La política económica de Pekín ha estado cambiando lentamente y de manera poco percibida por terceros en los años más cercanos. En efecto, luego de haberse concentrado por décadas un crecimiento interno vigoroso basado en sus masivas exportaciones, la inclinación más reciente parece ser la de poner el énfasis más en la inversión y en el consumo doméstico.

En lo externo, la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, conocida por sus siglas en inglés como BRI, quiso enfocarse desde sus inicios en aportar recursos de financiamiento a terceros países, como una forma eficiente para ganar influencia a escala global. Un reciente estudio de un importante centro de pensamiento político inglés deja claro que lo que la BRI está recogiendo luego de largos meses de funcionamiento es un daño enorme a la reputación de China en los sitios donde ha iniciado operaciones con proyectos que se inscriben dentro de esta iniciativa.

Ello tiene que ver, justamente, con este cambio de orientación en su estrategia de cooperación con terceros países en vías de desarrollo sustentada principalmente por el financiamiento de grandes proyectos de infraestructura como carreteras, puertos y vías férreas o industrias extractivas.

Los bancos chinos de financiamiento de infraestructura –Banco Chino de Desarrollo y el Banco de Importaciones y Exportaciones– llegaron a competir en montos globales anuales con el Banco Mundial en este terreno del aporte de recursos de financiamiento en condiciones beneficiosas a países en crecimiento. Entre 2013 y 2017 sus préstamos fueron superiores en monto a los del Banco Mundial y, entre los años 2008 y 2019, estos financiaron obras en el exterior por 426 billones de dólares, mientras la institución con sede en Washington aportó recursos por 467 billones.

Sin embargo, los pobres resultados mostrados por muchos de estos proyectos y la ácida crítica mundial en torno a las ejecutorias de la BRI han puesto a pensar dos veces a los estrategas en Pekín sobre si es esta la mejor manera de invertir sus recursos y si lo seguirá siendo en los tiempos inciertos que se avizoran. Algunos de los macroproyectos iniciados en el extranjero con dineros chinos se contaminaron de corrupción, otros no contaron con contrapartes regionales sólidas para impulsarlos o su desarrollo se politizó en países con gobiernos débiles o controvertidos. El caso de Venezuela es patético. Los montos invertidos por China en proyectos de todo tipo fueron muy significativos, su administración muy pobre, su repago muy precario, su legalidad muy dudosa y con un impacto muy severo a la imagen china por su compenetración con un régimen cuestionado a escala internacional. Todo ello ha contribuido a minar la solidez argumental del gobierno de Xi sobre la estrategia externa estrella del presidente frente a terceros países, la de la BRI.

El caso es que desde hace tres años los centros de formulación de las políticas oficiales del coloso asiático vienen de regreso. Esta Diplomacia de la Deuda tampoco tiene felices a los analistas de política macroeconómica en suelo chino. Son muchos los que opinan que el gobierno necesita invertir más en servicios de salud dentro de China que degastar su imagen a través de proyectos perniciosos que le hacen más daño a la imagen del país que lo que realmente aportan en materia de influencia.

El talismán de Xi, su mejor amuleto, su Diplomacia de la Deuda, parece estarle cobrando un alto precio.

 

 


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