Por equipo editorial

La situación educativa venezolana se ha venido agravando de manera sistemática y dramática, y donde no es solo que aumenten los niveles y cifras de deserción escolar, sino que la disminución o abandono de los jóvenes de carreras universitarias por la necesidad de trabajar, o emigrar está haciendo más cuesta arriba la posibilidad de que el país salga de la crisis en el corto y mediano plazo, máxime si asumimos que para la formación de profesiones se requieren en promedio un mínimo de entre 3 y 5 años de estudios.

Un panorama muy sombrío socava a las nuevas generaciones, donde tenemos un «Estado» que ha perdido por completo su conducción orientadora y generadora del conocimiento. En la actualidad más del 70% de la infraestructura en sus niveles de educación inicial, básica y bachillerato está destrozada, mientras que tenemos instalaciones universitarias que de ser las mejores en su tipo en América Latina, al anularles sus presupuestos, ahora se convirtieron en abandonados galpones, cuyos laboratorios a su vez fueron convertidos en chatarra, y con el efecto de la pandemia, el hampa terminó de arrasar con lo que quedaba en nuestras universidades.

Esta realidad, con organismos de educación, que de ministerios se transformaron en apéndices genuflexos del régimen de Nicolás Maduro, y cuyos «ministros» pasaron a ser los responsables en la destrucción educativa, no permite que se pueda cambiar tan abominable situación. Por el contrario, con el abandono, la despreocupación y hasta la complicidad en la disminución de la matrícula escolar y universitaria, aunado con la liquidación de la profesión docente en todos sus niveles, pareciera que el principal objetivo del gobierno, máxime cuando no se entregan cifras oficiales de la educación y menos se destinan recursos financieros para superar las actuales calamidades, está concentrado en hacer del país una podredumbre del conocimiento, donde sea multiplicada la ignorancia y el destierro social.

Las becas convertidas en utopías, con comedores que apenas si dan por «alimentación» unas cucharadas de arroz con un bollo de harina, y nulas instalaciones deportivas y culturales vienen a completar el dantesco cuadro de tristeza educativa que estamos multiplicando como país, y donde simplemente la generación de relevo que alcance a concluir algún nivel de estudios, solo alista su mochila o morral para terminar de abandonar lo que nos queda como país, es decir, sus ruinas.

Una nación donde la dirigencia política ni siquiera menciona la realidad educativa, y cuando lo hace es para transgredir con hipocresía y demagogia la destrucción de la propia educación, es un signo elocuente de la depauperación y el envenenamiento histórico al cual hemos sido sometidos como república.

Por su parte, una «asamblea» nacional que perdió la brújula en sus funciones y «legaliza» salarios miserables para los educadores venezolanos, que ignora sus acciones de órgano de control del Poder Ejecutivo, y el compromiso de este con la educación, termina convirtiendo en cómplice a quienes deberían ser el órgano garante por mantener cuando menos en pie la importancia educativa.

El agravamiento de la situación educativa venezolana nos complica más el presente y el futuro. Esta angustiosa realidad nos coloca en la hecatombe social, y colocará al país en un anomia de difícil superación. Quienes ostentan el poder han aniquilado el futuro de las nuevas generaciones. Venezuela merece otra suerte y otro destino, muy lejos de esta realidad social. Se necesita otra educación porque en la actualidad esa praxis ha sido asesinada en su contexto de progreso y desarrollo.

 


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