Fernando Savater / Foto Alberto Di Lolli

La columna del filósofo y escritor Fernando Savater, y él mismo, ha sido retirada de las páginas de El País. En el artículo Savater, nudo y desenlace, de la defensora del lector del diario madrileño y global, Soledad Alcaide, se reproduce la explicación ofrecida por la directora Pepa Bueno : «(se) prescinde del columnista (…) por ofender a la dirección, a los periodistas ―especialmente a las mujeres― y a algunos colaboradores citados con nombre y apellidos en su último libro, Carne gobernada«.

Para Alcaide debió ser un trago amargo explicarle a los lectores -a los que dice defender- que a uno de sus columnistas (de los más longevos porque Savater llevaba 47 años escribiendo en El País) tendrán que leerlo en otro lado, pero no en El País.

Esa es la primera parte de esta historia que pudiera titularse «Despido, explicación y a otra cosa» -Alcaide escribe que se cierra una etapa pero, según recoge, la «pluralidad» del diario queda a salvo-; la segunda parte es la réplica que el propio autor publicó en The Objective -la venezolana Paula Quinteros es la CEO-, en la que, a pesar de que no quería referirse al «incidente laboral» vaya que se extiende sobre el asunto.  La frase clave pudiera ser: «Si lo critico a veces de manera acerba (a El País) es para defenderlo de los que hoy lo tienen secuestrado».

Resulta difícil separar este episodio de Savater y El País del clima de “convivencia” que Pedro Sánchez ha prometido para España como fruto de su amplia alianza progresista, en las que caben las derechas catalana y vasca. El País, que surgió a mediados de los setenta, para expresar la España democrática que sucedería al régimen franquista, es hoy el más influyente defensor mediático del PSOE y de su líder.

¿Tiene derecho a hacerlo? Pues claro, pero a cambio de sacrificar lo que fue el aporte singular de ese diario, que consistía en la nítida separación entre la posición editorial -que se expresa en secciones similares a esta- y su línea informativa, como lo subraya Savater cuando refiere que El País que él defiende y conoció era ciertamente progresista pero “crítico hacia derecha e izquierda” y nunca, se entiende, un portavoz gubernamental. La pérdida es una y muy clara: credibilidad, que es la savia de los diarios.

Para generaciones de periodistas venezolanos El País fue una referencia ineludible. Cuando aún no existía Internet, su voluminosa y variada edición dominical tenía suscriptores en las redacciones caraqueñas, al menos, a la que llegaba los días martes, y era un ejemplo de rigor periodístico, excelente escritura y mejores fotos, con su visión de avanzada y de consistencia democrática tanto en los temas locales como en los de carácter internacional, en los que América Latina siempre se vio reflejada.

No es por tanto solo Savater -con todo el peso de lo que significa por sus aportes intelectuales y su escritura diáfana- el que resiente el cambio brusco de miras.


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