Cuando un presidente del Gobierno tiene que escudarse en las andanzas de Feijóo hace treinta años con un tipo que después resultó ser un narcotraficante, unas amistades sobre las que no han conseguido sacarle nada sucio en las cinco elecciones a las que se ha presentado y ha ganado; cuando Sánchez tiene que exigir la dimisión de Isabel Díaz Ayuso que no está encausada en nada para tapar el caso de su propia mujer, cada vez resulta más evidente el nivel de podredumbre que nos asola. Tenemos en el Gobierno a una persona de una catadura moral abyecta al que le da igual injuriar a su propia madre si con ello puede seguir un rato más en el sillón.

Es evidente que el caso de Begoña Gómez y el de Alberto González no tienen absolutamente nada en común. Uno es un caso de corrupción de libro. Y el otro, simplemente, no tiene nada de corrupción y si la hubo, nada tuvo que ver con Ayuso. La mujer del presidente del Gobierno usó su condición de consorte de Sánchez para que le patrocinaran sus actividades profesionales aquellos que necesitaban subvenciones gubernamentales multimillonarias. Aunque sólo sea retórica e indirectamente, Sánchez daba dinero a una empresa que después se lo daba a su mujer. Alberto González ni siquiera conocía a Isabel Díaz Ayuso cuando éste hizo los negocios por los que Hacienda, en un plazo récord desde que se comenzó el expediente, le ha abierto una inspección.

Ayer por la mañana vimos a un Sánchez muy nervioso en las Cortes, respondiendo con torpeza a la pregunta de Feijóo y directamente ignorando la pregunta de Santiago Abascal y hablándole de cualquier cosa menos de lo que el presidente de Vox legítimamente cuestionaba.

La corrupción se basa en que quien tiene poder para ello te favorece para que puedas llenar la cartera. ¿Cómo pudo favorecer Ayuso a González si éste ni siquiera trató con el Gobierno de la Comunidad? Es más, si finalmente se descubriera que Alberto González tuvo algún trato corrupto, habrá que cuestionar al interlocutor de su empresa que en realidad fue el Ministerio de Sanidad de Salvador Illa, ahora en campaña para las elecciones del 12 de mayo. El nerviosismo de Sánchez ayer era perfectamente comprensible. Sabía que se estaba desatando el zafarrancho electoral. Abril en el País Vasco, mayo en Cataluña y junio europeas. Es difícil imaginar qué le puede ir bien al PSOE en cualquiera de las tres convocatorias. Tanto en el País Vasco como en Cataluña los socialistas tienen que rendir cuentas ante el electorado constitucionalista de su abrazo a los independentistas de uno y otro signo. ¿Dará eso más votos al PSOE? ¿Entre qué sector de esos electorados? Y la perspectiva socialista en las europeas es pésima. El último sondeo publicado el pasado domingo en El Debate daba al PP doce puntos de ventaja sobre el PSOE. La mayor victoria de la historia de los populares sobre los socialistas fue en las elecciones de europeas de 1994 cuando el PP les aventajó en diez puntos.

Habrá que ver qué impacto tiene sobre estos procesos electorales la podredumbre que Sánchez está lanzando sobre sus rivales. Y lo que es más relevante, habrá que ver qué calidad ética tiene el electorado al juzgar los hechos que están sobre la mesa.

Artículo publicado en el diario El Debate de España


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