Las últimas semanas en Venezuela han sido extremadamente intensas. Bajo la sombra  de un conflicto político que no parece tener fin, la mayoría de los venezolanos busca desesperadamente la forma de sobrevivir y esto a un poco más de seis meses de una pesadilla que nos cambió la vida hacia una “nueva normalidad”. No obstante, la interrogante, o mejor dicho, la afirmación que nos hacemos de manera permanente es que en Venezuela desapareció todo vestigio de normalidad en la vida rutinaria del venezolano, desde hace aproximadamente seis años. Es indudable que esta tragedia tuvo su punto de partida hace 21 años, cuando un lobo disfrazado de piel de oveja engatusó a millones de venezolanos y llegó al poder de manera democrática, con el antecedente de haber liderado aquel nefasto alzamiento militar de 1992 que intentó derrocar a un gobierno que, a pesar de sus fracasos pero también aciertos, respetaba la alternabilidad democrática, la libertad y la autonomía de poderes. Hoy nos damos cuenta y decimos con melancolía y tristeza: “Éramos felices y no lo sabíamos”.

Lo demás es historia conocida. No obstante, es bueno no olvidar que gracias a la acción inexplicable del gobernante de turno durante el periodo 1994-1999, aquel lobo disfrazado fue favorecido con un indulto que no merecía, permitiéndole plena libertad para ejercer sus ambiciones políticas y, a través de un plan fríamente calculado, logra llegar al poder para nunca querer soltarlo, y aunque el destino le hizo una mala jugada, dejó su legado de autoritarismo y corrupción.

A  partir de la década del 2000 comienza la pesadilla que vive Venezuela. De manera progresiva y sin tiempo a darnos cuenta, nos hemos convertido en un país dominado por un sistema “socialista” que tomó visos torcidos y corruptos a tal punto que hoy día Venezuela es un país destruido, arruinado, en donde la pobreza de ingresos es de 96% y 79% de los venezolanos está sumergido en pobreza extrema, según datos de la más reciente encuesta sobre las condiciones de calidad de vida (Encovi 2019-2020).

En estos últimos seis meses, durante la pandemia, la calidad de vida del venezolano se ha hundido de manera progresiva. Es impensable hasta dónde pudiéramos llegar si continúa de manera acelerada la devaluación de la moneda, la cual han sido incapaces de frenar. El dólar paralelo superó la barrera de los 400.000 bolívares. Por supuesto, no se pretende hacer un análisis económico al respecto, pues no somos para nada especialistas en esta materia, pero uno de los aspectos más dramáticos es que los trabajadores que ganen salario mínimo y los pensionados tienen un ingreso que actualmente es inferior a 1 dólar mensual. Otra  repercusión es la hiperinflación que no ha sido controlada. Escuchando la proyección  de especialistas en economía, al final de este año pudiéramos llegar a una devaluación de 1 millón de bolívares por dólar. ¿Cómo vamos a poder sobrevivir?

El acceso a medicinas y alimentos se hace cada día más cuesta arriba. Los precios de estos suben de manera meteórica y espeluznante con una frecuencia prácticamente diaria. El colapso hospitalario sigue su curso. Una persona amiga que tiene un familiar hospitalizado en el Pérez Carreño cuenta lo cruel e inhumano de las condiciones bajo las cuales se encuentran seis pacientes con enfermedades diferentes, ninguno con la COVID-19, entre ellos su familiar. Permanecen hacinados en una habitación con seis camas y que tiene capacidad solo para cuatro, en la cual abundan las chiripas; tiene un solo baño con gran deterioro de la infraestructura, un pipote y un balde de agua, dado que el suministro  se interrumpe a cada momento. Esto es el reflejo del resto de los centros de salud a escala nacional. También se suma el sufrimiento de la mayoría de los ciudadanos venezolanos  por las fallas persistentes de los servicios básicos: agua, electricidad, gas. A esto se suma la crisis de gasolina, a la que no se le ve solución aunque lleguen de manera aislada tanqueros iraníes. ¿Qué más pudiera pasar en estos tiempos de la historia más oscura en Venezuela?

Ante las múltiples manifestaciones que ha habido, sobre todo en el interior del país, para reclamar los derechos más elementales, la única respuesta sigue siendo la represión, violándose así el derecho constitucional a la protesta. Hasta que no haya una reacción masiva por parte del pueblo venezolano en todos los estados del país, contra tantas injusticias, seguiremos perdiendo nuestra calidad de vida por culpa de estos 21 años de pesadilla que han ocasionado una situación insostenible e inviable en Venezuela.

@mariayanesh


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