Solo me costó varios minutos caminar por el centro de Barcelona para saber que, al día siguiente, es decir, el martes 23, el Sant Jordi iba a ser igual o mejor que todos los años. La mañana del 23, y como era previsible, las cafeterías estaban llenas de hombres y mujeres que han crecido en la edad predigital. Mis primeras impresiones de la gran fiesta fueron en la Plaça Universitat; adonde miraba había rosas en manos de lindas mujeres y puestos donde se vendían las rosas con su elegante presentación: ese ser tan bello como delicado, que necesita de múltiples cuidados. Eran como un virus hermoso que había infectado la ciudad, como diciendo que no todo está perdido entre los seres humanos. Y de igual modo, los puestos con sus montañas de libros nuevos eran la verdadera imagen de belleza y estilo.

Pero, a pesar de toda aquella perfección, del mar de personas que constantemente caminaba para arriba y para abajo en las principales vías de la feria, yo no dejaba de preguntarme: ¿Quién va a leer tantos libros? Podemos decir que hoy existen más escritores que lectores. Indubitablemente, los escritores saben esto, y lo saben muy bien. Pero persisten, siguen escribiendo, aunque sus libros sean leídos a medias, si tienen suerte, o simplemente sean utilizados para una foto en el Instagram de sus portadores y luego vayan a una biblioteca donde nunca serán leídos.

La influencia de las nuevas tecnologías les está quitando a las nuevas generaciones el placer de tomar un libro, emocionarse con él, sumergirse en un mundo donde pasar a ser otro, proliferar, convertirse en el capitán Leopoldo d’Auverney de la novela Bug-Jargal de Víctor Hugo o ser cualquier personaje en las novelas de Paul Auster; en definitiva, ser mejores personas. Todo eso se están perdiendo por las pantallas de los teléfonos. Y si bien algunos estudios dicen que en el 2024 se lee más que antes, puedo afirmar que esta es una mentira podrida, ya que revisar Twitter (hoy llamada X) o pequeños textos en Google no es leer.

Pero aun así en la feria de Sant Jordi vi personas emocionadas, con un libro en sus manos, frente al autor, esperando para que este se lo firmara. Esta tradición todavía existe gracias a los mayores, a los abuelos y padres que gozaron con las novelas que les regalaron sus progenitores, que gozaron con Cervantes, Conrad, Maupassant y muchos más. Se puede decir que es en la escuela donde se tiene que fomentar la pasión por la lectura; pero el trabajo más importante está en casa. En vez de regalarle a un niño una tableta para que se sumerja en la web, debemos entregarle un libro para que se adentre en el maravilloso mundo de la literatura y, así, en una realidad no muy lejana, tengamos más lectores que escritores.


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