mesas, sillas, adornos y tragos para celebrar nuestra presencia en la espléndida noche de luna llena y de un cielo abrumado de estrellas. Estábamos todos reunidos en franca camaradería con nuestros tragos bien dosificados y Valentina disfrutando los juegos con los otros niños, una música suave y envolvente, y ¡de pronto!, a las 9:30 de la noche, en plena fiesta se fue la luz en Guri. ¡Yo no podía creerlo! ¡Nuevamente, el país absurdo! ¡Nadie en su sano juicio puede admitir que ocurran apagones justo en el lugar donde nace la luz que va a alumbrar no solo a un país sino a medio continente, si así lo quisiera.

Y la inmensa luna que embellecía a un Guri trastornado por la oscuridad puso de color casi azul a Tapirita amarrada a la mata de mango en el corral y reinó en el Paraíso Terrenal la intensidad de la magia, porque sin necesidad de Guri una verdadera y poética luz brilló para alegría de la estupenda fiesta en nuestro honor.


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