Max Weber habló, entre muchas cosas, del carisma y del liderazgo en momentos de gran crisis o liderazgo situacional o coyuntural. En este sentido, es oportuno señalar el ejemplo de Juan Guaidó. Antes de su aparición como presidente de la Asamblea Nacional era un dirigente desconocido. De repente, se juramenta como nuevo presidente del parlamento y de manera súbita como presidente encargado de la República. De ser un dirigente ignorado (especialmente por su juventud), se convierte en la esperanza nacional y todo el país fija la atención en él. Guaidó lanza el llamado mantra: “Fin de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”. Hasta aquí se comprueba la veracidad de la tesis Weberiana. En un momento de profunda crisis institucional, para asumir funciones de tal orden, lo ponen a la cabeza del país, y Guaidó tuvo más popularidad que ningún líder de la oposición y gobierno en mucho tiempo. De alguna manera, pudo en este sentido igualarse incluso con el finado Chávez. Guaidó, según Datanálisis, llegó a tener una popularidad que concentró 61% del electorado, mientras que Chávez, al ganar la presidencia, había obtenido 57% de los votos. Si el oficialismo lo hubiera puesto en la cárcel, habría consolidado su liderazgo y lo habría convertido en un mártir. A pesar de que el gobierno acusó a Guaidó de todos los males: usurpador de funciones, ladrón de los bienes internacionales de la República, incitación a la rebelión y al odio, traición a la patria, títere del imperialismo, etc; lo dejó en libertad y descargó contra él toda su artillería mediática una y otra vez. Lo mismo había hecho mucho antes con los militares alzados en la plaza Altamira. Con el correr del tiempo, la población que se había volcado a dar su respaldo a Guaidó, empezó a darse cuenta de que se esfumaba la esperanza de cambio que encarnó, y que el proclamado “fin de la usurpación” de Maduro y el llamado gobierno interino de Guaidó, reconocido al inicio por decenas de países, no se traducía en nada para el provecho de las mayorías. A lo anterior también se sumó el que buena parte de la oposición en vez de unirse en torno a Guaidó, más bien lo cuestionó a pesar de su esfuerzo.

Los últimos estudios de opinión y grupos focales señalan que en este momento el rechazo a todos los políticos, incluyendo a Juan Guaidó, es grande y que nadie capitaliza el gran deseo de cambio que se estima en 80% de la población.

Volviendo a Weber, la mesa está servida para otro completo “outsider”. Alguien que emerja de algún sector ajeno a la política y capitalice el descontento. Alguien del mundo empresarial podría surgir en medio del letargo. Los sondeos hoy ven al sector empresarial, ante el desplome de los salarios que paga el gobierno, como una fuente de bienestar y progreso. El tema lo conversaba con el expresidente de Fedecámaras Jorge Roig, pero coincidimos en que Maduro le aplicará el ácido a todo aquel que intente disputarle el poder. Si es un empresario se arriesga a que le confisquen todo, y todos aquellos empresarios o no, lo más probable es que cuando menos los inhabiliten o tengan casa por cárcel, tal como sucedió en Nicaragua en las presidenciales con todo aquel que se postuló contra Daniel Ortega.

Para los marxistas, las elecciones del Estado liberal, son unas elecciones “burguesas” que tratarán hasta el final de manipular, y que si pierden nunca habrán de reconocer. Que hay que buscar las mejores condiciones, la observación electoral internacional y hacer todo el esfuerzo para que se exprese la mayoría por supuesto. Un amplio revés electoral a Maduro le hace mucho daño y puede ser el detonante. Se trata de dar la pelea en todos los terrenos sin descuidar ninguno. El gobierno ha demostrado que no tiene escrúpulos. El derecho a la rebelión es el imperativo categórico. ¡Tanto más cuanto que…!

@OscarArnal


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