¿Quién manda de veras en España? ¿Se han roto las orientaciones democráticas del pasado, para precipitarse a situaciones de inestabilidad y de indeseable extremismo?

Desde aquí hemos visto con equilibrio la conducta del nuevo presidente del gobierno y llegamos a pensar que no cometería los disparates que anunciaba la oposición. Sin embargo, el reciente manejo de la crisis venezolana obliga a mirar desde prisma diverso, desde una justificada alarma, los pasos del recién estrenado Pedro Sánchez.

Sánchez no ha querido recibir al presidente Guaidó, quien ha iniciado una importante gira en el exterior, mientras otros jefes de Estado europeos, algunos tan sonoros como los de Gran Bretaña y Francia, le han abierto los portones de sus despachos.

Si había encabezado España la reacción de la UE contra la usurpación de Maduro, y había concedido generoso asilo a números dirigentes de la oposición, cuando la cabeza de su gobierno no quiere ver a la figura reconocida por más de cincuenta países como gobernante legítimo de Venezuela llama a la preocupación sobre la cercanía de un inesperado cambio que ha promovido la parte más débil y criticada de su Gabinete.

Los vínculos de Pablo Iglesias con el chavismo son públicos y notorios, pero ahora Iglesias no es el político de antes que podía arrimarse a gusto a las causas de su conveniencia, por más torvas que fueran, y sacar beneficios inconfesables, sino uno de los vicepresidentes del gobierno español y el más destacado entre los tres ministros de su partido que acompañan a Sánchez en La Moncloa.

Actuando como líder de Unidas Podemos, y sin recordar que ejercía un cargo que le obligaba a la prudencia, llegó al extremo de afirmar que Guaidó había sido destituido de la presidencia de la AN, es decir, calcó la versión de los usurpadores y la desembuchó como si cual cosa, sin beneficio de inventario. Al unísono, los voceros del gobierno español anunciaron que Guaidó no sería recibido por el presidente sino por la titular de la Cancillería.

Una situación que llama a la desconfianza, a suspicacias plausibles, pero que se vuelve realmente escandalosa cuando la prensa descubre la vista furtiva del ministro de Transportes de España a un avión estacionado en el aeropuerto de Barajas en el cual se encontraba la señora Delcy Rodríguez, mano derecha del usurpador y con prohibición de entrada a la UE. Todo esto mientras Guaidó es colocado en segundo plano.

Las débiles explicaciones del ministro sobre su encuentro con la afamada figura de la dictadura, tachada de delincuente por la diplomacia continental, han descubierto una complicidad sobre cuya trama debe profundizarse. ¿Por qué?  También el mismo ministro, por cierto muy cercano a Sánchez y miembro de la cúpula del PSOE, habló largo y tendido antes con el ministro de Turismo venezolano, a quien se conoce por formar parte del círculo íntimo de la señora Delcy y de su conspicuo hermano. Demasiadas coincidencias, como para que dejen de serlo si se mira el asunto en toda su magnitud.

 

Hombre de praxis lúcida, manejador puntilloso que metió en cintura a Unidas Podemos hasta lograr su apoyo a cambio de tres minúsculas posiciones en el Gabinete, parecía Sánchez hecho a la medida para manejarse con tiento ante una situación como la venezolana, que importa mucho a la sociedad española por los nexos afectuosos y económicos de sus miembros con nosotros; pero también por el crecimiento abrumador de una diáspora cada vez más activa y por la voz esclarecida que ha levantado el ex presidente Felipe González contra la usurpación, pero nos ha defraudado con creces. Por lo que se desprende de los hechos recientes, ha actuado como títere de Pablo Iglesias, o como tonto útil de lo que le cuenta el Coletas sobre sus patrones chavistas. Es lamentable el corolario de este primer capítulo de su gestión de un problema acuciante: un político que aspira a larga dominación se ha dejado manipular por un enano remunerado.


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